NATURALEZA Y VIAJES. ARTES & lETRAS

Joaquín Araújo y Martínez de Pisón: viaje por Las Villuercas con dos sabios naturalistas

El profesor y estudioso del paisaje, formado en Zaragoza, visita a ecologista y escritor en su casa en tierras extremeñas

Eduardo Viñuales, Eduardo Martínez de Pisón y Joaquín Araújo, tres sabios que aman la flora y la fauna y el misterio de la ecología.
Eduardo Viñuales, Eduardo Martínez de Pisón y Joaquín Araújo, tres sabios que aman la flora y la fauna y el misterio de la ecología.
Eduardo Viñuales.

Lucía un sol espléndido de noviembre en la sierra extremeña de Las Villuercas. Los madroños, entremezclados con brezos, encinas, pinos resineros y alcornoques mostraban colgando sus rojos frutos maduros… y el otoño –algo tardío en la España mediterránea– se dejaba contemplar, así de pletórico, en otros árboles amarillentos –robles melojos, castaños, chopos y alguna que otra higuera– del valle del Guadarranque.

El naturalista Joaquín Araújo albergaba desde hace varios años la gran ilusión de recibir en su casa natural –en la finca de ‘Vento’– a su admirado amigo Eduardo Martínez de Pisón, quien fuera su profesor en la facultad de Geografía de la Universidad Complutense de Madrid hace más de cuarenta años. Llegamos a la belleza de Extremadura ya por la tarde, cuando la luz melosa y una avalancha boscosa de colores cálidos parecía desparramarse por el flanco norte del monte Cervales.

El naturalista Joaquín Araújo albergaba desde hace varios años la gran ilusión de recibir en su casa natural –en la finca de ‘Vento’– a su admirado amigo Eduardo Martínez de Pisón, quien fuera su profesor

Una bandada de rabilargos anunció nuestra llegada. Los rayos solares rasantes dejaban ver en el aire, arrastrados por el viento, los llamados «hilos de la virgen». Joaquín, ‘Quine’, que salió al encuentro de la visita, dijo que le había tocado la más grande de las loterías con la presencia del catedrático que más sabe, ha escrito y ha enseñado sobre las montañas ibéricas y el sentimiento que estos relieves físicos generan en el alma de los seres humanos. Nada más bajar del vehículo se reunían y abrazaban dos premios nacionales de medio ambiente, dos escritores, dos poetas y soñadores que tanto han pensado o disertado en favor de la conservación de los mejores paisajes de España, de la fauna y la flora de nuestro país. Antes de que anocheciera salimos a dar un paseo, emboscados entre los árboles, acogidos por los recónditos barrancos y horizontes que cada día amparan a Araújo, como si fuera un Henry David Thoreau en la cabaña de Walden.

«¿Veis ese tilo? Pues a la contemplación de la caída de una hoja de este árbol he dedicado las diez primeras páginas, el preludio de mi último libro sobre bosques», nos comenta con cierta emoción el escritor afincado en Extremadura.

La estupenda y poblada biblioteca de Joaquín Araújo.
La estupenda y poblada biblioteca de Joaquín Araújo.
Eduardo Viñuales Cobos.

El hogar: televisión del tiempo

Frente al fuego del hogar –la televisión de todos los tiempos, donde ardía la dura raíz de un brezo–, hablamos distendidamente acerca de las maravillas del valle de Ordesa, de las castañas asadas, de la erupción de los volcanes Cumbre Vieja y Teneguía, de la defensa de Monfragüe cuando los ingenieros de montes de la época arrancaron encinas para plantar eucaliptos, del apabullante impacto paisajístico de la transición energética en el mundo rural, del adelantado ornitólogo Francisco Bernis… o de los periódicos ‘Andalán’ y ‘Cuadernos para el diálogo’ en los que se fueron publicando aquellos dibujos humorísticos de un tal ‘Layus’ que pudo acabar en la cárcel en los tiempos de la Dictadura de Franco.

