Imágenes de la capital del cierzo / 21. 'Artes & Letras'

La antigua facultad de medicina y ciencias de Zaragoza en 1893


Un puente olvidado, una puerta que ya no existe y un edificio singular con una escalinata para el encuentro

Imágenes de la capital del cierzo / 21. 'Artes & Letras'.
El edificio civil zaragozano más grande de su época visto desde uno de los hotelitos de la glorieta de Pignatelli.
Colección José Luis Cintora.

Introducción: 1876.

Aquello era un no parar.

- Sr. Magdalena, que muy bonita su iglesia para Garrapinillos. Ayer fui a verla. ¡Ah, no se olvide usted que esta tarde tiene reunión con el jefe de bomberos!

- Don Ricardo, revise esta pila de expedientes de obras y ya si eso se va pensando un matadero para la ciudad, que los que tenemos dan asquito.

Y es que el bueno de aquel joven servidor público no sabía decir que no. O, mejor dicho, no podía.

Recién nombrado arquitecto municipal interino por enfermedad de su titular, don Segundo Díaz, con casi todo aún por demostrar y con unos estudios profesionales becados por el Ayuntamiento de Zaragoza, Ricardo Magdalena Tabuenca, ya a sus veintisiete años era perfectamente consciente, y así lo dejó escrito, de que «todo lo que era y todo lo que podía ser lo debía a la munificencia» del consistorio. Y eso pesa, mucho.

Nos enfrentamos a un gran proyecto. Hay que darlo todo.

Este encargo le fue asignado en 1886, diez años después de la supuesta escena anterior. No era cosa menor, no en balde la solicitud venía firmada por el mismísimo ministro de Fomento, don Eugenio Montero de los Ríos.

Se trataba de levantar una construcción de nueva planta que acogiese las facultades de ciencias y de medicina de la ciudad. El viejo edificio de la Universidad Literaria de la plaza de la Magdalena, muy alabada por mostrar todavía las cicatrices del bombardeo al que lo sometieron los franceses casi ochenta años antes, se encontraba en un estado deplorable.

Sus nobles y desvencijadas paredes aún eran capaces de acoger, entre otros, a los alumnos de ciencias. Los de medicina, en cambio, tenían que cursar sus estudios en unas pésimas condiciones higiénico-académicas en el más que bicentenario Hospital de Nuestra Señora de Gracia, el “Provincial”, por depender de la Diputación de Zaragoza.

El sitio elegido para tan magna obra fue el “Campo de Lezcano”, una parcela de terrero extramuros de la Zaragoza medieval enclavada enfrente de la glorieta de Pignatelli (hoy plaza de Aragón) justo en el cogollo de lo que con el paso de los años sería el nuevo centro de la ciudad merced a los futuros ensanches que expandirían ésta hacia el sur y el suroeste.

Se bendijo la primera piedra el 21 de marzo de 1887.

Llevó tiempo levantar un edificio de estas dimensiones y magnificencia. Prolongáronse las obras más tiempo del inicialmente esperado, cuatro años, debido a problemas de cimentación y a la necesidad de componer una defensa de las nuevas instalaciones frente a las avenidas de la Huerva.

No fue, pues, hasta el 18 de octubre de 1893 cuando pudo inaugurarse debidamente la nueva sede de las facultades. Quizás influyera algo en ello que aquel preciso año se conmemoraban los trescientos de la finalización de las obras de la antigua Universidad en tiempos de don Pedro Cerbuna. ¡Casualidades de la vida!

Cuenta la prensa de la época que presidió el acto el Excelentísimo Señor Ministro de Fomento don Segismundo Moret, en representación de la reina regente doña María Cristina de Habsburgo y su augusto hijo, Alfonso XIII. A su lado, el obispo de Huesca y don Julián Calleja, senador que fue por la Universidad de Zaragoza desde 1881 y, posteriormente, Director General de Instrucción Pública, verdadera “alma mater” del exitoso proyecto.

¿Y cómo era el edificio, en qué momento nos enamoramos de él, a qué dedicaba el tiempo libre?

Vista a la foto, ¡ar!

¿A que lo notan? Era(es) grande, de proporciones excesivas si tomamos como medida la arquitectura civil de la época. Un motivo de orgullo, por otra parte, para la ciudad que lo acogía y sus habitantes.

Se estructuraba… estructura, que aún lo tenemos a la vista, carape, en dos edificios principales muy propios de su autor, zaragozano que durante su formación había tenido que aprender y copiar “par coeur” modelos locales en los que convivían materiales (el ladrillo, el azulejo), elementos estructurales (los grandes aleros o rafes, las galerías superiores de arquillos) y estilos (el mudéjar) autóctonos.

