Vuelta al infierno del kibutz de Kfar Aza

Familias y cautivos liberados regresan a una de las cooperativas agrícolas duramente golpeadas por Hamás.

Avichai Brodutch, cuyo familiares fueron liberados durante el alto el fuego, ante una de las casas arrasadas por Hamás en Kfar Aza
Avichai Brodutch, cuyo familiares fueron liberados durante el alto el fuego, ante una de las casas arrasadas por Hamás en Kfar Aza
M. A.

«Soy la única del barrio que ha vuelto tan pronto. La única». Amit Soussana habla y cada una de sus palabras te golpea el corazón. Regresa a Kfar Aza por primera vez desde el 7 de octubre, a su casa, donde fue capturada por Hamás y tiene grabado cada segundo en su mente. «Me desperté a las seis y veinte de la mañana con el estruendo de los cohetes y poco después sonaron los primeros disparos, luego los gritos en árabe en mi ventana. Me pasé tres horas encerrada en el cuarto de seguridad hasta que una granada explotó en mi salón. Alguien me sacó por la fuerza y me encontré cara a cara con varios civiles armados y mi casa en llamas. Estaba en pijama. Fue muy violento, me resistí, pero me golpearon y me ataron. Tardaron una hora en arrastrarme hasta la frontera y nada más llegar me metieron en una casa y me ataron del tobillo. Así pasé las dos semanas allí sola, con poca comida y con permiso para usar el retrete sólo con la puerta abierta», recuerda.

Está muy emocionada en esta primera vez en la que narra al mundo una historia que sigue «en un túnel a cuarenta metros bajo tierra, sin oxígeno, un túnel en el que te sientes enterrada en vida, así hasta que pasados 55 días me liberaron, no puedo ni imaginar cómo están quienes llevan 115 días, el tiempo se nos acaba, hay que sacarles ya». No puede más. Rompe a llorar.

Cuatro meses después del 7 de octubre, los kibutz próximos a la verja de separación de la Franja como Kfar Aza mantienen abierta la herida causada por Hamás que mató a 69 de los novecientos vecinos y capturó a diecinueve, siete de ellos niños. Poco a poco hay familias que retornan a sus casas, algunos se quedan, la mayoría viene de visita puntual y aquellos que tienen parientes secuestrados acuden para explicar su dolor a grupos de periodistas de todo el mundo. Las explosiones son constantes en la vecina Gaza, pero se han relajado las medidas de seguridad, ya no es obligatorio el uso de chaleco y casco, la gasolinera ha reanudado el servicio y hay grupos de todo tipo que acuden a visitar estas comunidades convertidas en símbolos del 7-O.

La organización que aúna a las familias de los secuestrados organiza viajes para ver de cerca el horror que se vivió en estos lugares y escuchar el testimonio de víctimas como Amit. Saben que cada día que pasa la situación es más complicada para los 136 cautivos que quedan en una Franja que dista apenas 1,5 kilómetros de Kfar Aza.

Esta comunidad agrícola está rodeada también por una verja, que no fue suficiente para frenar a los agresores. Una vez superada, estaban dentro de la llamada 'calle de los jóvenes', formada por pequeños apartamentos de una habitación donde viven quienes terminan sus estudios y aún no han formado familia.

Dor Steinbrecher sueña con que su hermana pequeña, Doron, de 30 años, pueda seguir pronto los pasos de Amit y vuelva a casa. Es la primera vez que se acerca a Kfar Aza desde el 7-O y «lo que veo en directo impresiona mucho más que las imágenes que había visto en televisión, es mucho peor». Pasados los meses se ha abierto el debate sobre si hay que dejar los kibutz tal y como quedaron tras el ataque para que sean memoria viva de aquel sábado negro, o reparar los daños para volver a empezar. «A mí no me importa lo que hagan, lo único que me importa es que mi hermana salga con vida lo antes posible, sólo eso», explica Dor mientras muestra la habitación de la que los islamistas se llevaron a la chica.

Sábado negro

La 'calle de los jóvenes' fue la línea del frente durante aquella mañana imposible de olvidar. A Liran Bergman le faltan sus hermanos Ziv y Gali, gemelos de 26 años que se llevó Hamás. «Eran inseparables, es la cuarta vez que vengo y no me lo puedo creer, es una pesadilla, un verdadero holocausto en suelo judío». Liran pasa la mano por las paredes quemadas de la habitación de Gali, «están a apenas 1,5 kilómetros, aquí mismo. la guerra sólo puede terminar el día que los liberen, no hay otra solución».

Cada una de las pequeñas casas tiene fuera la fotografía de una persona ausente, muerta o capturada por Hamás. Mandy Damari ha venido para recordar a su hija Emily Tehila, de 27 años y nacida en este kibutz al que ella llegó sólo tres años antes de su nacimiento. «Cerrad los ojos e imaginad a vuestra hija herida por un disparo, sin comer y encerrada en un túnel, sin agua, sin aire». Así es como vive esta madre desde hace 115 días. Lleva una camiseta con la fotografía de Emily, no pierde la esperanza e insiste en que «las dos partes deben negociar, debemos presionar para que el acuerdo sea inmediato, ahora, ya, antes de que me la devuelvan en una bolsa de plástico», suplica.

A muy pocos metros de distancia, Avichai Brodutch camina entre los escombros. «Yo soy la parte afortunada de esta triste historia porque mi mujer, Hagar, y mis hijos Ofri, Yuval y Uriah fueron liberados durante la tregua de noviembre. Debemos resolver el conflicto y mirar al futuro, sin olvidar el pasado, pero mirando siempre al futuro para tener una vida en paz, ambas partes ya hemos sufrido demasiado».

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