NOVELA EXTRANJERA

No ser sol, que se pone

Ian McEwan publica 'Solar', una novela moral con la fotosíntesis al fondo.

Durante la lectura de ‘Solar’ no he dejado de pensar en Eduardo Punset, quien afirma que en unos pocos años (pocos años respecto a la historia de la Tierra) los humanos seremos capaces de ser fotosintéticos, como las plantas, y nos alimentaremos del sol, pudiéndonos dedicar a disfrutar casi todas las horas del día.


Los propósitos de Michael Beard, el protagonista de ‘Solar’, no son tan ambiciosos, pero cree que artificialmente puede imitarse el proceso de fotosíntesis de las plantas para generar energía: acabando así con el problema de los combustibles fósiles, perecederos y casi siempre en manos de tiranos inestables; acabando con el problema del calentamiento global y, también, acabando con la pobreza planetaria, al poder producirse agua en los desiertos. Un proyecto loable, sin duda.

Aunque resulta menos loable si sabemos que Michael Beard, británico, doctorado en Oxford, galardonado con el Premio Nobel de Física por una ampliación de las teorías de Einstein, es sólo un ladrón: se ha hecho de manera irregular con el proyecto de fotosíntesis artificial, porque se lo ha arrebatado a un becario, que trabajaba para él en un gran centro de investigación oficial auspiciado por Tony Blair.


No sólo por el robo, Michael Beard es un tipo realmente patético. Ian McEwan (Reino Unido, 1948) se dedica durante 350 páginas a contarnos lo patético que es Michael Beard. A mí me han parecido muchísimas. A diferencia de Henry Perowne, el neurocirujano que protagoniza “Sábado” (Anagrama), la mejor novela de Ian McEwan, un personaje interesante, complejo, Michael Beard es un estereotipo, más o menos sofisticado pero estereotipo, del pícaro estafador. Y, como sus estafas le llevan a un final desastroso, “Solar” es una novela moral. Una versión contemporánea del “quien mal anda, mal acaba”.


Lo mejor de “Solar” está en el primer tercio de la novela, una novela en sí misma, que está llena de humor, a menudo chusco, más cercano a Tom Sharpe que a Ian McEwan, como cuando a Michael Beard se le hiela el pene al tratar de orinar al aire libre en el polo norte. Es el año 2000, Al Qaeda es sólo un nombre amenazador para conocedores, y, en venganza por sus numerosas aventuras, Patrice, la mujer de Michael Beard, que hace la quinta de su lista, tiene un lío con un contratista de obras. Michael Beard no sabe cómo reaccionar, porque sigue completamente lelo por Patrice, y se lanza a reorientar su vida: cada decisión que toma, siempre guiado por una ambición extraordinaria, será peor que la anterior; aunque, paradójicamente, no tiene nada de historia de Job, porque siempre consigue salir adelante, y con una posición mejorada.


Las otras dos terceras partes de la novela ya son otra cosa: desaparece casi completamente el humor, incluso el chusco, y aparece la pedagogía. Curiosamente, cuando más tiene el lector que distanciarse del protagonista, más insiste Ian McEwan en ofrecerle datos de su vida (su infancia normal pero triste; sus matrimonios fracasados; su vida conyugal...), como si la lección que estamos a punto de aprender nos tuviera que llegar endulzada.


Ha avanzado el tiempo y ha cambiado el escenario: el temor al control y al posible final de las energías fósiles ha movido a los inversionistas, que ven con mejores ojos la innovación; y como Reino Unido no anda muy sobrado de sol, Michael Beard se ha mudado al desierto de Nuevo México, para tratar de explotar allí sus ideas de la fotosíntesis (que aunque no sean suyas, ha conseguido interiorizar como un verdadero maestro). Por ahí nos lleva Ian McEwan, pero a mí me resultaba muy difícil creer que un tipo como Michael Beard sea capaz de arriesgar tanto en una operación que, incluso para los que no somos premio Nobel de Física, tiene muchos riesgos. Michael Beard está hecho para ganar dinero, no para perder dinero.


Al margen de esa apreciación personal de falta de verosimilitud narrativa, en cuanto entramos en la historia del Michael Beard emprendedor ‘Solar’ hace aguas: hay que empezar otro relato con un montón de nuevos personajes que sólo son una excusa, con poco aire, con poca humanidad, para que al cabo de las páginas vuelvan a aparecer, para demolerlo, los protagonistas del primer tercio, que llevan escrito en sus frentes la palabra ‘Moraleja’. Como afirmaba Baltasar Gracián en el ‘Oráculo manual’: «No ser sol, que se pone».


Es cierto que Ian McEwan deja el final de ‘Solar’ un tanto abierto, con ciertas salidas para el protagonista, pero es evidente que Michael Beard es un rey cínico antes del inevitable jaque mate.


En ‘Sábado’, Henry Perowne soñaba con una ciencia que acabara con la logorrea tenebrosa y apocalíptica. Es posible que ‘Solar’ sea un ataque más a los apocalípticos, pero el resultado no ha sido tan certero, ni mucho menos.