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Reivindicación de Daniel Zuloaga y su cerámica

La exposición del Museo Pablo Gargallo recuerda a un personaje y una familia singulares y su relación con Zaragoza

Daniel Zuloaga en el Museo Pablo Gargallo.
Murales de trasfondo campesino de Castilla con trasfondo oriental.
José Miguel Marco.

Entre los personajes que eligieron vivir en Segovia a comienzos del pasado siglo destacaron Joaquim M. de Castellarnau i de Lleopart, naturalista célebre, e ingeniero de las plantaciones de La Granja, y Daniel Zuloaga, ceramista innovador y artista polifacético, que disponía de lo que llamaba «su laboratorio» en la fábrica de loza La Segoviana. Y fue obligado que se hicieran amigos.

El ingeniero aprendió a hacer cerámica. Juntos desarrollaron un sistema para aplicar la fotografía a esa vieja disciplina. Castellarnau recordaba en sus memorias «la charla pintoresca y vehemente de Zuloaga, que hablando, sobre todo, de arte, se entusiasmaba de tal modo, que no era sólo con palabras con lo que expresaba sus ideas, sino con sus ojos y ademanes y hasta con el temblor de sus luengas barbas de patriarca».

Tanto el ingeniero como el ceramista podían presumir de sobrinos. Tío, el uno, del escritor Josep Maria de Sagarra; el otro, del pintor Ignacio Zuloaga. Uno de los mejores cuadros de este último es ‘Mi tío Daniel y su familia’ (que se halla en Boston), donde se certifican esas barbas luengas y esa mirada visionaria, rasgos que también impresionan en su autorretrato, resuelto en relieve cerámico. Es una entre las piezas singulares que se ha traído a Zaragoza, al Museo Gargallo, para la exposición dedicada a Daniel Zuloaga (Madrid, 1852-Segovia, 1921. Se cumple, por tanto, el primer centenario de su muerte).

La exposición en el Gargallo

En el montaje de esta exposición, este autorretrato se sitúa sobre la mascarilla fúnebre que le hiciera a su amigo Pérez Galdós. Un objeto más que notable, y sintomático, también, de las personalidades con quienes se codeaban los Zuloaga: Eugenio Noel, Ramón M.ª del Valle-Inclán, Juan Belmonte... Segovia era una atalaya sobre el paisaje castellano.

Como sucederá con su sobrino Ignacio, Castilla la Vieja y el espíritu del 98 se destilan en la obra de Daniel Zuloaga. Pero le importaba más el paisanaje que el paisaje. A este respecto, merece la pena detenerse en su busto de una anciana campesina, cuya florida mantilla contrasta con su rostro adusto, y, sobre todo, disfrutar del espectáculo de dos largos frisos de azulejos con escenas agrícolas y ganaderas, plagados de personajes, de un colorido espectacular, donde destacan la variedad de los amarillos del verano, y el azul de los cielos, junto al talentoso uso de recursos pictóricos en un formato tan atípico. Los motivos son castellanos, pero el conjunto posee una gracia heredada, tal vez, del arte japonés o chino.

El eclecticismo es un término que suele sobrevolar sobre las postrimerías de XIX y sobre la Belle Époque, el tiempo de Daniel Zuloaga. Si la revolución técnica permitió a Phileas Fogg dar la vuelta al mundo en 80 días, las revistas y libros ilustrados y las colecciones de artes suntuarias, con objetos de cualquier cultura y cualquier tiempo, ofrecían un abanico de posibilidades al que parecía difícil resistirse. Es el tiempo de la gran decoración, pero también, el tiempo en que –de la mano de prerrafaelitas, nabis o simbolistas– se privilegian estilos desterrados, como el románico, o tradiciones como la persa. De ello se alimentó Daniel Zuloaga. En su día lo calificaron de alquimista. Vasijas espectaculares, con reflejos metálicos, lo justifican. También es parte del hechizo de estas obras la pureza con que se trasladan los motivos orientales.

Ecos zaragozanos

Personaje célebre en su época, autor de proyectos monumentales, como el friso de la Escuela de Ingenieros de Minas en Madrid (1888), Daniel Zuloaga merece una reivindicación como la iniciada por la Fundación Zuloaga con Margarita Ruyra a la cabeza. Es una pena que no se haya editado un catálogo. Hay muchas curiosidades que registrar en esta exposición, y hubiera sido un buen apoyo para la memoria. Están, por ejemplo, esas historias que se condensan en la primera de las salas. Este ámbito introductorio nos habla de la familia Zuloaga, de origen eibarrés, y del patriarca Eusebio, armero, grabador, renovador del damasquinado. Y tan adicto al coleccionismo como sus descendientes. Ejemplos importantes de esa manía familiar coleccionista están aquí. Sin ir más lejos, un esbozo de Goya: ‘Heridos en un hospital’.

También se nos habla en esa densa sala prologal de la relación de Daniel Zuloaga con Zaragoza. Lo fundamental se produce en 1919, en los eventos que fueron continuación de la Exposición Hispano-Francesa. Sin alejarnos mucho del Gargallo, en la calle de Don Jaime, podremos ver al aire libre una de sus estupendas decoraciones cerámicas, de las que le dieron fama en todo el mundo: la de la farmacia Rived.

LA EXPOSICIÓN

Daniel Zuloaga. ‘El hechicero de la cerámica’. Comisarios: Margarita Ruyra de Andrade y Abraham Rubio Celada. Museo Pablo Gargallo. Hasta el 17 octubre.

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