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La covid-19 hunde el sector cultural cuando por fin asomaba la cabeza

Los primeros informes confirman una caída sin precedentes de las industrias culturales debido a la pandemia. Algunas de estas actividades están a la cola en la reactivación sin restricciones que se espera de las vacunas.

Primera sesión en los cines de Puerto Venecia tras el confinamiento domicilario.
Primera sesión en los cines de Puerto Venecia tras el confinamiento domiciliario.
José Miguel Marco

Cinco lustros atrás, en torno al anterior gran aniversario de Goya de fecha redonda, se desarrolló una notable actividad científica, con publicaciones y congresos, y de dignificación y difusión de su legado, mediante restauraciones, la creación de rutas turísticas, grandes exposiciones… Y tuvo sus efectos en el conocimiento y la estima del artista aragonés más universal en su tierra natal y en el aumento de las visitas para conocer su obra. Eran otros tiempos, desde luego: la reafirmación de lo propio estaba en boga y se aprovechaban más las efemérides; había también, claramente, otra sensibilidad en las instituciones respecto a la cultura, y, sobre todo, no existía una pandemia de final incierto y consecuencias terribles limitando casi todas las actividades humanas. En esta conmemoración de 2021, la de los 275 años transcurridos desde el nacimiento del pintor, se van a perder muchas oportunidades por la covid-19.

Como se están perdiendo desde hace ahora un año en todos los campos culturales, acumulando una suspensión tras otra de festivales, conciertos, rodajes y proyecciones, presentaciones, exposiciones, experiencias de divulgación del patrimonio histórico-artístico, jornadas de debate, conferencias, talleres, salones y ferias; paralizando o abocando a la liquidación a muchas empresas; abortando proyectos que pudieran haberse materializado en los próximos años.

Basta con echar un vistazo a las semivacías agendas culturales para constatar hasta qué punto se diluye un sector que comenzaba a asomar por fin la cabeza tras su hundimiento con la crisis de 2008. Hay ya informes para confirmar esta impresión. Según uno auspiciado por la Agrupación Europea de Sociedades de Autores y Compositores, en la que participa la SGAE, el más completo y actualizado en estos momentos, la debacle de las llamadas industrias culturales y creativas europeas es mayor que la de las dedicadas al turismo y comparable a la del transporte aéreo: perdieron la tercera parte de su volumen de negocios en 2020, unos 199.000 millones de euros. Están padeciendo una devastación sin precedentes y sucede en un continente en construcción política donde son más esenciales que en otras regiones del planeta, por cuestiones de identidad pero también por su peso en el PIB de la UE (4,4% en 2019), por estar entre las principales empleadoras (7,6 millones de personas) o por el superávit comercial que generan (según los últimos datos, de 2017, de 8.600 millones). Solo no les va mal a los creadores de videojuegos, cuyas cuentas han mejorado un 9%.

Los datos nacionales más globales y fiables tardarán. Pero ya hay un estudio sobre lo ocurrido aquí en 2020, el Observatorio de la Cultura que publica la Fundación Contemporánea anualmente, que describe un panorama desolador. Es un sondeo no del todo científico, pero suele dar pistas, siempre revelador de cómo están las cosas o, al menos, del estado de opinión sobre ellas. Se envía un cuestionario a un panel de mil profesionales de todo el país entre artistas, escritores, músicos, arquitectos, cineastas, productores, editores, galeristas, directores de museos y centros de todo tipo, gestores públicos y privados, y la respuesta es voluntaria. En esta edición han participado 472 personas y los datos que arrojan sus aportaciones son, de lejos, los peores desde que comenzó a elaborarse esta encuesta en 2009: el sector ha visto cómo se desvanecía el 29% de sus ingresos el año pasado y prevé que en este la caída llegue hasta un 35%. Más: se han perdido puestos de trabajo en el 60% de las empresas culturales españolas y solamente el 32% de los trabajadores del sector ha conseguido volver a su actividad normal desde que empezó la pandemia. Las ayudas públicas, que en otros países de la UE han sido rápidas y considerables, apenas han llegado ni se les espera.

La crisis sanitaria está afectando particularmente, claro, a las actividades presenciales, a la cultura en vivo, haciendo más o menos daño según les toquen de cerca las restricciones dispuestas por las autoridades. El teatro está demostrando su resiliencia, con aforos recortados pero con salas que se mantienen abiertas desde que terminó el confinamiento casero y con producciones en marcha.

"Las ayudas públicas, que en otros países de la UE han sido rápidas y considerables, apenas han llegado ni se les espera"

La música culta, con similares obstáculos por la limitación de público, también capea el temporal desde sus auditorios tradicionales. Estos, además, se han abierto en meses pasados a sonidos que les eran ajenos: pop, rock, folk, rap… Se visualiza fácilmente repasando la programación reciente de la sala Mozart de Zaragoza, donde en la misma semana coinciden, por ejemplo, Al Ayre Español, grupo que recupera e interpreta el repertorio barroco nacional, con la Mala Rodríguez o Natalia Lacunza.

