literatura

Aroa Moreno: "Cuando fui madre, la autoexigencia más difícil era tener que estar feliz todo el rato"

La escritora compone un complejo fresco sobre la maternidad en su nuevo libro 'La bajamar'.

Aroa Moreno, en la librería Cálamo de Zaragoza, con su libro 'La bajamar'.
Aroa Moreno, en la librería Cálamo de Zaragoza, con su libro 'La bajamar'.
Toni Galán

Cuenta Aroa Moreno Durán en 'La bajamar' la historia de tres mujeres de la misma familia -abuela, madre y nieta-, tres mujeres en guerra en tres momentos diferentes de la historia de España, desde la Guerra Civil hasta la actualidad. 

La abuela, Ruth, vivió la guerra literalmente, siendo una niña y bajo las bombas, de las que su madre la pone a salvo entregándola a una familia en el extranjero. Adriana experimenta la violencia del terrorismo de ETA y trata de construir un muro de protección en torno a su hija, Adirane, quien, de adulta y ya madre de una hija, libra una angustiosa batalla interior que la hace alejarse de su propia familia.

La escritora madrileña, premio Ojo Crítico con su anterior novela, 'La hija del comunista', se sirve de contextos tan distintos para explorar hasta los límites del tabú las aristas de la maternidad: cómo influyen en la crianza el dolor, ya sea externo o interior, o conceptos como la abnegación o lo aspiracional; qué consecuencias tiene la exigencia social o autoimpuesta de ser una madre prácticamente infalible y omniprotectora. De paso, la novela, leída en el momento actual, con los cercanos ecos de la guerra de Ucrania y el drama de los refugiados, resulta un escalofriante recordatorio de la peor cara de la naturaleza cíclica de la historia.

No pocas escenas relativas a la Guerra Civil de 'La bajamar' son idénticas a las que llegan estos días de la invasión de Ucrania. ¿Qué siente al respecto?

Si te digo la verdad, me sorprende y no. La historia se repite, no avanza hacia un progreso infinito con un horizonte claro, vamos y volvemos. Pero sí que me sorprendí mucho cuando cayó la bomba en la maternidad de Mariúpol, porque en el libro describo un episodio de un bombardeo en una hospital de San Sebastián, cómo salen las madres a la calle, descalzas, dando de mamar a los niños. Cuando vi esas imágenes me resultó espeluznante: no era mi libro una premonición, sino la demostración de que las guerras se pueden escribir siempre con el dolor de las madres y sus hijos, en realidad, de todos los civiles. Es tremendo. ¿Qué ha cambiado? Que ahora lo vemos en directo.

'La bajamar' trata sobre la maternidad, pero desde puntos de vista poco habituales como el hecho de que las madres son humanas, no son perfectas.  

Con la novela quería derribar varios mitos. Uno es cómo el dolor que nos provocan cosas ajenas es capaz de remover nuestra intimidad o, en este caso, la crianza y cuidado de un niño, su protección.

"Las guerras se pueden escribir siempre con el dolor de las madres y sus hijos".

"Cuando se es madre desaparece todo lo anterior, pero yo creo que hay que hilvanar ambas identidades".

"Como madres nos esforzamos mucho en ocultar la persona que hay detrás".

Las madres del libro están en contextos muy distintos pero comparten casi idéntica mochila de dolor.

Quería contar ese relato de las madres que queda sumergido por debajo de la historia. Lo seguimos viendo ahora muy en carne viva con las madres de Ucrania, pero antes lo hemos hecho con las de Chechenia, las de México, la plaza de Mayo o las de la Guerra Civil que buscan a los desaparecidos.

En un plano más general, el libro cuestiona los roles maternales a la largo de la historia, de la abnegación de nuestras abuelas a esas maternidades cargadas de expectativas de la actualidad.

Hay un tipo de dolor que es el que producen los silencios dentro de las familias. Un silencio que influye en la idea de que las madres son perfectas. Uno piensa en su madre y cuesta mucho poner sobre la mesa los errores que ella cometió. Pienso que las madres no son por serlo son más sabias o perfectas. Son personas, mujeres con un nombre, unos apellidos, frustraciones, miedos, deseos... Quería poner a las tres protagonistas a conversar, pero con las luces y las sombras que tiene cualquier persona, también las madres.

Habla también de los peligros de plantearse la maternidad como la culminación de todas las aspiraciones. También hay presión externa: eso de "¿de qué te quejas con el hijo tan guapo que tienes?".

No puede ser que hayamos peleado tanto y que tantas mujeres se hayan dejado la piel en el feminismo y por la igualdad para que en el siglo XXI la principal aspiración de muchas sea el hecho de ser madre. Me parece que estamos en un momento importante para reflexionar sobre lo que significa ser madre para cada una, no creo que haya un tipo de maternidad, ni que todas las mujeres tengan que ser madres. Es muy difícil escapar no solo de la exigencia que ponen los demás a tu alrededor, de esas ideas de abnegación y sacrificio, sino de la idea de que siempre tengas que ser feliz porque has tenido un hijo. Pero también está la propia exigencia, esa reeducación que una hace porque cuando tu hijo llega al mundo te ves como una incapaz. Tienes que aprenderlo todo y a la vez saberlo todo. Para mí, la autoexigencia más difícil era: como he tenido un hijo tengo que estar feliz todo el rato y no puedo decaer. Y eso es muy doloroso porque la identidad de la mujer empieza entonces a perderse y a desdibujarse.

