LITERATURA ARAGONESA. 'ARTES & LETRAS'

El siglo de Rosa María Aranda: la pasión por la palabra y la furia de vivir

Su hijo Alfonso de la Figuera edita sus obras y rescata ‘La rebelión nació con el diablo’, su novela maldita de 1950 que no superó la censura

El siglo de letras de Rosa María Aranda.
Retrato de juventud de Rosa María Aranda.
Aurelio Grasa / Archivo De la Figuera Aranda.

A mediados de los años 80, conocí a Rosa María Aranda (1920-2005). Solía aparecer una o dos veces a la semana por el estudio de la pintora Berta Lombán con sus poemas, que compartía con otros colegas como los poetas Guillermo Gúdel, Fermín Otín, que también era anticuario, y Raimundo Lozano, marido de la artista y autor en activo de poemas y cuentos. De vez en cuando, Rosa, al hacer repaso de su carrera literaria, regalaba fragmentos de su vida: había sido una gran nadadora, esquiadora y montañera. Su marido, Fernando de la Figuera, era memoria viva y deportiva de Zaragoza, pese a haber fallecido en 1967. Su nieto Olivier Vilain ha escrito: " Mi abuelo Fernando de la Figuera fundó la Federación Aragonesa de Natación (FAN), e incluso fue el entrenador de la que fuera a la postre su mujer, Rosa María Aranda (mi abuela), quien con el consejo de Fernando, llegó a ser una de las mejores nadadoras de España en los años 40".

Rosa contaba más cosas: había sido finalista de varios premios importantes, tenía manuscritos inéditos para dar y vender, y a veces, como quien no quiere la cosa, decepcionada con la sociedad literaria en general, decía que había conocido a un juncal Camilo José Cela, que curaba una tuberculosis en su primera juventud, experiencia que daría lugar a su novela ‘Pabellón de reposo’.

El pasado 23 de enero se cumplió un siglo del nacimiento de Rosa María Aranda, que tuvo una hermana pintora, Pilar Aranda, casada luego con el pintor Francisco San José, con estudio en la calle Fuenclara, que fue el refugio de su historia de amor que vivió la artista con el poeta e historiador de Juan Eduardo Cirlot, a su paso por la ciudad, durante su servicio militar. “Lo traté muy vagamente, pero sé que era muy amigo de mi hermana Pilar, que era una mujer muy atractiva y despertó grandes pasiones. A los dos les gustaba mucho Egipto”, contaba Rosa María Aranda.

El siglo de letras de Rosa María Aranda.
Rosa María Aranda en su madurez, en su casa.
Archivo De la Figuera Aranda.

Su hijo Alfonso, el penúltimo de los seis que alumbró, se ha propuesto un loable empeño: editar la obra inédita de su madre, que es abundante: casi una veintena de poemarios, una treintena de relatos y obra breve, y una docena de novelas. En esa tarea generosa y noble, Alfonso publicaba el pasado marzo su novela ‘La rebelión nació con el diablo’ (Editorial Cañamañas. Colección Rosaranda), una narración que cuenta la historia de una mujer, Ana, infelizmente casada con Antonio y madre de dos hijos, que descubre el desencanto de vivir en el clima tenebroso del franquismo, donde las mujeres vivían una suerte de “esclavitud legal” en el matrimonio.

Ana tiene el carácter indómito de Rosa María, la furia de vivir y buscar, la condición de extranjera en su propia existencia. Y decide dejarlo todo y se marcha al París de las vanguardias para cumplir un sueño de creación, libertad y amor: un amor pleno y carnal, la química de la pasión. Esa novela la acabó en 1950, y fue censurada, o eso piensa Alfonso, y también lo afirma Rosa; fue finalista en varios premios importantes, entre ellos el Café Gijón y el Nadal.