Al día siguiente, con la paz de la mañana, en el corazón de esta finca que está hoy salvaguardada como «Reserva Biológica», desayunamos unas tostadas de pan integral mientras el trepador azul, los carboneros, pinzones o el pico picapinos iban y venían a un comedero con pipas y semillas, el cual estaba colocado justo delante del ventanal. Joaquín Araújo quiso enseñarnos «la Natura» del entorno de esta majada, un territorio salvaje de unas 400 hectáreas que en el año 1976 compró a un cabrero de la zona, el tío Lucas, paisano que durante un par de años siguió pastando su ganado y desvelando el saber popular propio de la gente rural.

Aquí y allá encontramos árboles plantados por Joaquín, incansable «reforestador» que tiene a gala el haber plantado más de 26.500 árboles en su vida, 24.000 de ellos en estos terrenos. Sacamos a pastar las cabras, les dimos de comer a las gallinas y a las yeguas, y nos acercamos hasta el huerto donde aún había brécoles, pimientos o berenjenas creciendo sin necesidad de ‘veneno’ fitosanitario. Visita ineludible fue el edificio que sirve de despacho para el escritor y la biblioteca anexa, un gran fondo documental dedicado a la naturaleza y también a la poesía, el cual el día de mañana pasará a formar parte de la Fundación Tormes. Un ginkgo en el jardín de entrada y algunas flores nos daban la bienvenida. Allí estaban, entre otros muchos, sus 8 enciclopedias y sus 114 libros como autor único editados por Lunwerg, Tundra, Penthalon… o su reciente trabajo ‘Los árboles te enseñarán a ver el bosque’ (Editorial Crítica), que lleva un prólogo de Manuel Rivas y que va ya por la 5ª edición.

En sus páginas Araújo afirma con emoción que el bosque es la más completa y compleja, la más necesaria y hospitalaria, la más bella y generosa de las creaciones de la historia de la vida: «Cada árbol en pie es un punto de apoyo para esta lisiada humanidad, para los aires rotos, para la vivacidad en su conjunto, para hacerle cara al desierto, para combatir el ruido y a la amontonada fealdad que la prisa siembra en casi todos los rincones. Nada como los árboles para darnos paz y ayudarnos a conectar con la Naturaleza y a reencontrarnos con nosotros mismos». Ahí, en esas páginas para ‘emboscados’ cita al aragonés José Antonio Labordeta o el esplendor del Soto de Cantalobos –en el río Ebro, aguas debajo de Zaragoza– del que guarda un buen recuerdo sonoro gracias al coro de sus aves.

Detalle de la caligrafía minuciosa de Joaquín Araújo en sus cuadernos de campo.
Detalle de la caligrafía minuciosa de Joaquín Araújo en sus cuadernos de campo.
Eduardo Viñuales Cobos.

La biblioteca de Araújo

Eduardo, de repente, se detiene ante el estante en un volumen de bolsillo, viejo y desgastado de los años 60, ya perdido en las librerías del país, uno de esos libros de otro tiempo propios de la biblioteca de quien ama lo salvaje. Se trataba del libro de poesía ‘Hojas de hierba’, del poeta estadounidense Walt Whitman.

Por otro lado, un estante junto a la mesa de trabajo de Quine acoge los cuadernos de campo y los artículos manuscritos que exhiben esa letra de caligrafía tan exquisita, primoroso trazo escrito a pluma. También en la biblioteca se halla un ejemplar del año 1832 de la ‘Historia Natural’ de Buffon, la de Brem de finales del XIX o el libro ‘Laudatio Naturae’ que Araújo ha querido dedicarlo a Eduardo Martínez de Pisón. Esta librería es un conjunto muy variado donde no sólo hay temas de naturaleza sino también de pensamiento, arte, literatura, filosofía…

"Esta librería es un conjunto muy variado donde no sólo hay temas de naturaleza sino también de pensamiento, arte, literatura, filosofía…"

