Aurora Charlo lleva la vida entera, o casi, entregada al arte. Y en concreto a una disciplina exigente como es la acuarela. Ha hecho de ella su territorio de creación, de experimentación, de reflexión y de búsqueda constante.

La acuarela exige rapidez, precisión y templanza, y le ha permitido muchas cosas: sobre todo viajar, admirar el paisaje, recorrer nuevos espacios. Le atrae casi todo: ciudades envueltas en nieblas o en luces particulares, casi oníricas; riberas, playas, bajíos, puertos; montañas, colinas, senderos, de Aragón y otros lugares del mundo; lagos, ríos, umbrías;jardines, flores, huertos. Y le interesan siempre los bosques, con sus malezas, su arbolado, sus umbrías, sus claros, sus enramadas, esos espacios secretos que dan mucho juego cromático y de atmósferas.

Precisamente de sus paisajes, de sus colecciones de luces e instantes, ha nacido su mascarilla. Como varios de los artistas que asoman a la sección, ha hecho varias pruebas. Hace no demasiado confesaba en estas páginas la artista: «Cada vez sigo menos las noticias porque me ponen muy nerviosa. Hago mucho ‘Whatsapp’ con amigos y nietos. De noche, leo dos o tres horas. Estos días con Almudena Grandes y leo mucho en formato digital».

Del confinamiento se ha liberado en la naturaleza, y ahí ha salido esta pieza que tiene todas las características de sus acuarelas: beldad, latido, armonía, elegancia, tensión cromática, sin duda, y esa pasión particular que exhibe por unos tonos especiales, no necesariamente vivos, sino suaves, apacibles, y en este caso, de apariencia floral.