Antes había publicado, ‘Boda en el infierno’ (1942), que fue adaptada el cine por Antonio Román, y compartió el Premio Nacional de Cinematografía con ‘Raza’, basada en un guión de Jaime de Andrade, seudónimo del general Franco; el libro nacía de un curioso anecdotario: apareció por Zaragoza, en el inicio de la posguerra, un marinero que le contó la historia de un español que se había casado en Odessa, y ella transformó el relato en novela. Como Franco renunció al dinero del galardón, Rosa María no iba a ser más que el dictador y tampoco percibió nada.

Después publicó ‘Cabotaje’ (1943) y ‘Tebib’ (1945, en una edición al cuidado del poeta e impresor Luciano Gracia), y estuvo muchos años sin publicar nada. “Yo siempre he querido crear lo mío, con libertad, no me apetece escribir al dictado. Para mí la literatura ha sido vocacional, una pasión. Siempre he querido escribir y he querido hacerlo muy bien. Aprender día a día”, explicaría en un diálogo que mantuvimos en su casa poco antes de su muerte.

El siglo de letras de Rosa María Aranda.
Retrato de una gran deportista, campeona de natación.
Archivo De la Figuera Aranda.

En sus memorias, es aún más precisa con esta novela: “Yo escribía rodeada de niños por todas partes y producto de aquel guirigay que se armaba a mi alrededor cuando vivíamos en la calle Cervantes fue la novela que terminé, la de más éxito sin haber sido publicada: 'El grito'. Fue finalista en cinco premios importantes, uno tras otro. Mi corazón estaba ya achuchadísimo de tantas emociones inútiles. Le cambié varias veces el título por varias razones pero –ya estamos otra vez con la censura y los censores– jamás le dieron luz verde a esa novela cuya edición esperaba pacientemente. Que no. En aquellos tiempos (alrededor de 1950) eran demasiado el abandono del hogar marital y los hijos, un suicidio y un apasionado amor fuera del matrimonio.”

La novela aborda otros asuntos: la inadaptación de un ser humano a todo lo que le rodea, la idea de maternidad (Ana no parece sentir esa pulsión), la locura, la creación, el amor ideal y el paso hacia la plenitud del sexo (“Le pedían al amor lo que los hombres no pueden dar”, apunta), la amistad, las equivocaciones (“Es muy triste pensar que a lo largo de la vida nos equivocamos en todo”, medita la protagonista) y el engaño. En otra reflexión, esta mujer confiesa: “Mentir es un acto que hay que practicar en abundancia mientras vivimos”.

Rosa María Aranda fue, a su modo, una adelantada a su tiempo: existencialista, rabiosa, intensa, con una vocación de escritora indiscutible, que merecía que un sello profesional o institucional tuviese un gesto de reconocimiento hacia su trayectoria como lo tuvo Eloy Fernández Clemente cuando publicó sus memorias en 2003: ‘Paisajes internos. Anecdotario vital’ (BarC). Colaboró en prensa y radio, recuperó el pulso de publicaciones en los años 80 y logró editor su poemario 'Fiera solitaria' en Torremozas; conquistó dos premios de novela, en Calatayud y en Extremadura. Magdalena Lasala la ha incluido, con razón, en su galería de mujeres ‘imprescindibles’ de Zaragoza en su historia.

UN POEMA DE ROSA MARÍA ARANDA

II

Aquel beso

rompió la casta raya de labios entreabiertos.

Aquel beso

convirtió en tortura la ausencia de otros besos.

El primero, el no esperado.

Aquel beso, tímido zarpazo,

cayó sobre la piel oferente

buscando una limosna.

Era un beso tan limpio, tan cándido,

y llevaba a cuestas la turbada súplica.

No había negación posible

ante la sencillez de la pureza,

y había, sí, había

una ansiedad sin límites.

De rodillas, el beso iba creciendo

acoplado a labios que eran como hierbabuena,

secretos y fértiles.

Aquel beso, el primero,

reventó con suavidad de raso

su carga de deseo.

El primer beso, el primero.

¡Y qué batir de alas inventó en el alma

su dádiva rotunda

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