LITERATURA. OCIO Y CULTURA

Padre no hay más que uno: el vínculo entre algunos escritores y sus progenitores

La huella y la ausencia paternales en autores contemporáneos: Kafka, Handke, Bernhard, Vila-Matas, Auster, Ford o Roth, entre otros

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El Premio Nobel Peter Handke, que ha estado varias veces en Zaragoza y en tierras sorianas.
Reuters

Cuánto juego ha dado a la literatura la figura del padre autoritario, el padre tirano. También el personaje del padre muerto y el sentido de orfandad, sin necesidad de llegar al parricidio, como en el caso de ‘Los hermanos Karamazov’ o en los dramas ‘Edipo rey’ o ‘Hamlet’. Cuántos autores, en ese acto de narcisismo cotidiano, se han mirado al espejo y de repente, aterrados, han visto a su padre que les mira desde ese mismo espejo.

Con su mirada, el padre les recuerda que ellos se han convertido en su padre. Ese a quien despreciaron y que combatieron, ahora ha recobrado protagonismo; porque el padre no fue amigo, es con quien confrontaron, fue el enemigo a batir para crear su propia identidad y ser distinto, aunque en el futuro cayeron en la cuenta de ser muy semejantes, porque él, el autor, está reproduciendo los mismos esquemas que tanto reprochó a su progenitor, personaje cardinal en la vida de todo ser humano.

Unos han escrito novelas para exorcizar la muerte del padre. Otros han utilizado algunas amistades como imagen simbólica del padre. O han mantenido relaciones paternales con amigos más jóvenes, tomándolos bajo su protección (Pigmalión) y ejercieron de padre autoritario con quien es menor. Todos han metido al padre en un libro. Hay quienes han sido padres pero no han conocido a sus padres (huérfanos). No es este el caso de Thomas Bernhard, sin hijos y apenas supo de su progenitor, el ebanista Alois Zuckerstätter, que murió cuando el autor de ‘Helada’ de tenía nueve años. Vivió toda su vida con la incertidumbre de quién fue su padre. Bernhard no tuvo padre sino tutor, el marido de su madre.

Tampoco preguntó lo suficiente sobre su padre Richard Ford, hijo único. Tuvo un padre de fines de semana que murió cuando el autor de ‘Acción de gracias’ tenía 16 años. Lo recuerda agradable, corpulento, cariñoso, que les visitaba los fines de semana. Cuando murió su padre todo cambió en muchas cosas para mejor. Su ausencia definitiva no le causó un desmedido dolor.

J. R. Ackerley se enteró por su tía Bunny, hermana de su madre, de que no era un hijo deseado y que sus progenitores intentaron evitar su nacimiento. Nunca se comunicó con el autor de sus días y le resultaba imposible mirarle a los ojos con naturalidad. Tras su muerte, Ackerley descubrió un padre nuevo, con una familia paralela a la suya: tres hermanas de otra mujer, una querida. El autor de ‘Mi padre y yo’ investiga, conjetura y cuando quiere preguntar ya es demasiado tarde. «Aplazamos las preguntas, porque nosotros mismos sólo las tememos, y de repente es demasiado tarde. Queremos dejar en paz al interrogado, y no herirlo en lo más profundo, y por eso no le preguntamos, porque queremos dejarnos en paz a nosotros mismos y no herirnos en lo más profundo». (‘El frío’, Bernhard).

El padre de Philip Roth no era un padre cualquiera, era el padre, «con todo lo detestable y todo lo digno de amar que hay siempre en un padre» (Patrimonio). El autor de ‘El lamento de Portnoy’, en su etapa de ‘college’, tuvo la convicción de que su padre se hallaba dentro de él; al tiempo que estimulaba su propio intelecto, estimulaba el de su padre, recibía su formación a la vez que la del padre, que tuvo que dejar la escuela por falta de recursos en la familia. Roth siempre fue el hijo niño de su padre y su padre permaneció vivo como padre eterno.

Peter Handke, en ‘Desgracia impeorable’, apenas habla de su padre, un empleado de la Caja de Ahorros y miembro del partido nazi. Fue el primer amor de su madre y el único. Tuvo un marido que ella despreciaba y que le daba malos tratos. La mujer acabó suicidándose con un cóctel de pastillas.

William Wharton novela la dedicación de un hijo a quienes le trajeron al mundo en ‘Mi padre’. El protagonista, John Tremon, cuida con toda ternura a su progenitor cuando tantas veces se levanta de un declinar irremediable. El hijo Tremon descubre un padre distinto al que conocía, o más bien desconocía.

Ni siquiera de bien adulto, Paul Auster dejó de ansiar el amor de su padre. Con motivo de la repentina muerte de quien le dio el apellido, el escritor estadounidense escribió ‘La invención de la soledad’ para que su vida no se esfumara con su desaparición. En él consigna sus recuerdos y expone el hijo que no pudo ser, un hijo decepcionante para Samuel Auster, un hombre solitario, divorciado, distante, invisible.

Aquel padre absoluto, el decisivo Hermann Kafka, que tanto atormentó a su hijo Franz, nunca tuvo en las manos aquella carta de su vástago enviada a través de su madre, Julie Löwy, quien se la devolvió al autor y que años después se convertiría en la canónica ‘Carta al padre’. Aun como los personajes de Vila-Matas, que no desean descendencia (‘Hijos sin hijos’), siempre seremos hijos. Nunca dejaremos de serlo, incluso convertidos en padres.

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