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Joaquín Camps: “En la novela policial, si falla la trama, el lector se decepciona”

El escritor y catedrático de Economía de la Universidad de Valencia ganó el premio Azorín con ‘La silueta del olvido’ (Planeta), el relato de un secuestro de una adolescente de inquietante belleza

Joaquín Camps
Joaquín Camps emula a Los Beatles y cruza la calle.
Raquel Labodía

“Yo soy catedrático de Economía en la Universidad de Valencia. Mi pasión por la novela negra nace de manera muy casual. Empiezo a escribir tarde, con 39 años. En el aeropuerto de Bérgamo (Italia) me vino una idea a la cabeza, que es el núcleo argumental de mi primera novela con Planeta: ‘La última confesión del escritor Hugo Mendoza’ (2015)’. Era la historia de una viuda de un gran escritor que empieza a recibir manuscritos, y no dice a nadie que su marido está muerto. No sé por qué me vino esa idea. La dejé reposar un par de meses, he trabajado temas de creatividad y sé que esos asuntos hay que dejar que reposen. Me digo aquí hay potencial y me animo a escribir una novela alrededor de esto. Así entre en la literatura. Y como la idea era de misterio, se trata de un ‘thriller’ policíaco, con misterio, etc.”, dice Joaquín Camps (Valencia, 1972), que acaba de ganar el Premio Azorín, dotado con 45.000 euros, con ‘La silueta del olvido’ (Planeta, 461 páginas), novela que presentaba días atrás en Zaragoza.

¿Y de qué idea brotó su segundo libro?

-Esta es una novela negra. De género. La primera era más ecléctica, en la que convivían muchas cosas. Aquí me ha influido Patricia Highsmith, Pierre Lemaitre, que es un escritor increíble, capaz de hacer novelas muy distintas, me sorprende y me apasiona. ‘La silueta del olvido’ es una novela distinta, con personajes nuevos…, y algunos de ellos podían encarnar formas del mal absoluto.

Lleva un subtítulo o una clave: “El dolor siempre deja huella”. Vayamos con la idea…

La iluminación argumental me viene un día leyendo el periódico. Se me ocurrió una paradoja moral que me resultó muy atractiva: ¿qué  haría un cirujano si está de guardia en un hospital y le entra por urgencias un hombre herido que, casualmente, es el violador de su hija y que no ha pagado su crimen con la dureza con la que el cree que lo tenía que pagar? Técnicamente, puede matarlo y no le va a pasar nada, y se plantea un dilema moral como persona, como médico, como padre. Sabe que no es correcto, pero podría hacerlo.

La idea es escabrosa y rebuscada…

Sí. No sé cómo nace ni como la alimenté. Pero vuelto a pensar que tiene potencial literario y construyo esta novela alrededor de ello.

¿Cómo la construyó?

-Una vez que surgen las ideas, empieza una etapa que sé que es la más dura. Con esa idea nuclear en la cabeza, durante dos o tres meses, obsesivamente, desarrollo un argumento. Parezco el loquito del móvil, cuando voy por la calle y me viene una idea, un elemento para el engranaje, un detalle, un personaje, lo anoto. Todo tiene que ir encajando: personajes, escenas, acciones, ambientes. Trabajo siempre con lápiz y papel y una libreta de espiral, hasta que de manera instintiva me digo: “Ya no hay que tocar nada más. El argumento ya está”. Y me pongo a escribir.

Joaquín Camps
Joaquín Camps, ante la antigua casa del catedrático de Derecho Canónico Juan Moneva.
Raquel Labodía

Escribir es una aventura del conocimiento y del azar. ¿Cambia algo durante la redacción?

No. No. El argumento es intocable. Ya sabe que hay dos tipos de escritores, y la frase no es mía: de brújula, autores que van hacia el norte o el sur, que se extravía en los bosques o en las ciudades, etc. Y escritores con plano, que lo tienen todo previsto. Yo soy de esos. Y lo que trabajo en la redacción es la psicología de los personajes, su complejidad, sus relaciones, que es la parte más creativa, claro. A mí la novela me pide eso, no que modifique la trama, porque hacerlo, y lo he comprobado en todo lo que he escrito hasta ahora (tengo otra novela inédita), me lleva a callejones sin salida. Y en una novela policíaca si falla la trama, decepciona mucho. Es como desplomarte hacia el abismo.

