Soledad Puértolas: "La desgracia te empuja a escribir porque aspiras a entenderla"

La escritora aragonesa, que trabaja en varios proyectos de Real Academia Española, acaba de publicar un libro de relatos, ‘Cuarteto’ (Anagrama)

Soledad Puértolas, el jueves pasado antes de entrar en la sede de la Real Academia Española.
Soledad Puértolas, el jueves pasado antes de entrar en la sede de la Real Academia Española.
Enrique Cidoncha

Ya hace tiempo que alterna los libros de relatos y las novelas.

Es una tendencia mía, porque me gustan mucho los géneros y porque, cuando terminas una novela, resulta muy difícil meterte en otra; no tienes la mente preparada. Estos relatos, en realidad, son textos intermedios, pequeñas novelas. Si el relato corto es una piedra que se lanza a un estanque y ya está, los de ‘Cuarteto’ no lo son, no son ráfagas. Abrazan tiempos.

Y vida.

Claro. Yo siempre he reflejado lo que me estaba pareciendo la vida. Y esto lo escribo porque tengo la edad que tengo. Son rememoraciones, experiencias... Los cuatro relatos van avanzando en el tiempo hasta llegar al último, ‘Noli me tangere’, que está ya en nuestros días.

¿Cuál fue el chispazo que lo desató?

Cada libro tiene el suyo, y cada chispazo su momento. En el caso de este libro, nace porque tenía la necesidad de contar lo que he ido sintiendo a lo largo de la vida. Pero en cierto sentido los libros salen solos, te los encuentras. No se pueden explicar racionalmente.

Toda su narrativa gira en torno a la experiencia. Han pasado ya más de 40 años de la publicación de ‘El bandido doblemente armado’, la novela con la que se dio a conocer. ¿Cómo la ve?

Con cariño. Ya había escrito otras cosas, pero ‘El bandido...’ supuso, además de un reconocimiento, ese paso definitivo que das dentro de un camino. Fue un libro luminoso. Obviamente, no es lo mismo una novela escrita a los 20 años que una escrita ahora. El paso del tiempo va con nosotros y todos los conceptos han cambiado. El ser humano tiene necesidades e ideales básicos, pero cambian. Ahora, por ejemplo, hay inocencia, como la había hace 40 años. Pero ya es distinta.

¿Cómo ha vivido la pandemia? Hay escritores que incluso dicen que les ha venido bien desde el punto de vista del trabajo.

Porque los escritores, en parte, ya vivimos una especie de aislamiento, de confinamiento; tenemos que trabajar en soledad muchas horas al día. Pero no hay que engañarse: el aislamiento ha sido muy negativo para todos, y especialmente para los sectores sanitario y educativo. Pero también para la gente de cierta edad, para personas con más de 70 años que físicamente estaban bien y cuyas vidas, antes de que llegara todo esto, no acababan en los límites de sus casas. La pandemia ha sido muy dura para ellos pero, además, se ha acelerado el paso al mundo digital, que para muchos supone un enorme escollo.

Y usted, ¿cómo lleva ese paso?

Lo estoy llevando mal. No todo puede ser digital, estamos acabando con la relación personal, con la atención humana. No todo tiene que hacerse con citas previas o marcando almohadilla y un número. Si esto se complica aún más, el uso de la tecnología acabará siendo factor de exclusión social. Esto debería alarmarnos.

De la pandemia se dijo que saldríamos mejores, más fuertes.

Eso no lo entendí nunca. Las desgracias nunca son buenas, no se sale mejor de ellas. Es en las desgracias donde el egoísmo humano se manifiesta con mucha más claridad y dureza. Tolstoi decía que todas las familias felices se parecen entre ellas, pero cada familia desgraciada lo es a su manera.

Pero la desgracia es una de las puertas de la literatura.

No es que sea inspiradora, pero sí que la desgracia te empuja a escribir porque aspiras a entenderla. Si solo existieran las alegrías no habría literatura.

Usted es académica de la Lengua, y de las más activas. Cree mucho en la labor que se desarrolla en ella.

Por supuesto. La Academia es apasionante, y su trabajo más visible, el diccionario, es un fiel reflejo de cada momento social. Pero además desarrolla proyectos muy interesantes. Es muy necesario, cada vez más, sabernos expresar y comunicar, porque la palabra es lo que nos define como seres vivos. El lenguaje es nuestra creación más importante. ¿Quién no se apasiona con las palabras? Con la Academia se me ha abierto una ventana al mundo.

Uno de esos proyectos en los que se ha implicado es ‘Cartas leídas’.

La institución tiene un archivo muy importante de cartas de escritores, en parte aún sin clasificar; cartas de la Guerra Civil, del exilio, incluso anteriores, que se cruzaban autores como Pardo Bazán, Galdós o Clarín. Pensamos que sería interesante leerlas y asomarnos a esta faceta, personal pero también literaria. Porque las suyas eran cartas de escritores. Hoy da un poco de rabia haber perdido ese momento de recogimiento interno que precedía al de sentarse a escribir una carta. Es una vivencia, que seguramente ha sido sustituida por otra, pero no la da, desde luego, el correo electrónico.

La Academia ha rechazado el lenguaje inclusivo, pero hay quienes demandan mayor compromiso.

No hay que exacerbar la batalla del neolenguaje, que parece bastante política. Creo que hay que mantener la calma e ir viendo lo que ocurre en la calle. El lenguaje es un río que siempre irá a su cauce. Creo que el excesivo desdoblamiento léxico, en general, es innecesario. No me parece un problema crucial; en cualquier caso, veremos cómo se asienta.

Hay que descartar que sea una moda.

El lenguaje camina siempre lento. Pero sí, hay modas. En mi adolescencia, por ejemplo, se decía mucho «estoy hecho fosfatina». ¿Quién lo dice hoy?

La expresión está recogida en el diccionario. ¿Hay palabras que deberían salir?

Creo que no. Tenemos que ser conscientes de la que la historia de la lengua nos da seguridad acerca de lo que somos. Yo soy partidaria de enriquecer el diccionario con etimología. 

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