Miguel Pérez: "Víctor Mira es como un artista integral que no se acaba nunca"

Es empresario y galerista de Kafell con una doble pasión: el arte joven y emergente y el mundo del pintor, del que conserva algunos cientos de originales.

Miguel Pérez, en la galería Kafell, ante obras originales del zaragozano Víctor Mira (1949-2003), fechadas entre 1969 y 2003.
Miguel Pérez, en la galería Kafell, ante obras originales del zaragozano Víctor Mira (1949-2003), fechadas entre 1969 y 2003.
José Miguel Marco

Miguel Pérez (Zaragoza, 1967) ha vivido el arte desde la niñez. Es nieto del médico y artista Miguel Pérez Losada, que nació en Madrid y vivió en Alemania, se afincó en Zaragoza y participó en la primera exposición de ‘Pórtico’ en el Casino Mercantil en 1947, cuando eran nueve los integrantes. Luego, con su familia y con sus primos, pasaría muchos veranos en Navaleno y oiría muchas historias, impregnadas de nombres de leyenda como García Lorca o la generación del 27.

O sea que ha tenido una infancia bonita.

No estuvo mal. En casa había cuadros de Benjamín Palencia y Gregorio Prieto y dos o tres dibujos de Federico García Lorca. También había discos de la época y, sí, mi abuelo y mi padre contaban historias relacionadas con el arte, el cine y la música. Mi abuelo nació en 1894, estuvo en Alemania y se casó con mi abuela Gertrud, que había nacido en 1896. Aquí fueron cofundadores del Colegio Alemán. Tengo muchos recuerdos de los dos: pasábamos los veranos en Navaleno (Soria).

No está mal.

Allí venían los hermanos de mi padre, mis primos Fernando y Jaime Bauluz. Fernando se dedicaba a la producción cinematográfica y colaboró con Ricardo Franco, y Jaime era operador de cámara y había trabajado con Carlos Saura y otros. Y siempre contaban cosas… Hablaban de rodajes y de actrices. La obra pictórica de mi abuelo fue cayendo en el olvido; tenía muy buena mano. Él fue el primero que me introdujo en el arte, y pronto empecé a ir a museos. En cuanto pude, muchos años después, creé la galería Kafell.

¿Recuerda cuándo empezó a comprar?

Sí. Fue en 1981 en Roda de Bará. Pasé allí algunos veranos y conocí a un pintor, F. Albéniz, que era nieto del músico Isaac Albéniz. Nos hicimos muy amigos, lo iba a visitar muy a menudo y le dije que quería comprarle un cuadro. No me tomaba en serio. Tardé un poco en reunir el dinero pero lo compré, no sé si por 1.000 pesetas (60 euros de ahora).

Nacía un coleccionista. ¿Cómo continuó?

Esta pasión es adictiva. Me digo casi todos los días que no voy a comprar ni una obra más… que tengo muchas piezas y que no debo volverme loco. Si soy capaz de resistir dos meses, caigo al tercero y compro. Y eso ya me empezó a pasar entonces. Tuve suerte y compré tres acuarelas de Francisco Pradilla, relativamente baratas, una obra original de Manuel Lahoz, y empezó a interesarme mucho el arte joven y emergente. Compré cosas de Eduardo Laborda, de Ángel Aransay, de Ángel Maturén, de Abdul Vas, que ahora constituyen una parte importante de mi colección, que es variada, con muchas cosas. En mi colección tengo piezas de 197 pintores aragoneses.

Y Víctor Mira, por encima de todos, ¿no?

Es una pasión si quiere un poco tardía, pero es una gran pasión. Siempre le descubro algo nuevo: matices, sorpresas, formas de trabajar, temáticas, series, trazos, símbolos. Pintaba como le salía de dentro, con absoluta libertad. Pintaba lo que sentía y eso no siempre es fácil.

¿Cuándo empezó a interesarle?