Durante dos días comeremos productos de la huerta ecológica que mes a mes miman Joaquín y su mujer –Ana Clara–, además de carne de ternasco de Aragón a la brasa. Joaquín, a modo de cicerone, quiere mostrarle a Eduardo, a fondo, esta sierra que forma parte de la red de Geoparques Mundiales de la Unesco, un sitio donde el turista puede observar y comprender la historia de Tierra a través de sus características rocas, las cuarcitas armoricanas, con sus anticlinales y sinclinales, con los ‘canchos’, los ‘riscos’ y los desfiladeros fluviales. El azar de lo espontáneo nos sonríe. Avistamos numerosas ciervas en rincones que recordaban al Serengueti, rebasamos el Cancho del Ataque –donde en primavera crían alimoches y cigüeñas negras– y nos asomamos al mirador del Estrecho de la Peña Amarilla, en el que ya Miguel de Unamuno se detuvo para describir el vuelo de las águilas y donde, por si fuera poco, se desarrolló la primera excursión de la Institución Libre de Enseñanza allá por los años 20 del pasado siglo.

"Nos asomamos al mirador del Estrecho de la Peña Amarilla, en el que ya Miguel de Unamuno se detuvo para describir el vuelo de las águilas y donde, por si fuera poco, se desarrolló la primera excursión de la Institución Libre de Enseñanza allá por los años 20 del pasado siglo"

Muy cerca, localizaremos la singularidad biogeográfica de los últimos bosques terciarios de loros –la ‘lorera’ de la Trucha–, cogeremos castañas, transitaremos por los pueblos de Alía –que en árabe significa «lugar hermoso»– y de La Calera… un buitre negro pasa volando cerca de nuestras cabezas… y, ya de vuelta a casa, fotografiamos el otoño pleno al pie del pico Carbonero, muy próximos a la fuente y la ermita del Hospital del Obispo, por donde en la Edad Media anduvieron los Reyes Católicos, Alfonso XI, Enrique IV y otros personajes destacados, siempre siguiendo el Camino Real hacia el Santuario de Guadalupe que fue un centro espiritual esencial en la historia de España.

«Eduardo, ¿qué ves aquí, qué sientes?», le pregunté al entusiasta geógrafo. Y él me contestó: «Percibo una gran serenidad del espíritu, derivada de la armonía de este paisaje sencillo, sin grandes cumbres, con fuertes desniveles, donde además contribuye el apartamiento y el silencio del mundo rural ya casi perdido en tantos y tantos sitios de la península Ibérica, pues aquí no hay cables, ni ruidos, ni motos, ni aviones. Sólo los silencios y los sonidos propios de lo natural».

Martínez de Pisón nos hizo un esquema geológico del paisaje, para explicarnos cómo estos relieves físicos emplazados entre el Tajo y el Guadiana son un sustrato que emerge, no con la fuerza de la cercana Gredos, pero sí con el ímpetu de sierras medias que responden a los pliegues antiguos de la península Ibérica, con crestas de cuarcitas en los bordes y con pizarras en los canales internos del fondo de los valles. «Es una armonía geológica y geográfica divina, vestida de pedreras, de encinas y robles».

«Es una armonía geológica y geográfica divina, vestida de pedreras, de encinas y robles», dice Eduardo Martínez de Pisón

Aún tendríamos tiempo de recoger algunos madroños para hacer licor y mermelada, de conocer el árbol en el que Joaquín recoge hojas para escribir cada año las felicitaciones de Navidad… y de brindar por la salud de los espacios naturales salvajes que tanto han inspirado a los poetas, los escritores y los divulgadores de lo silvestre. Como dice Joaquín: «¡Que la vida os atalante!». El pico picapinos y los colores otoñales de ese paisaje nos despiden al fin de este encuentro mitad naturalista mitad literario en los encantos de Sierra de las Villuercas.

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