entrevista

Eduardo López Banzo: «Donde un músico da de verdad el callo es en directo»

El director de Al Ayre Español trabaja y lidia con las muchas incertidumbres para reencontrarse por fin con el público, tras cinco meses en dique seco por la covid-19

Eduardo López Banzo, en la plaza de los Sitios, en Zaragoza
Eduardo López Banzo, en la plaza de los Sitios, en Zaragoza
Guillermo Mestre

Este verano, para Al Ayre Español, acostumbrado a girar en estos meses, se resiste a comenzar. Hasta finales de agosto (el 21 en la iglesia de San Martín, en Hecho, y dos días después, en Stresa, en el Piamonte), no reaparecerá el grupo músical. ¿Está con ganas?

Todos tenemos ganas de volver a los escenarios. Pero, por otra parte, hay como tanta incertidumbre, una sensación de que todo es tan frágil, que de alguna manera sientes la sensación de que estás forzando la maquinaria. Y no es exactamente así porque, en realidad, en los espacios de cultura se está teniendo mucho más cuidado con la seguridad de la gente que en otros lugares volcados al turismo, en los que se está haciendo bastante caso omiso a las reglas de juego que tenemos ahora. Así que sin mala conciencia ni nada de eso, pero con la sensación de que estás en un terreno pisando huevos. A ver qué haces... Es verdaderamente una situación tan anómala, tan extraña, tan distinta a lo que habíamos visto hasta ahora, que a veces no sabemos ni como comportarnos.

¿Cómo han sido los meses pasados?

Por un lado, de amargura y tristeza por todo lo que ha pasado, la gente que ha fallecido, lo que se ha sufrido, lo que se ha perdido en trabajo, las empresas que cierran... Pero, por otro lado, en el terreno más personal, a mí francamente me ha venido casi hasta bien. Sí que he perdido muchos conciertos, aunque la mayoría se hayan pospuesto, pero he encontrado tantos momentos de paz en los que crear cosas y dedicarme a asuntos a los que yo pensaba que nunca iba a poder atender, que, en el fondo, ha tenido su parte positiva.

Usted pasó la covid-19.

Fue tan leve que ni me enteré. La primera persona que me dijo que tenía el coronavirus fue mi prima, que es médico y que, comentando con ella cómo me encontraba, me dijo que estaba clarísimo que lo tenía. Y, efectivamente, posteriormente, me hice la prueba que llaman Elisa y salió que lo había tenido y que era supuestamente inmune, aunque ni esto se da ahora por hecho.

Durante el confinamiento, hubo colegas suyos que se ‘virtualizaron’ para mantener el contacto con el público. Pero la experiencia de la música en vivo es insustituible, ¿verdad?

El hecho de tocar un instrumento delante de un público no deja de ser la mayor experiencia artística y humana que puede haber tanto para el que escucha como para el que interpreta, porque, realmente, cuando tocas, lo haces para alguien. La sensación delante de un aparato digital, por mucho que pienses que al otro lado hay alguien escuchándote, es distinta. Estás solo y se pierde la chispa, la energía. Estar cerca de las personas, sentirlas, hace que tu reacción sea distinta. Donde uno de verdad da el callo, donde se arriesga, donde demuestra lo mejor o peor músico que es, es en directo. A día de hoy, todavía es necesario para la sensibilidad de muchas personas el que siga existiendo la música en directo. 

Mientras llega esa vuelta a los escenarios, ¿en qué ocupa sus días?

Hay muchas cosas que hacer. Hay quien piensa que la música es salir a pasar un rato agradable ante el público, pero tiene detrás mucho trabajo, de investigación y técnico. Cuando llego a mis ensayos con los músicos, tengo que ir con una idea muy clara de lo que quiero porque, si no, no sirven para nada; eso significa horas de estudio, de preparación de la partitura.

¿Qué le gusta hacer en verano?

Si le digo la verdad, preferiría no actuar estos meses porque soy muy sudoroso, paso mucho calor, el verano casi me resulta incómodo para hacer música. Pero, claro, justamente es el momento cuando más se reclama la música, y buena parte de este tiempo lo dedico a trabajar y hacer que la gente disfrute con lo que hacemos... Pero a mí lo que me gusta hacer en verano es esperar a que llegue septiembre, que es cuando cojo mis vacaciones, y largarme a un sitio a descansar.

¿Y qué recuerda con más añoranza de los veranos de la infancia y la juventud?

Por un lado, la música, también, porque era el momento en que aprovechaba para ir a cursos, para contactar con profesores de primer nivel con los cuales aprender mucho. Pero, asimismo, las muchas veces que nos íbamos de veraneo a casa de mi abuelo en Vic, en Barcelona, con un montón de recuerdos relacionados con cosas que ya se han perdido, como ir a una lechería, por ejemplo, o salir al campo; un contacto intenso con la naturaleza que echo en falta.

A Al Ayre Español le queda mucho, todo el recorrido. ¿Qué espera de los próximos meses para su grupo?

Voy camino de los 60 años y no es que esté mayor, pero hay un momento de madurez, de tranquilidad, de relajación. La prisa que antes tenía, el ardor, desaparece, y apetece refelexionar sobre cosas que se han hecho y poner en marcha proyectos basados en esa experiencia de años pasados. Espero que esta situación no dure mucho y podamos realizarlos en un ambiente lo más parecido posible al anterior, sin la sensación de agobio y de incertidumbre de ahora. Esta nueva normalidad no me parece muy normal.

El próximo otoño ¿es temible?

Mientras no aparezca la famosa vacuna, estamos a merced de los caprichos de este virus. Si no ponemos todo de nuestra parte para evitarlo, seguiremos pagando caras las imprudencias. Hay que armarse de mucha paciencia y de mucha responsabilidad y esperar que en otoño las cosas no se recrudezcan. Temo por todo. Todo va a depender de que se aprenda de lo que estamos pasando y nos pongamos un poco firmes para que no vuelva a ir a más.

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