Vayamos con esta novela sobre el secuestro de una adolescente bellísima que investiga, en Valencia, la inspectora Claudia Carreras, un tanto desdichada, con sombras, amarga, “coja y poco agraciada”, dice usted…

Yo quería mostrar una evolución, y Claudia Carreras, durante la investigación del secuestro de Lara Valls, de inquietante belleza, comprueba que tiene más similitudes con esa adolescente de lo que parece, no puedo olvidar su pasado. Y lo quería era mostrar un poco eso: la inspectora Claudia Carreras parte de muy abajo y lo dejo no exactamente muy arriba pero sí quiero que el lector vea que siempre hay un resquicio para la luminosidad. Para la esperanza. Para las ilusiones.

Las acompañan personajes muy diferentes: el policía Ramón o el periodista sin escrúpulos Héctor Santos.

Ramón es un poco como su conciencia y el hombre que la protege un poco. Pero también tiene muchos fantasmas interiores. Los personajes de la novela negra tiene desgarros, dolores secretos y no tan secretos, no es fácil que sean personajes felices. Son profesiones que contaminan,  a veces no tienen esa ingenuidad que es necesaria para ser plenamente feliz. Es gente que se enfrenta al lado más oscuro de la vida: la violencia, el crimen, la sinrazón. Claudia, especialmente, es una persona atormentada, y la novela es oscura.

Hablemos de Lara Valls, la joven secuestrada, hija de médico...

En realidad, en la novela es la presencia por ausencia y eso anima la imaginación y las conjeturas. En la novela habla muy poco. En el fondo, es como un juguete roto que habla con sus actos. No le avanzo más, pero le sucedió algo que la conduce hacia un reino de sombras.

A veces parece que introduce el humor…

Sí. El humor negro, pero humor al fin y al cabo. Y también ciertas esperanzas tanto de Claudia como del subinspector Ramón Linares.

Su mirada sobre el periodismo es dura. ¿Por qué?

Gracias a mi primera novela he conocido a muchos periodistas. Y una profesión tan vocacional a menudo transforma a los periodistas en pequeños mercenarios sin escrúpulos porque tienen que sobrevivir. A veces se avergüenzan de lo que hacen, y a la vez se preguntan: “¿Qué hago?”. Esta sociedad tan salvaje y del mercado ha transformado la profesión y ha creado muchas personas frustradas. Es también el perfil del buscavidas que no puede hacer otra cosa.

Joaquín Camps
Detalle de la portada de la novela.
Archivo Heraldo.

¿Cómo es su mirada social?

De entrada, hay una mirada bastante sórdida. No intento mejorar el mundo a través de la literatura. Sí busco una voz, pero no quiero emplearla como la del adalid de causas perdidas. No lo soy ni quiero serlo. Intento ser un novelista, un contador de historias. Creo que las reflexiones sociales encajan en la atmósfera de la novela, aunque no siempre estoy de acuerdo con mis personajes. Yo me siento afortunadamente contemporáneo por las series de televisión y creo que la literatura contemporánea debe conectar con el mundo contemporáneo. Bebo de ‘Juego de tronos’ y de ‘The good wife’ igual que bebo de Ian McEwan, de Jonathan Franzen o de la voz fresca y canalla de Milena Busquets, que es una escritora que me fascina. Intento entretener, forjar un mundo, pero me interesan muchos textos, muchas texturas literarias. No hay que cerrarse puertas.

¿Cabría hablar de un mensaje concreto en su novela?

Mi primera novela hablaba de los miedos y de cómo afrontarlos. Y en ‘La silueta del olvido’ me doy cuenta de que he afrontado el tema de los prejuicios. He intentado que el lector se enfrente a sus prejuicios. Y aquí, y no voy a revelar mucho, hay otra gran víctima: el profesor Matías, otra presencia por ausencia, brillante y atractivo profesor que es acusado y condenado por violación. Y aquí me quedo: él también evolucionará.

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