En realidad, al principio no me gustaba mucho. No lo entendía. Cuando le dieron el premio de Arco en 2003, unos meses antes de su suicidio, vi su obra en ‘El País’, y no solo me desconcertó, creo que no me gustó. Seguí mi camino y conocí la galería Zaragoza Gráfica de Pepe Navarro, que estaba en la calle don Jaime. La visitaba y compraba cosas: algunos cuadros de Louisa Holecz, la pintora inglesa instalada en Zaragoza, cosas asequibles de José Manuel Broto, y poco a poco Pepe Navarro me ayudó a acercarme a la vida y la obra de Víctor Mira. Creo que fue hacia 2009, seis años después de su muerte, cuando empecé a verlo con otros ojos.

¿Y empezó a comprarlo?

Tuve algunos golpes de suerte. A través de Pepe Navarro pude adquirir obras que poseía la última compañera de Víctor Mira: Esther Romero Fajardo. Decidí especializarme en obra original en papel, rollos, sobre madera y algunos lienzos. Recuerdo que me encantó la serie ‘Moods’, esa gente tumbada en cama sobre un somier, y poco a poco accedí a todas sus series: ‘Antihéroes’, ‘África’ ‘Estilitas’, ‘Hilaturas’, ‘Cultura Quebrada’, ‘Monje frente al mar’, ‘Bachcantatas’, hasta tenía una que se llamaba ‘Chupadores de esquinas’, en la que unos monstruos se comían las esquinas de los cuadros. Adquirí de golpe 300 obras: papel, cartones, rollos, dibujos, obra sobre madera, algunos lienzos. Toda obra original. Yo no tengo obra gráfica ni escultura.

300 obras de golpe no está nada mal.

Y más tarde aparecieron 600 más, que curiosamente se guardaban en un almacén que estaba enfrente de mi galería, en Kafell, en la calle Lasala Valdés. Y luego aparecieron más piezas, y sigo adquiriendo originales de todas las épocas; tengo en torno a 50 lienzos, la cantidad más reducida. Todo, con la ayuda de Pepe Navarro, está catalogado con su título, su año de ejecución, la técnica, la serie a la que pertenece, muestras en las que expuso, etc. En esta búsqueda de referencias y de catálogos han sido muy importantes los trabajos de David Cortés, que le acaba de dedicar una tesis. De él aprendí muchas cosas sobre las técnicas del pintor, de su poética, de su pasión por el arte, de su forma de crear, de sus obsesiones. Yo a Víctor Mira no lo veo como a un pintor, sino como un artista integral que se entrega a la creación en diversas direcciones con una gran personalidad. Muchos pintores lo adoran.

¿Ya es un experto en él, entonces?

Cada vez me gusta más por su autenticidad. He ido aprendiendo mucho gracias a la obra, claro, pero también a muchos artistas que lo admiran mucho como Sergio Muro, Javier Joven, José Moñú, Samuel Salcedo, Sylvia Pennings, coleccionistas como José Luis Vidal. Y hubo un momento que surgió espontáneamente la idea de cambiar obra de Víctor Mira por la de creadores actuales a los que les interesaba mucho. Lo hago con mucho gusto. No es un intercambio económico, es algo que nunca tenemos en cuenta, ni el formato ni la técnica, es pura pasión por el arte: de los artistas hacia Víctor Mira y mía hacia la creación joven y emergente, muy variada. Algunas de las obras se pueden ver en Kafell, en la galería y en sus almacenes.

¿No teme quedarse sin obra de Mira?

No. No. Hay mucha obra que no tengo en mi galería Kafell ni que tampoco cambio. La guardo en un espacio no muy grande, privado. Voy cambiando las piezas cada cierto tiempo, la pongo por formato, por técnicas, por asunto, y a la vez la redescubro. Cuadros que hace cinco o seis meses no me decían mucho, ahora les veo cosas. Es como si me dieran un nuevo estallido en la cabeza, un latigazo en el cerebro. Me quedo ensimismado y estoy feliz. Me gustaría donar alguna colección a fundaciones y museos, con los que he iniciado conversaciones, para que tengan una buena colección de Víctor Mira. Tengo la sensación de que no se acaba nunca, de que siempre sorprende.

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