"Cuando piensas que eres mala madre hay una culpa que impide pedir ayuda".

"Creo que los hijos deben conocer la persona que hay detrás de sus madres".

Y a culparse pensando que no se es buena madre.

Sí, nunca miras más allá. Piensas: "Debo de ser la peor madre". Y ese sentimiento de culpa impide pedir ayuda, que es lo que le pasa al personaje de Adirane, que se cree que es la única madre que tiene miedo, que anticipa un peligro y se siente infeliz.

Y, sin embargo, uno de sus personajes dice: "De ser madre no te puedes ir".

Es un tema muy complejo. Yo creo que de ser madre no te puedes ir y además no creo en el arrepentimiento en la maternidad. Puede haber días de vértigo, de necesitar parar o escapar, pero no sé hasta qué punto puedes llegar a arrepentirte. Lo que sucede es que parece que cuando tienes un hijo desaparece todo lo anterior, pero yo creo que hay que aprender a hilvanar las dos identidades, la de antes de ser madre y la de después. Y que tu hijo debe conocer a la persona que hay detrás de su madre. Saber todo lo que tú querías hacer y no convertirte así en una institución maternal perfecta. Decir: "Esta soy yo, tú eres mi hijo y me tienes que conocer así". Ese es otro tema de la novela, el reconocimiento entre padres e hijos con nuestra identidad completa, con todo lo que conlleva ser persona. A veces como madres nos esforzamos mucho en ocultar la persona que hay detrás, también en las relaciones familiares en general.

"Últimamente me pregunto: ¿soy una hija o una madre? Soy las dos cosas. Pero no sería la madre que soy si no hubiera sido antes esa hija".

​"Después de la rebeldía natural de la adolescencia, de esa primera madurez en la que se juzga mucho, hay un momento de luz en el que se piensa: "Mi madre hizo lo que pudo".

El empeño en ser, más bien parecer, madres perfectas, ¿tiene que ver también con la protección a los hijos?

Sí, ¿pero de qué los protegemos? Al final las heridas se abren y acaban saliendo cuando muchas veces es difícil encajar la verdad.

Intentar escapar de ese cascarón de idealización, conservar la identidad o deseos propios tras ser madre tiene que ver también con los medios materiales.

Para que la cargas domésticas, también las mentales, desaparezcan del todo tienen que pasar generaciones. Mi hijo tiene 6 años y sigue viendo repetición de roles, por ejemplo en sus abuelos. Por eso quise que en 'La bajamar' una de las madres de se marchara de casa, porque cuando en una novela desaparece el padre no hay que dar muchas razones: está trabajando, se ha ido a la guerra, o es una persona comprometida ideológicamente o profesionalmente... Pero en general, cuando en una historia la madre no está es que está muerta. Yo misma tuve que armar a mi personaje de muchísimas razones, intenté que fuera todo muy lógico, porque va a dejar a su hija atrás, caí en esa trampa. Pero se va porque lo necesita y hay una persona cuidando a la hija que es el padre.

Admitirá que a la hora de separarse de un hijo resulta socialmente mucho menos endeble que sea motivado por una guerra que por una cuestión de salud mental.

Es muy difícil comparar las tres maternidades del libro, pero a día de hoy no sé decir cuál es el dolor más hondo, si separarte de tu hijo por una guerra o porque eres incapaz mentalmente de atenderlo. Las generaciones más jóvenes sabemos más de emociones que las anteriores porque no estamos preocupados por la supervivencia... Bueno, hasta ahora. Y, sin embargo, no sabemos lo que nos pasa. ¿Cómo puede ser que tengamos una educación emocional más profunda y la vez seamos más infelices? Porque creo que lo somos.

El feminismo y hasta alturas incluso la sociedad en general tiene más o menos categorizado e identificado el patriarcado. ¿Pero qué sería el matriarcado?

El matriarcado ha existido siempre aunque no se estaba ocupando de las cosas de importancia sino de las importantes. El matriarcado estaba en relato oral dentro de las cocinas, en las mantas que se tejían, en la vida dentro de las casas, en la retaguardia... No sé si es el momento de que el matriarcado avance o de que el patriarcado retroceda. Creo que ambos deberían tener un encuentro igualitario.

El libro va de madres, pero al mismo tiempo va de hijos. ¿Nos cambia como hijas el hecho de ser madres? ¿Influye las madres que hemos tenido, las hijas que hemos sido, en la forma en que criamos a los nuestros?

Últimamente me pregunto: ¿soy una hija o una madre? Soy las dos cosas. Pero no sería la madre que soy si no hubiera sido antes esa hija. Creo que la gente que no tiene hijos puede llegar a comprender a sus padres y ponerse en su piel, pero para mí fue tan esclarecedor ser madre... No tanto al principio, sino a medida que pasa el tiempo, cuando te despegas de esa dependencia súperfísica que hay al principio. Fue entonces cuando miré a mis padres y reconocí a las dos personas, todo lo que me había cuidado mi madre y lo poco que me había cuidado mi padre, esas presencias que habían estado en mi casa con un vínculo tan fuerte conmigo. Entendí quién había sido yo para ellos y quiénes habían sido ellos para mí. Y creo que después de la rebeldía natural de la adolescencia, de esa primera madurez en la que se juzga mucho, hay un momento de luz en el que se piensa: "Mi madre hizo lo que pudo". No es bueno pensar de nuestras madres lo de "lo hizo lo mejor que pudo". Prefiero un "hizo lo que pudo". Ella también cometió errores. 

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