¿Cuáles son los retos a los que se enfrenta el nuevo monarca?

El nuevo monarca se enfrenta a diferentes retos como ya hizo su padre cuando fue coronado.

Felipe VI deberá afrontar varios retos en su futuro
Felipe VI deberá afrontar varios retos en su futuro

Felipe VI deberá estar a la altura de la capacidad diplomática de su padre y vigilar la debilidad de los partidos que blindan el pacto monárquico.


Fue el propio don Juan Carlos, al pronunciar su discurso de abdicación el 2 de junio, quien marcó la pauta de lo que cabe esperar de Felipe VI. Y también quien generó amplias expectativas que ahora deben ser colmadas: "Merece pasar a la primera línea una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura está demandando", aseguró. Encomendaba así a su sucesor que pilote, como él hizo, un periodo de cambios profundos, solo que hay notables diferencias. Ahora no se trata de pasar de un régimen dictatorial a una democracia sino de perfeccionar esta última. Y, sobre todo, el jefe del Estado no tiene ya los amplios poderes políticos que él heredó de Franco sino la función de mediación y arbitraje que le otorga la Constitución de 1978.

El prestigio de la Corona

De todos los retos del nuevo Monarca es el que estará más en su mano. En los últimos años, ese cóctel explosivo que ha resultado ser la crisis económica, el escándalo del 'caso Nóos', la inoportuna cacería de don Juan Carlos en Botsuana, la relación y los negocios de su entrañable amiga Corinna zu Sayn-Wittgenstein, la herencia de don Juan en cuentas suizas... ha infligido un gran daño a la imagen de la Corona. Felipe VI llega, en cierto modo, limpio de algunos desmanes. Es pública su ruptura con los duques de Palma, la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin. Pero está obligado a legitimarse ante los españoles como logró hacer su padre en la Transición y con su papel frente al golpe del 23-F.

Pulsos soberanistas

Felipe de Borbón llega a la cúspide del Estado en un momento en el que el funcionamiento de las instituciones emanadas de la Carta Magna y el modelo territorial está terriblemente cuestionado. Cataluña es una de sus principales preocupaciones y ha dejado constancia de ello en múltiples encuentros con dirigentes políticos y representantes del mundo empresarial y la sociedad civil a lo largo de los últimos tres años. Ha estado en seis ocasiones con el presidente de la Generalitat, Artur Mas, y uno de sus primeros viajes internos como Rey, el día 27, será la entrega de los premios Fundación Príncipe de Girona. Es el Gobierno, hasta ahora reticente a reformas constitucionales de calado, quien debe decidir si explora esa vía, como piden el principal partido de la oposición y otras fuerzas parlamentarias. Pero su inclinación será relevante para determinar si también ha llegado el momento de que una nueva generación (el 64% de los españoles no tenía edad para votar en 1978) participe en un referéndum sobre la Carta Magna.

Crisis del bipartidismo

La pervivencia de la Monarquía parlamentaria se sustenta en el pacto constitucional de 1978, un consenso político que solo garantiza y sostiene ya la mayoría parlamentaria de PP y PSOE, con apoyos menores como UPyD. El resto de grupos, con mayor o menor virulencia, piden consultar al pueblo sobre si, 36 años después, quiere Monarquía o República. La fractura del mapa político bipartidista de la transición dibujado por los resultados de los comicios europeos, con una caída de voto de populares y socialistas del 81% al 49% y un apoyo del 20% a la izquierda republicana y del 11,5% a nacionalistas e independentistas, pone por primera vez en riesgo el modelo si el desmoronamiento de las formaciones mayoritarias se consolida e incluso acentúa en las elecciones locales y generales de 2015.

Desempleo, el problema

Son muchos los problemas a los que se enfrentará el nuevo Rey, pero quizá el principal, porque es el termómetro que mide y medirá el grado de sintonía o desapego de los ciudadanos con todas las instituciones del Estado, es la salida de la crisis, la creación de empleo y el mantenimiento del estado de bienestar. El desempleo afecta aún al 26% de la población activa, a más de la mitad de los jóvenes y es el principal problema para ocho de cada diez ciudadanos. Don Juan Carlos mantuvo una relación intensa con empresarios y sindicatos y mostró capacidad de influencia sobre todo en los primeros. Don Felipe tendrá que profundizar esa vía y defender las políticas de solidaridad, crecimiento e igualdad si quiere conectar con la calle. Lo sabe, como demostró pidiendo medidas que evitar la fuga de jóvenes cerebros.

Primer embajador

Lo dice la Constitución, el Rey "asume la más alta representación de España en las relaciones internacionales, especialmente en las naciones de la comunidad histórica". Don Felipe, con gran formación en política exterior y manejo fluido de varios idiomas, debe emular a su padre en el mérito que nadie le discute, haber sido "el primer y mejor embajador" de España en el mundo. Don Juan Carlos, tras 39 años de viajes diplomáticos, tiene quizás la mejor agenda de contactos del planeta, especialmente en los países árabes, enorme activo que no debe caer en saco toro.


Felipe VI tendrá que contar con la ayuda y asesoramiento de su padre y potenciar la apertura de mercados a las exportaciones y empresas de servicios españolas. Se examinará como referente internacional en diciembre, en México, en la XXIV Cumbre Iberoamericana, una comunidad de capa caída en cuyo desarrollo don Juan Carlos ejerció un papel central y que su hijo podría ahora tratar de revitalizar porque conoce a todos los jefes de Estado y de Gobierno del continente, a cuyas tomas de posesión ha asistido en los últimos 15 años.