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Alberto Martínez Embid: la montaña de libros de un gran pirineísta

Retrato de un escritor y naturalista, nacido en 1962 y fallecido el año 2021, un sabio de la naturaleza, que deja un hermoso e intenso legado

Alberto Martínez Embid sonríe en el lugar donde era más feliz: en el corazón de las montañas.
Alberto Martínez Embid sonríe en el lugar donde era más feliz: en el corazón de las montañas.
Eduardo Viñuales Cobos.

Desde el año 1997 venía siguiendo con gran atención a Alberto Martínez Embid (1962-2021), primeramente por sus novedosos artículos pirineístas tanto en el ‘Boletín de Montañeros de Aragón’ como en las páginas de deportes de HERALDO. Recuerdo algunos de aquellos primeros textos referentes a los monumentos del Aneto, a los buitres leonados de los Mallos de Riglos o al descubrimiento de los Cañones de Guara ya en el año 1819. Lo suyo eran auténticas crónicas históricas del montañismo, estaban muy bien documentadas y, ciertamente, suponían «un soplo de aire fresco» dentro de la aún escasamente conocida cultura y literatura que rodea a las cumbres de nuestras queridas montañas. Poco después le conocí personalmente con motivo de un ciclo de conferencias de montaña celebrado en Ibercaja. Alberto era delgado, con gafas, iba muy trajeado y parecía un tipo nervioso, movido, pero bastante amable, simpático y cordial. Le dije que le leía y que admiraba su gran conocimiento sobre el pasado montañero. Y ya fue a partir de ahí cuando empezamos a tener contacto asiduo, tomando café, carteándonos, pasándonos información. La vida nos fue uniendo en una amistad urdida por la pasión de las montañas, de su naturaleza grandiosa y por el hondo sentimiento que estos paisajes salvajes producen en el alma de algunas personas.

La evolución del montañero

A cada encuentro Alberto me iba contando sus inicios montaraces en familia por la zona de Panticosa, su temprana ascensión a la cumbre del Aneto con 13 años con los Corazonistas, así como sus primeros pasos de escalada en las paredes de Morata hacia 1978. Poco a poco, año a año, este montañero y escritor había ido subiendo a casi todas las cumbres más altas del Pirineo y ya contaba con cerca de 60 ‘cuatromiles’ coronados con éxito en los Alpes.

[[[HA REDACCION]]]Alberto Martinez Embid en la cima del Pico Blanco, 2.919 m. Al fondo, la Brecha de Rolando (Eduardo Vinuales)..jpg
Alberto Martinez Embid en la cima del Pico Blanco, 2.919 m. Al fondo, la Brecha de Rolando. 
Eduardo Viñuales Cobos.

Pero sería a partir de 1992 cuando él realmente iniciaría una labor callada de leer, aprender, recoger y escribir. Poco o casi nada publicará por aquel entonces, hasta que tiempo después decide ir ya «soltando prenda», revelando los grandes conocimientos que fue adquiriendo en silencio… Por ejemplo, redactando una novela ambientada en el Mont Blanc que recibiría una mención de honor dentro de un premio de literatura de montaña a nivel nacional.

Pero, tal y como era de esperar, Alberto Martínez Embid, aquel chaval inagotable que trasnochaba para escribir y traducir, que buscaba en las librerías de viejo, que estudiaba en las bibliotecas francesas del otro lado de los Pirineos y que subía bastante ligero –como un sarrio– a casi todas las cumbres de más de tres mil metros, por fin debutaría fuerte y alto en el mundo de los libros de montaña. Sería allá por el verano del año 2000, publicando una sugerente monografía con la editorial Desnivel: nada menos que 270 páginas dedicadas únicamente a la Brecha de Rolando, a ese tajo fronterizo tan atractivo, situado entre España y Francia a 2.807 metros de altitud. Ahí Martínez Embid nos habló largo y tendido de toponimia, de leyendas, de contrabando, de los primeros avances en la exploración pirineísta, de noches gélidas de vivacs y tempestades… o de historietas tan curiosas como la excursión de la Duquesa de Berry en 1828, quien tuvo que atravesar estos nevados parajes ataviada con traje de época y bastón de punta de hierro, acompañada de un séquito de unas 50 personas y con algún que otro baúl.

El escritor de ficciones

Después, ya vendría una cascada literaria con otros muchos títulos de este fecundo autor zaragozano: los hubo dedicados en profundidad al Monte Perdido, al Vignemale, al Aneto, a la crónica pirineísta del valle de Tena... a la romántica figura del conde Russell… o incluso una novela de cuidada ambientación en el macizo Maladeta y el valle de Benasque a finales del siglo XVIII –la cual firmaría con su pareja, Marta Iturralde– y en la que no podían faltar los sarrios, los guías de montaña, los hielos y las nieves, el humor, el amor o las lágrimas derramadas al pie de las cumbres más elevadas del Pirineo. No podemos olvidar dos de sus obras, la galardonada de ‘El monstruo de Artouste’ (2005) o ‘En tierra de lobos’ (2008), una visión futurista sobre el cambio climático en la montaña que tuve el honor de prologarle.

Y así, sin descanso, hasta muy recientemente, Alberto Martínez Embid ha ido redactando, paso a paso, hoja a hoja, hasta firmar cerca de 25 libros propios, otros 24 colectivos y unos 1.700 artículos periodísticos, siempre apoyado en miles de datos recogidos, en obras de bibliografía consultadas o en el saber de buenos contactos y amigos para ir creando una gran labor, un currículum impresionante que le han hecho ser considerado todo un experto en el mundo de la montaña pirenaica, puesto que pocos como él nos han ido legado una montaña como ésta de buenos libros e interesantes escritos.

