30 AÑOS DE GUERRAS BALCANICAS (5)

Infierno en Vinkovci

Esta población croata intenta olvidar aquel aciago otoño de 1991, cuando sus calles eran pasto regular de bombardeos de artillería pesada y aviones de combates durante la guerra de los Balcanes.

Un joven muerto durante un bombardeo aéreo
Un joven muerto durante un bombardeo aéreo
Gervasio Sánchez

Al recorrer hoy Vinkovci, Osijek, Nustar o Vukovar es difícil hacerse a la idea del sufrimiento de su población en aquel aciago otoño de 1991 cuando sus calles eran pasto regular de bombardeos de artillería pesada y aviones de combates.

Ves las terrazas repletas de ciudadanos, sorbiendo sus cafés y leyendo los diarios, como si el pasado hubiese sucumbido al silencio y el olvido. Las personas maduras han olvidado o no quieren recordar aquellas semanas y meses que marcaron sus vidas. Los más jóvenes prefieren hablar de los problemas laborales que sufren hoy antes que referirse a un pasado remoto que no les interesa.

Pero estas ciudades forman parte de mis recuerdos más crudos y me cuesta recorrerlas con una mirada distinta a la que aún se aloja en mi memoria como si fuesen experiencias ocurridas ayer y no hace tres décadas.

Apenas llevaba una semana cubriendo la guerra de Croacia cuando el 24 de setiembre de 1991 me obligaron a parar a seis kilómetros de Vinkovci porque tres aviones Mig 21 estaban bombardeando su casco urbano con proyectiles de fragmentación y gran calibre. Las explosiones se escuchaban nítidamente desde la llanura y las columnas de humo se elevaban sobre los edificios más altos a los pocos segundos de las deflagraciones.

En cuanto el último de los aviones elevó el vuelo me metí en el coche y a 140 kilómetros por hora conseguí llegar al centro de la ciudad incluso antes de que los servicios de emergencia abandonasen los refugios antiaéreos para recoger los cadáveres y los heridos.

Aquello se parecía al infierno con decenas de edificios ardiendo y personas corriendo de un lado a otro con caras de pavor. Un grupo de milicianos de la Defensa croata me señalaron al joven que yacía muerto bocabajo. Hice varias fotografías hasta que se lo llevaron en una ambulancia.

El joven muerto es recogido por los servicios de emergencia
El joven muerto es recogido por los servicios de emergencia
Gervasio Sánchez

Otros milicianos me gritaron: “Ven, aquí hay otro”. Era el conductor de un utilitario que no había podido ponerse a cubierto y yacía muerto sobre un costado con sus manos aún fijas en el volante. El coche estaba agujerado en toda su superficie por la metralla de una bomba que había alcanzado de pleno a un edificio de cuatro plantas. De una furgoneta bajaron dos hombres con guantes amarillos y batas verdes y se lo llevaron mientras uno de los soldados vomitaba y otro le pegaba una patada a la puerta medio abierta.

A la entrada del hotel de Eslovenia había otro gran charco de sangre y señales de que un cuerpo había sido arrastrado al interior de la recepción. La mitad de las mesas estaban destrozadas y algunas sillas habían sido alcanzadas por trozos de metralla. Los cristales de las ventanas habían quedado hechos añicos. Me invitaron a fotografiar el cadáver del policía alcanzado de pleno, pero desistí. El día anterior había estado sentado más de una hora en el mismo lugar.

La central de teléfonos se convirtió en uno de los principales objetivos de aquella mañana. Dos edificios que rodeaban la torre de comunicaciones estaban calcinados. Cuatro cabinas de teléfonos en el exterior estaban acribilladas, pero milagrosamente uno de los teléfonos funcionaba.

Un día antes se había decretado un alto el fuego que una vez más fue violado horas después de firmarse. “El ministro de Defensa yugoslavo siempre firma papeles, pero nunca entran en vigor porque ordena disparar sin piedad”, me dijo un trabajador del servicio telefónico.

Me acerqué a la primera línea de combate, a unos pocos kilómetros, en Nustar. Mirkovci, el siguiente pueblo, ya estaba ocupado por milicias serbias. Un grupo de civiles, algunos movilizados en bicicletas, se protegían detrás de varios carros de combate. En la última hora los serbios habían lanzado cinco proyectiles de 100 milímetros desde sus carros de combate. Los croatas habían repelido el ataque con lanzamiento de granadas de morteros de pequeño calibre. Los disparos con armas ligeras se producían sin cesar.

Un hombre se marcha al frente con su coche lleno de armas
Un hombre se marcha al frente con su coche lleno de armas
Gervasio Sánchez

El soldado croata Sopka Jonku me señaló con cara de resignación en dirección a Mirkovci donde estaba su casa y también su hermano Miheljo, ya reconvertido en su enemigo en una guerra fratricida. Con tristeza me explicó que la vida entre ambos fue normal hasta justo el inicio de la guerra en Croacia, tres meses antes.

Descendientes de emigrantes rusos que huyeron después de la revolución bolchevique de 1917, su hermano, casado con una macedonia ortodoxa, le intentó convencer de que sirviera a la causa yugoslava y serbia. Pero él, casado con una católica, prefirió apoyar a los croatas independentistas. Discutieron hasta tal punto que faltó poco para que todo acabase en un asesinato. Desde entonces ambos estaban en trincheras distintas a menos de 300 metros de distancia.

A unos kilómetros en Dakovo, el cuartel del ejército federal yugoslavo había sido asaltado y ocupado por la Defensa croata. La aviación yugoslava lo había bombardeado horas antes y un artillero croata había conseguido derribar un Mig 21. Algunos habitantes salían en la calle por primera vez en varios días para curiosear entre las partes destrozadas del aparato desperdigadas por centenares de metros.

Los soldados ocupaban los veladores de los bares, se insinuaban a las jóvenes que paseaban por las calles más céntricas mientras unos niños jugaban con metralletas de plástico de la guerra de las galaxias y cascos que imitaban los de la Segunda Guerra Mundial.

Necesitaba un transporte para regresar a Osijek, la ciudad donde se encontraba el centro de comunicaciones más protegido de toda la zona, y mandar desde allí mi crónica a Heraldo de Aragón.

Un hombre en bicicleta ante la dotación de un carro de combate
Un hombre en bicicleta ante la dotación de un carro de combate
Gervasio Sánchez

Un coche procedente de Vukovar se detuvo al verme haciendo autostop. El hombre me invitó a subir y me contó en un italiano chapurreado y aprendido en diferentes temporadas veraniegas como camarero en la costa de Sicilia que volvía de la ciudad sitiada de reconocer y enterrar a su hijo muerto durante un bombardeo.

Sus ropas y su documentación estaban desperdigadas en la parte trasera del vehículo y en una camisa vi manchas de sangre. Mientras conducía apuraba un trago tras otro de una botella de rakia, el aguardiente local, y me invitó a beber con él.

Me dijo antes de despedirse: “Me estoy preparando para contarle a su madre que nunca volverá a ver a su hijo”. Le di las gracias con un apretón de manos y un abrazo cuando nos despedimos y pensé que ojalá nunca tuviera que vivir una experiencia tan traumática.

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