autobiografía y cine. 'artes & letras'

Desmontando a Woody Allen

Alianza publica la autobiografía del cineasta, 'A propósito de nada', un monólogo que retrata la vida del autor de 'Días de radio' y 'Annie Hall'

Woody Allen publica 'A propósito de nada'.
Woody Allen es muy cariñoso con su esposa Soon-Yi en sus memorias. 
Bertrand Langlois /AFP Photo.

Al principio de ‘Días de radio’, una de sus películas más autobiográficas, Woody Allen presenta una ciudad gris y lluviosa mientras su voz en off dice: "Perdonen mi romanticismo al evocar el pasado. No siempre llovía tanto ni había tantas tormentas. Pero yo lo recuerdo así porque es como era más bonito". Esa poética, que resume en una frase largas teorías sobre la memoria y la construcción de los recuerdos en literatura, es el motor de ‘A propósito de nada’ (Alianza, 2020. Traducción de Eduardo Hojman), el esperado libro de memorias donde vierte su vida el cineasta neoyorquino.

Estas memorias son un ir y venir entre recuerdos de distintas épocas, desordenados y nada exhaustivos, de Allan Stewart Konigsberg (Nueva York, 1935), una vida que él insiste en considerar normal y aburrida, nada destacable, "demasiado tranquila como para generar muchas anécdotas chispeantes".

Aunque el libro no está dividido formalmente en partes ni capítulos, lo que cuenta puede clasificarse en tres bloques: su infancia, adolescencia y sus inicios como guionista y humorista; su trabajo como cineasta y —como no podía ser de otra manera— su conflicto con Mia Farrow, demasiado larga en mi opinión y que, aunque es comprensible que Allen haya necesitado contar su versión de los hechos, creo que lastra un poco el libro y lo hace un tanto irregular. Quizás le hubiera venido bien un montador que hubiera forzado a Allen a descartar algo de metraje, a hacer estos pasajes un poco más livianos.

Woody Allen publica 'A propósito de nada'.
Woody Allen con su familia en Oviedo, donde es adorado.
Archivo Heraldo / Efe.

La parte más hermosa -y también la más divertida- es donde cuenta su niñez y su adolescencia en Flatbush, Brooklyn, en una casa que sus padres comparten con sus tíos y sus abuelos; una madre "que se parece a Groucho Marx" y un padre pícaro y timadorzuelo que siempre se implica en negocios dudosos; sus primeros viajes a Manhattan y su flechazo con la ciudad, que dura hasta hoy; el descubrimiento del cine y el teatro siendo un niño (también de la magia de las salas de cine); sus primeras incursiones en la escritura, su introducción en el mundo del humor y del guión, sus primeros trabajos escribiendo chistes que enviaba a los columnistas de los periódicos, que pronto empezaron a citarlo y a hablar de él; sus primeros monólogos y las actuaciones en los clubes, sus matrimonios fallidos… Allen no para de reírse de sí mismo y toda la narración está llena de gags que provocan la carcajada y que ponen sobre la mesa sus neuras y obsesiones.

Las páginas más luminosas son las que dedica a hablar de sus actores, técnicos y amigos que le han acompañado a lo largo de los años -en especial las dedicadas a Diane Keaton-: Allen habla de ellos con gran cariño, destacando todo lo bueno que han aportado a su cine y a su vida, minimizando las sombras que hayan podido tener esas relaciones. El mismo cariño y, sobre todo, una enorme admiración se muestra también hacia sus maestros y referencias: desde George S. Kaufman a S. J. Perelman, de Doc y Danny Simon a Mort Sahl, Jack Rollins, Charlie Joffe… Allen vierte en estas páginas todo lo que aprendió con ellos y de ellos como una de las mejores cosas de su vida.