Los inmuebles a los que nos referimos en el punto anterior eran: el más visible, el que acogía las facultades, aula magna, biblioteca, laboratorios, etc. universitarios y el más modesto del hospital clínico que hoy hace las funciones de facultad de ciencias económicas. A ellos se unió en 1905 el todavía más modesto del depósito de cadáveres, hoy reconvertido en ludoteca municipal.

Pasen ustedes todo este acervo por el tamiz de la modernidad, del que se toman los elementos metálicos, cerámicos y vitrales de ornamento y de ese historicismo imperante en la época que bebía de glorias nacionales pasadas más o menos fidedignas, “et voilà!”… Vale, lo reconozco, falta el genio del autor, un intangible del que don Ricardo Magdalena demostró en estas y otras ocasiones que iba más que sobrado.

Imágenes de la capital del cierzo / 21.
Detalle de la puerta de Santa Engracia en su tercera ubicación / Colección José Luis Cintora.
Colección José Luis Cintora.

Lo dicho. A la foto, ¡ar!

De izquierda a derecha nos encontramos con el río Huerva sin cubrir. Su confinamiento entre dos paredes de hormigón laterales y una superior no se produciría hasta casi treinta años después, a mediados de los veinte del siglo XX, dando lugar a la posterior y paulatinamente urbanizada Gran Vía.

Presente pero invisible a nuestra mirada en el extremo occidental de la imagen, el decimonónico puente de Santa Engracia, ponía en comunicación las dos orillas del cauce y permitía a los zaragozanos y sus accesorios (acémilas, carros, tranvías de tracción de sangre) poner rumbo hacia el paseo de Torrero, posterior y actual de Sagasta, y las exóticas “tierras” de Torrero y su playa. Persiste el puente pero no podemos verlo; el asfalto nos lo impide. Pero ahí está, ¿eh?

El protagonismo del centro lo copa el ya muy mencionado edificio de las facultades. A su izquierda se intuye más que se ve el tradicional camino de la Romareda, posteriormente conocido como “de los cubos” y actual calle del Doctor Cerrada.

Y en su frente, en primer plano, un recién arbolado espacio coincidente aproximadamente con la actual plaza de Basilio Paraíso y la conocida como tercera puerta de Santa Engracia, de tres vanos, a la sombra de una de las jambas del central parecen guarecerse de los rigores del mediodía dos empleados del fielato municipal.

Imágenes de la capital del cierzo / 21.
Detalle de la puerta de Santa Engracia en su tercera ubicación / Colección José Luis Cintora.
Colección José Luis Cintora.

Epílogo fúnebre.

Con una esposa y una prole de catorce retoños a sus espaldas, a don Ricardo se le fue la vida. Se le enterró con pompa y honores propios de los más grandes el 29 de marzo de 1910. Tanta era la devoción popular por aquel que había legado a su ciudad natal decenas de obras públicas en la mejor tradición historicista que, asegura la prensa local, seis mil zaragozanos se lanzaron a las calles a llorar y persignarse al paso de un cortejo fúnebre pocas veces visto en Zaragoza.

Ayer visité el cementerio municipal de Torrero. Por azar me topé con la capilla en la que reposan sus restos. Me acerqué a ella y toqué con la punta de mis dedos su barandilla. Musité infantilmente:

-Don Ricardo, don Ricardo…

-Dígame, joven –creí escuchar cuando ya encaminaba mis pasos hacia la salida del camposanto.

-Nada, nada, perdone usted que perturbe su descanso eterno. Era una tontería.

-No se preocupe. No me inoportuna en absoluto. Al contrario, es un placer, no recibo visitas habitualmente. No le reconozco, ¿a qué se debe su interés?

-Estoy escribiendo un texto sobre una de sus obras, ¿sabe?

-¿Para el HERALDO? -asentí en silencio-. Pero… -se sorprendió el finado- ¿es que aún después de muerto alguien se acuerda de mí? No es propio de la España que yo conocí.

-Es una historia muy larga. Otro día se la cuento. Tengo una cita en las escaleras de la facultad de medicina y ciencias y voy con retraso, ¿sabe?

-Sí, sí, la facultad. Lo que nos costó levantar aquello. Siete millones de ladrillos, siete… Tres millones de pesetas, tres…

A estas alturas yo ya no le escuchaba. Le debo una visita. Y una disculpa. La cara del conductor indicaba bien a las claras que el autobús no iba a esperarme.

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