Alberto Martínez Embid nos deja alrededor de 25 libros propios, varios de ficción.
Alberto Martínez Embid nos deja alrededor de 25 libros propios, varios de ficción.
Eduardo Viñuales Cobos.

A Alberto le apasionaban sobre todo los escritos antiguos de personajes como Ramond de Carbonniéres, Lucien Briet, Henry Russell, el cartógrafo Edward Wallón, Franz Schrader o Lucas Mallada. Martínez Embid, colaborador asiduo de numerosas publicaciones, lo sabía prácticamente todo sobre la historia pirineísta sin importarle las regiones o las vertientes que hubiera que tratar de la cordillera: de un extremo a otro. De hecho, en los últimos tiempos andaba muy enfrascado en las montañas del Principado de Andorra, y recientemente desde este país tan próximo han comunicado que su labor ha sido distinguida con uno de los premios Pirene de periodismo interpirenaico. Alberto retenía las fechas, conocía los sitios, sabía detalles de cada protagonista, conocía los pormenores de las primeras descubiertas que propiciaron aquellos primeros naturalistas, aristócratas ociosos o fotógrafos hace más de un siglo largo… y así era él, hasta el punto de que podríamos asegurar que era el Henri Beraldi de nuestro Pirineo, el gran cronista de la aventura y la conquista de las cúspides del Alto Aragón.

Un erudito a la antigua usanza

Quedabas con Martínez Embid y acudía generosamente lleno de fotocopias, de manuscritos, de bibliografía que te podría ser útil... y de una sonrisa. Con un buen dominio del francés para la traducción de muchos antiguos escritos, le gustaba definirse como una «rata de biblioteca». Aunque hay que decir que Alberto, como buen pirineísta de verdad, no sólo leía y escribía, sino que también subía, escalaba y, sobre todo, era capaz de sentir la pasión por la montaña, sus panoramas, luces y silencios. Era, por lo tanto, esa cosa rara, ese pintor de una naturaleza especial capaz de dejar un libro verdadero, admirable.

Alberto, como buen pirineísta de verdad, no sólo leía y escribía, sino que también subía, escalaba y, sobre todo, era capaz de sentir la pasión por la montaña, sus panoramas, luces y silencios

El alpinista Pedro Nicolás, presidente de la Sociedad Geográfica Española, le recordaba así: «Alberto, aragonés de pura cepa, es lo más contrario que conozco al hombre localista. En su labor anida un aire de universalidad y altura intelectual. Quizás por ello es casi más conocido y valorado en la verde Francia que en nuestro pardo Pirineo español. Podría afirmar que Alberto es un erudito a la antigua usanza». Y Dioni Serrano, redactor jefe de la revista Grandes Espacios, recuerda que siempre se podía contar con él y con su inagotable erudición si se le necesitaba. «Nunca había encargo suficientemente complejo que le echara atrás», recuerda. Incluso los lectores han ido dejando últimamente bonitos comentarios sobre él y su obra como: «Los Pirineos ya me gustaban, pero con su ‘Flor de Gaube’ me enamoré».

Ambos, Alberto y quien esto escribe, participamos en numerosos libros y trabajos colectivos. En la página de la ‘Zona Verde’del ‘Heraldo de Huesca’ él fue adornando durante varios años mis semanales escritos ecologistas y naturalistas con un faldón. E incluso en los años 2016 y 2018 sacamos adelante las guías montañeras de las provincias de Huesca y de Zaragoza –con 200 y 100 ascensiones respectivamente– (publicados por Sua Edizioak), y todo ello nos permitió subir alto por más de medio Aragón. Alberto siempre adornaba los textos de estas antologías de altozanos con historias atractivas de sucesos curiosos, leyendas o efemérides. Y siempre estaba de broma, con risas, siempre en acción por la montaña, pensando en nuevas rutas e ideas, rebuscando en los mapas, marchando a pie ladera arriba, por los senderos, con esquíes de travesía o con raquetas… y después en casa, sentado frente al ordenador para narrarlo, enseñarlo y contárselo a los demás.

Hace unos meses Alberto Martínez Embid se marchó en busca de nuevos horizontes. Se ha dicho que sus libros han supuesto el germen de otros grandes amores por la montaña. Quienes aún no tengan la dicha de haber tenido un libro suyo en las manos, aún están a tiempo

Hace unos meses Alberto Martínez Embid se marchó en busca de nuevos horizontes. Se ha dicho que sus libros han supuesto el germen de otros grandes amores por la montaña. Quienes aún no tengan la dicha de haber tenido un libro suyo en las manos, aún están a tiempo. Pero los que ya lo conocíamos seguiremos aprendiendo y releyendo en sus estupendos artículos y escritos. Se trata de historias formidables que no debemos olvidar y que, además, componen el ingrediente cultural o literario que a lo largo de estos más de doscientos años últimos engrandecen y embellecen aún más si cabe a nuestros paisajes montañosos, los de Aragón, los del Pirineo, los que él tanto amó y nos hizo querer.

Por los paisajes montaraces y serranos, buscando la libertad de sus cimas, seguiremos tus pasos. ¡Aún tenemos que seguir hablando de tantas cosas, querido amigo y compañero del corazón!

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