Estas dos últimas ya no encuentran acomodo en el que era su circuito habitual y el de sus colegas: las salas de conciertos y los festivales. Las primeras siguen cerradas y algunas asomándose al abismo de bajar la persiana para siempre. Se encuentran al final de la cola de la reactivación sin restricciones que, se supone, traerá la vacunación en los próximos meses. Los otros afrontan un segundo verano muy negro. La catarata de cancelaciones entre los más multitudinarios se ha puesto en marcha: la han anunciado el más importante del mundo, el Glastonbury inglés, y aquí, en España, el barcelonés Primavera Sound del próximo junio. Los aragoneses que convocan más público, Pirineos Sur, Monegros Desert y Vive Latino, mantienen su convocatoria, aunque es hartamente improbable que se celebre cualquier festival de música popular si no es en un formato íntimo y con restricciones de separación interpersonal (y, así, a pocos les salen las cuentas).

La gran paradoja de todos estos meses es que mientras muchos trabajadores de la cultura perdían su sustento, el consumo de los bienes que producen crecía apreciablemente, sobre todo en las semanas de confinamiento domiciliario pero también después. Por ejemplo, en 2020 se batió un récord de número de lectores frecuentes y de tiempo dedicado a la lectura en España, según un informe recién divulgado por la Federación de Gremios de Editores y el Ministerio de Cultura.

Otro efecto que puede interpretarse como positivo es el impulso hacia la transformación digital forzado por la crisis sanitaria. Volviendo al Observatorio de la Cultura, un 75% de los encuestados adaptó en 2020 algunas de sus actividades anteriores a los entornos virtuales y un 64% creó nueva actividad ya en ellos. Lo cual se ha visto correspondido con un gran aumento de las audiencias de páginas web y redes sociales de prácticamente todos los profesionales de la cultura (97%), pero solo con mayores ingresos para un 8%.

Experiencias descafeinadas y unas novedades que no llegan

La pandemia está teniendo un tremendo efecto no solo en la producción cultural sino también en las vivencias del público, que debe permanecer siempre embozado y manteniendo una asepsia interpersonal que no casa con algunos ritos, por ejemplo los de los conciertos de pop, rock y otras músicas populares, difícilmente concebibles sin el roce colectivo. Los artistas y los programadores no se resisten a estar mano sobre mano y se han montado hasta sesiones de electrónica de baile con los asistentes sentados en butacas. Unas experiencias que dejan en estos una sensación agridulce: es lo que hay y todo lo que puede haber en estos momentos de crisis sanitaria, pero es tan poco, ay, respecto a lo que hubo hasta marzo de 2020...

La expansión de la covid ha afectado también a la forma de ver cine. Por un lado, acelerando el declive de la exhibición tradicional en beneficio de las pantallas caseras y de los gigantes que mueven contenidos en línea. En Zaragoza, y empujado por la escasez de estrenos con tirón popular en meses pasados, esto ha llevado a una cascada de cierres en los multicines situados en centros comerciales. Pero, por otra parte, está alentando también un curioso y esperanzador fenómeno de reconocimiento de las películas como hecho artístico, con reposiciones de grandes títulos que están teniendo éxito en las salas supervivientes.

Respecto a los nuevos contenidos culturales que llegan al público, de momento poca cosa hay que esté relacionada con el virus que ahora combate la humanidad y merezca la pena intelectual o estéticamente, más allá de algunas producciones audiovisuales que han reflejado los días de encierro domiciliario. Aún no ha llegado la hora de las grandes películas, series, canciones o novelas, u obras plásticas, hijas de esta época de tristeza y parálisis, las que nos ayuden a asimilar lo que nos está pasando individualmente y como sociedad, las que nos permitan proyectarnos hacia el futuro.

Y eso que ha habido mucho tiempo sobrevenido para la creación durante el confinamiento y los meses posteriores de baja actividad, y una realidad cotidiana muy disruptiva para estimularla, inimaginable hace un año. Es como si no ha pasado el tiempo suficiente, o que existe un pudor por desnudar las emociones de estos meses o una resistencia a aceptarlos o, quizás, una gran confianza en que pronto quedarán atrás y las mascarillas solo serán un mal recuerdo en los archivos documentales.

HERALDO publicará el próximo día 15 de marzo un suplemento especial en el que se repasa cómo ha sido el año de pandemia en muy diferentes ámbitos. También se ofrecerá información, reportajes, testimonios y mesas redondas con personalidades aragonesas.

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