HOMENAJE

El legado del arquitecto Magdalena

La obra y la estética del trabajador incansable que forjó la moderna Zaragoza un siglo después de su muerte.

Portada de la afrancesada iglesia de Garrapinillos.
El legado del arquitecto Magdalena
ARCH. A. HERNÁNDEZ

Concluye este año 2010 y ha pasado sin alharacas ni sobresaltos un acontecimiento: el centenario de la muerte del arquitecto municipal Ricardo Magdalena Zaragoza, 1849-1910), que trabajó fielmente para el consistorio zaragozano entre 1876 y 1910, fecha de su fallecimiento, es decir, durante casi cuatro décadas (34 años, para ser precisos). Una circunstancia que, es probable, hubiera sido de su gusto, puesto que de natural circunspecto y discreto, era bien sabido en su época por aquellos que le frecuentaban y conocían, que rechazaba los reconocimientos excesivos y las adulaciones.


Testamento material y simbólico

Sin duda, alejándonos de las características fastuosas conmemoraciones propias de tiempos recientes pero poco adecuadas para la situación en la que nos encontramos, el mejor reconocimiento que podemos hacer a la obra de este arquitecto es visitar sus edificios, utilizarlos correctamente, conservarlos de manera adecuada y respetuosa, y aprender de ellos las cualidades (muchas) que tienen de cara a nuestro presente. Un legado material y simbólico que nos rodea y nos habla si tenemos la sensibilidad y la paciencia para mirarlo y escucharlo.


Ricardo Magdalena es un arquitecto bien conocido en la historia de la arquitectura aragonesa. Fue el artífice desde muchos puntos de vista de la recuperación de las artes de la construcción en la ciudad y de la transformación de la misma de una ciudad feudal ligada al Antiguo Régimen a una ciudad burguesa y liberal (de hecho, a él se debe la iniciativa de abrir en 1903 el primer despacho moderno de arquitectura e ingeniería en nuestra ciudad). En segundo lugar, Magdalena fue el responsable de crear la imagen de Zaragoza a muchos niveles desde la escala más monumental (los grandes edificios públicos que diseñó como el actual Paraninfo, el Matadero Municipal y la Antigua Universidad Literaria, tristemente desaparecida, y el Museo de Bellas Artes) a la más discreta y efímera dando forma a actos sociales que representaban los valores de la sociedad del momento como la organización de una gran cabalgata para la celebración de la inauguración de la Escuela de Artes y Oficios en 1895, un triunfo desde el punto de vista de la educación y el progreso de la ciudad, o su participación relevante en la Exposición Hispano-Francesa de 1908 organizada por Basilio Paraíso, en la que supo transmitir a través de los edificios diseñados por su mano, los valores de concordia y progreso sostenidos por Paraíso.


Y, en tercer lugar, desde un punto de vista estrictamente arquitectónico e histórico, el arquitecto consiguió recuperar para la ciudad una monumentalidad que se había perdido desde hacía décadas, truncadas violentamente las artes y la cultura con el episodio de la guerra de la Independencia, que dio paso a un siglo, el XIX, que en el plano arquitectónico no empezaría a florecer sino a partir de 1875.


Ricardo Magdalena se enfrentó, por tanto, a una ciudad todavía herida por las secuelas de los Sitios, en la que prácticamente las últimas realizaciones arquitectónicas de interés se habían producido en el siglo XVIII con la intervención de Ventura Rodríguez en la basílica del Pilar (1750).


Y Magdalena lo hizo en un momento en el que en el medio profesional y cultural, la sociedad española, al igual que el resto de las contemporáneas europeas, se preguntaba cuál podía ser el estilo nacional con el que identificarse.

Ricardo Magdalena encontró la respuesta en sus raíces locales, reconociendo que los dos momentos más brillantes del arte aragonés eran el mudéjar, en la edad media, y la arquitectura civil del renacimiento, de la que todavía quedan sobresalientes ejemplos en nuestra ciudad.


Con estas dos claves, que fueron determinantes para la recuperación de la fábrica de ladrillo como tradición constructiva más genuina y adecuada a los edificios de la época, una de las principales aportaciones del arquitecto, y sobre todo con la formación adquirida en la Escuela de Arquitectura de Madrid, donde estudió entre 1868 y 1873, en la que Magdalena se empapó de la cultura arquitectónica francesa (Durand, Reynaud, Viollet-le-Duc, Raguenet, etc.) dominante en la época, el joven Magdalena se enfrentó al reto de renovar la arquitectura aragonesa. Para ello contaba como instrumento básico con un método de diseño y composición de los edificios aprendido en la Escuela y basado en autoridades como Durand, en el que dominaban principios como la claridad, la simetría y la funcionalidad, bien evidentes en los edificios proyectados por el arquitecto como el Museo de Artes o el Matadero, un establecimiento pionero en su momento, que llamó la atención de los profesionales y del público de la época por su grandiosidad, su lógica funcional y la perfecta adecuación de las construcciones a las necesidades de abastecimiento de carne de una ciudad en crecimiento como era la Zaragoza finisecular. Características que hicieron que este edificio apareciera comentado y difundido en las principales revistas de arquitectura de la época, tanto nacionales como internacionales.


