Los demonios de un tipo turbio

Francisco Javier Almeida, condenado por violación y asesinato, admite que es "un peligro" para sí mismo "y para terceros".

Momento de la detención en Lardero
Momento de la detención en Lardero
Efe

"Soy un peligro para mí mismo y para terceros". Cuando en el 2000 cumplió dos años en prisión provisional, Francisco Javier Almeida, condenado por el asesinato de María del Carmen López Guergué, pero con la sentencia recurrida, renunció a reclamar su puesta en libertad. Como exige la ley, un tribunal debía examinar la pertinencia o no de su continuidad en la cárcel una vez superado ese plazo, pero el juez ni siquiera se lo tuvo que pensar. El propio Almeida no se consideraba preparado para regresar a la sociedad e incluso reclamaba un tratamiento médico para los problemas físicos y mentales que padecía.

No era la primera vez que Almeida reconocía en sede judicial sus demonios internos. Dos años antes había confesado en la Audiencia Provincial su incapacidad para sujetarse: "Tengo un instinto que no puedo dominar -dijo-. Nunca he tenido una relación normal con una mujer". Él llego a sostener que era impotente porque había sido operado de un testículo, pero los médicos descartaron no solo la impotencia sino que Almeida sufriera algún tipo de parafilia. "Una cosa es la conducta anormal -apuntó el forense- y otro el tipo de personalidad y de mente; no hay nada que diga que no puede controlarse. Sabe lo que hace y cuando lo hace es porque quiere".

Almeida daba la impresión de ser una persona retraída, aunque en la distancia corta, cuando cogía confianza con su interlocutor, se transformaba en un hombre expansivo e incluso lenguaraz. Desde su juventud arrastró fama en el vecindario de ser un tipo turbio, cuyo trato era mejor evitar. Su padre se suicidó hace más de veinte años y su madre falleció en 2008. Aunque padecía una sordera severa, había cursado hasta cuarto de solfeo en el conservatorio oficial de música, y poseía un elevado cociente intelectual. En sus primeros años en prisión, se quejaba de que casi todo el dinero que ganaba trabajando en los talleres ocupacionales de la prisión se lo tenía que gastar en audífonos.

Su comportamiento entre rejas siempre fue ejemplar. Su buena actitud en la cárcel, en donde era considerado un preso de confianza, le permitió beneficiarse de la libertad condicional tras haber cumplido las tres cuartas partes de la condena.

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