Imágenes de la capital del cierzo / 30. 'Artes & Letras'.

Una visitante centenaria recuerda los hechos acaecidos en el asedio a Zaragoza

Teresa Pierrard, testigo de los Sitios, recorrió la Exposición Hispano Francesa cien años más tarde

Imágenes de la capital del cierzo / 30.
Recinto de la Exposición Hispano-Francesa de 1908, con el quiosco de la Música, obra de José y Manuel Martínez de Ubago Lizarraga, y el pabellón de Francia.Fondos Fotográficos del SIPA. Gentileza de Rafael Margalé
Fondos Fotográficos del SIPA. Gentileza de Rafael Margalé

En 1908, lo que hoy es la plaza de los Sitios era una parte de la Huerta de Santa Engracia, escenario de la Exposición Hispano Francesa entre el 1 de mayo y el 4 de diciembre de ese año. Durante aquellos meses más de medio millón de personas visitaron la muestra, una exaltación de la reconciliación de dos pueblos que cien años antes habían protagonizado uno de los episodios más sangrientos de la historia de Zaragoza. Miembros de todos los estratos sociales tuvieron ocasión de visitar el recinto, desde integrantes de la Familia Real a los más de 36.000 obreros que fueron invitados a conocerla de manera gratuita, pasando por políticos, empresarios y figuras relevantes del mundo artístico y cultural.

El Heraldo de Aragón informaba puntualmente a sus lectores de los detalles de la Exposición, y en su edición del 28 de noviembre de 1908 incluía una pequeña nota redactada así: «Hoy recibió la Exposición la visita más curiosa de cuantas ha recibido, la de una anciana de ciento diez años, que presenció la epopeya de los Sitios. Por concesión especial, aquella venerable anciana recorrió en coche las alamedas de la ex Huerta de Santa Engracia. No fue posible lograr unas declaraciones. Ni aun el nombre y el domicilio podemos dar».

El hecho podría haber pasado al olvido como algo anecdótico diluido entre tantas otras visitas que se produjeron al recinto, pero otra publicación, 'La Actualidad', editada en Barcelona, sí se hizo eco de ella al año siguiente, poniendo nombre y apellidos a la distinguida señora que quiso ver con sus propios ojos lo que Zaragoza celebraba. Inmortalizada por Gustav Freudenthal, se la presentaba como una anciana que conservaba viva la memoria de los acontecimientos presenciados en su prolongada existencia, y recuerdos indelebles de trascendentales sucesos políticos que detallaba con minuciosidad.

La dama a la que se referían era Teresa de Pierrard y Alcédar, hija de un brigadier francés, Santiago Pierrard; que luchó con las tropas españolas hasta ser apresado y deportado a su país de origen, a la ciudad de Semur; y de la española Teresa Alcédar y Estrada. Seguramente al recorrer las avenidas, ver los pabellones y a los visitantes que encontraba a su paso, dejó que sus recuerdos centenarios afloraran por unos momentos, siendo única superviviente de una familia presente en algunos de los momentos históricos más relevantes del siglo XIX.

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Doña Teresa de Pierrard y Alcédar en un retrato publicado el 8 de junio de 1909.
Gustav Freudenthal/La Actualidad.

Sus dos hermanos, Blas y Fernando, llegaron al grado de general en el ejército. El mayor, Blas, participó en 1866 en la sublevación del cuartel de San Gil en Madrid con la intención de derribar la monarquía, acto que le valió una condena a muerte junto a, entre otros, Práxedes Mateo Sagasta, de la que se libró huyendo de España. A su regreso fue elegido en las Cortes de 1871 y 1872, año en el que murió en Zaragoza. Fernando, por su parte, llegó a ser ministro interino de la Guerra durante la I República.

Dos años más tarde, el 3 de noviembre de 1874, Teresa Pierrard a punto estuvo de presenciar el asesinato de la viuda de este último, Narcisa María Martínez de Irujo y McKean, hija del Marqués de Casa Irujo. Al tirar de la campanilla de su domicilio de la calle de la Luna número 33, asomó por el ventanillo de la puerta una mujer anciana y mal trazada anunciándole que esta no se hallaba en casa por haber ido a tomar un café. Teresa no dio credibilidad a esos hechos y dio aviso a la autoridad, que al entrar en el piso encontró el cadáver de doña Narcisa asesinada en su cama con heridas en el cuello y en la sien, provocadas por una navaja y los golpes con un almirez.

No fue la única vez que la muerte se presentó de manera inesperada en la vida de doña Teresa. Estuvo casada con Leopoldo de Gregorio y Gracia, marqués de Vallesantoro, mariscal de campo del ejército y que de niño había sido paje de Fernando VII. El 3 de marzo de 1867, al salir el matrimonio de la plaza de toros de Zaragoza, don Leopoldo quedó muerto repentinamente en los brazos de su esposa, siendo ineficaces cuantos auxilios se le prodigaron en el hospital. Teresa estuvo á punto de perder el juicio, tan pronto como se convenció de que era un cadáver su ilustre marido, a quien en los primeros momentos había creído víctima de un desmayo.

Estos tristes recuerdos pasarían por su mente al recorrer la muestra, junto a otros más agradables, por ejemplo, al ver el Museo, evocaría su participación en la Exposición Histórico Europea de 1892, para la que cedió algunos cuadros de su colección, como una hermosa cena pintada por Juan de Juanes.

Tras su paso por nuestra ciudad, Doña Teresa aún vivió algo más de dos años. Murió en febrero de 1911 en Alcalá de Henares. En su necrológica se recordaba su labor de protectora e impulsora del poblado de La Isabela, en Guadalajara, un pueblo-balneario nacido del capricho de Fernando VII, y cuyos restos hoy duermen bajo el pantano de Buendía.

Así como esos restos asoman cuando las aguas del pantano retroceden, hoy ha aflorado aquí el recuerdo de aquella anciana que paseó en coche su mirada por la Huerta de Santa Engracia.

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