Una proyección imparable

De hecho, Ricardo Magdalena ha sido el arquitecto aragonés que más proyección ha tenido fuera de nuestra comunidad autónoma, tanta como décadas más tardes tendría el famoso arquitecto pionero del racionalismo Fernando García Mercadal.


Los edificios diseñados por Magdalena fueron puntualmente recogidos por revistas como Arquitectura y Construcción o La Construcción Moderna, siendo objeto incluso de relevantes estudios monográficos como la publicación realizada sobre el edificio para Facultades de Medicina y Ciencias escrita por el prestigioso arquitecto madrileño Enrique Repullés y Vargas y difundida, un año después de la inauguración del edificio, en 1895, en la colección de libros de arquitectura española contemporánea editada por la revista Resumen de Arquitectura.


Este edificio, en concreto, fue la única obra arquitectónica aragonesa de la época incluida en la mencionada colección y la construcción que consagraría definitivamente la fama de Magdalena como el arquitecto más importante en el tránsito de los siglos XIX al XX.


¿Por qué llamaba tanto la atención el arquitecto fuera y dentro de los límites de nuestra región? Sin duda por las razones antes expuestas, pero sobre todo porque los aragoneses en general y los zaragozanos en particular, se sentían identificados con el estilo del arquitecto porque “todo en él les recordaba Aragón” (estas son opiniones publicadas en la prensa de la época), tanto por la utilización del ladrillo como elemento constructivo y decorativo, el recurso a la cerámica aplicada a la arquitectura que remitía al arte mudéjar, el uso típico del renacimiento de grandes aleros volados sobre las fachadas, estas eran algunas de los elementos familiares para la población, que fueron reutilizados y reinterpretados por Don Ricardo (como se le llamaba en su tiempo), en edificios que no eran una cita exacta de la arquitectura del pasado, sino una reinterpretación en clave del eclecticismo, pensamiento dominante en la cultura del siglo XIX.


Un estilo que, sin embargo, no fue un estrecho corsé para el arquitecto, sino que le permitió transitar por otros ámbitos arquitectónicos como el modernismo, el estilo que marcó una moda a finales del siglo XIX, y que en nuestra ciudad tuvo ejemplos tan significativos como toda la arquitectura efímera levantada con motivo de la Exposición Hispano-Francesa de 1908 (sobre todo el Gran Casino, obra también de Ricardo Magdalena, que fue director de obras del evento), y otras obras permanentes como la magnífica Casa Juncosa, construida en colaboración con el arquitecto José de Yarza, que por fortuna aún se conserva en el paseo de Sagasta.


Magdalena se permitió, incluso, explorar vías tan poco usuales en la arquitectura española decimonónica como el estilo neoegipcio, una tendencia también de moda a raíz del estreno en nuestro país de la ópera ‘Aida’ de Verdi en el Teatro Real de Madrid en 1874, y del que Magdalena fue, junto con el arquitecto catalán José Vilaseca, el máximo exponente en España.


Prueba de ello son no sólo los numerosos detalles decorativos inspirados en el antiguo Egipto que se encuentran en sus obras y que todavía hoy podemos observar en la decoración del interior del Teatro Principal o del Casino Principal de Zaragoza, situado en el antiguo Palacio de Sástago de nuestra ciudad, sino que conservamos un extraordinario y ya centenario establecimiento comercial: Pastelería Fantoba, diseñado por el arquitecto en 1885, que es una loa al arte del antiguo Egipto.


Pasión, talento y compromiso

Ricardo Magdalena se nos muestra como un profesional con una enorme capacidad de trabajo, un fortísimo compromiso con Zaragoza, la ciudad en la que desarrolló íntegramente su trayectoria profesional, a pesar de recibir encargos de otros lugares como el kiosco para la música del bulevar de San Sebastián, y un profundo respeto por su vocación y su profesión: la arquitectura, en la que, basándose en una concepción integral de la misma en la línea del movimiento ‘art and crafts’ inglés y rodeado de los mejores artesanos y artistas de la época, exploró los campos más diversos, desde el diseño industrial hasta la arquitectura efímera, desde la arquitectura civil a la religiosa, sin olvidar el urbanismo, puesto que a él se deben numerosas alineaciones de las calles del centro histórico de nuestra ciudad, además del trazado de nuevas vías como el paseo de Sagasta, el paseo de Pamplona y la urbanización de la Huerta de Santa Engracia, además de un importante proyecto de ensanche de la ciudad diseñado en colaboración con el topógrafo Dionisio Casañal en 1906.