"Perdonen mi romanticismo al evocar el pasado. No siempre llovía tanto ni había tantas tormentas. Pero yo lo recuerdo así porque es como era más bonito", dice en 'Días de radio'

Allen, que se reivindica como escritor por encima de todo, afirma que lo más importante de una película es el guión; insisten en que si la película falla, casi siempre es culpa de un fallo en el texto y con ello se hace responsable de cualquier error que pueda haber en sus películas. Con mucha generosidad, atribuye sus éxitos a su equipo (a las magníficas interpretaciones de los actores, al acierto del montador, al gran trabajo de su jefa de casting, etc.) y asume personalmente la culpa de lo que no ha funcionado. Su inseguridad patológica está presente en cada página y hace un ejercicio continuo de 'self-deprecating' mientras se extraña de que la gente lo pueda considerar interesante. Habla de él mismo como un "cineasta imperfeccionista", sin paciencia y sin dedicación, que cree que lo mejor de una película es el proceso de rodarla, "el acto creativo"; se define como lo más alejado que existe a un intelectual y todo el libro hace una convencida defensa de la cultura popular, siempre denostada por la academia.

El repaso que hace a sus películas y a las anécdotas de cada rodaje dejan con muchas ganas de volver a verlas todas (en Filmin, plataforma donde pueden verse treinta títulos suyos, confirman que ha aumentado el visionado de sus películas). El cineasta cuenta que en muchas de ellas intervino el azar de forma decisiva para convertirlas en las películas inolvidables que son: un actor o actriz que hay que cambiar a última hora porque la elegida en el casting no puede rodar, una música cambiada providencialmente por un montador o un cambio de escenario fueron clave en el resultado final.

"Entrar en estas páginas es como entrar en sus películas, como sentarse a oscuras en la butaca de un cine mientras aparece la característica tipografía blanca y suenan las primeras notas de jazz"

El 'affair Farrow' está explicado con pelos y señales, y, aunque son hechos conocidos para quienes hayan seguido el caso, puestos uno detrás de otro impresionan: impresiona el juicio paralelo (y la condena) al que ha sido sometido un hombre que fue investigado por dos entidades profesionales independientes y especializadas -el hospital Yale-New Haven, institución que colabora con la policía en temas de abuso infantil, durante catorce meses, y los Servicios Sociales del Estado de Nueva York- y fue exonerado por las dos sin dejar resquicio para la duda; que años después volvió a ser investigado cuando quiso adoptar a dos niñas y se volvió a confirmar que no representaba un peligro para ellas -y que se le concedió la adopción-. 

También llama la atención que se pase por alto la opinión de Moses, otro de los hijos de Mia Farrow, que describe el ambiente tóxico que había en la casa: la actriz devolvió a uno de los hijos que adoptó cuando descubrió que estaba enfermo, otros dos de sus hijos se han suicidado y otra murió sola en un hospital, repudiada por su madre; o que Farrow testificara a favor de Polanski, este sí condenado por haber mantenido relaciones con una menor. A pesar de todo, Allen destaca lo magnífica actriz que es Farrow y como su actuación hizo mejores las películas que hicieron juntos.

Woody Allen publica 'A propósito de nada'.
Woody Allen y Diane Keaton en 'Annie Hall'.
Archivo Heraldo.

El libro es, además, una declaración de amor a Soon-Yi, su pareja desde hace casi treinta años y a quien adora. De ella habla con enorme admiración y reconoce que es quien ordena sus vidas: "… ella conoce los trucos de la supervivencia mejor que yo. Es más práctica. Por ejemplo, yo no duraría una semana en un campo de concentración sin mi esponja de baño. Soon-Yi, por el contrario, en dos días tendría a la Gestapo llevándole el desayuno a la cama".

Aquel niño que al acabar de ver Blancanieves en el cine corrió a tocar la pantalla para ver cómo era ese mundo mágico que había detrás de la tela ha llegado a ser parte de la historia del cine. Entrar en estas páginas es como entrar en sus películas, como sentarse a oscuras en la butaca de un cine mientras aparece la característica tipografía blanca y suenan las primeras notas de jazz. ‘A propósito de nada’ nos deja asomarnos a ese otro mundo que hay detrás de la tela y escuchar un largo y estupendo monólogo que retrata la vida del cineasta.

LA FICHA

'A propósito de nada'. Woody Allen. Traducción de Eduardo Hofman. Editorial Alianza. Madrid, 2020. 440 páginas.

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