Los Veintisiete agotan el plazo para amarrar el acuerdo con un fondo reducido y menos subsidios

Al límite y con una propuesta de mínimos de los países 'frugales', los líderes intentan salvar una negociación marcada por los desencuentros.

Banderas de la Unión Europea en el exterior de la sede de la Comisión Europea, en Bruselas.
Banderas de la Unión Europea en el exterior de la sede de la Comisión Europea, en Bruselas.
YVES HERMAN/Reuters

Acabó mal el viernes. Con suspensión de la cumbre a medianoche por un ambiente "agriado" (en palabras del mandatario holandés Mark Rutte). El sábado fue, incluso peor, con Angela Merkel y Emmanuel Macron abandonando apresuradamente (y enfadados) una reunión con los países 'frugales' que se había forzado tras otra cancelación del plenario. Y, este domingo, la tercera y "decisiva" jornada de la cumbre -la no programada- no había concluido a las diez de la noche, hora española. Eso sí, arrancó bajo la amenaza de colapso para (aparentemente) irse encauzando hacia un acuerdo con un fondo de recuperación mermado y subsidios a la baja. Sobre la mesa, la última oferta de los 'frugales': 700.000 millones en total, con créditos y transferencias al 50% (se recuerda que la base de las últimas era medio billón).

Por partes. La canciller alemana avisaba a primera hora de la mañana que la negociación continuaba empantanada: "Haré mi parte, pero no garantizo que haya un acuerdo", decía. Y el presidente francés añadía que, en todo caso, el pacto no iba a suscribirse "a cualquier precio". Eran mensajes directos a Países Bajos, Austria, Suecia y Dinamarca, que seguían presionando para adelgazar el fondo de recuperación (bajo el nombre de 'Next Generation EU'), obtener cheques más altos por sus aportaciones al presupuesto plurianual y, en el caso de La Haya, incluso también por su derecho a vetar cada desembolso.

Los mensajes de Merkel y Macron sonaban a ultimátum. Los lanzaban antes de una nueva reunión de los Veintisiete que se había anunciado para el mediodía, pero luego se aplazó. Una y otra vez. Primero, "como muy pronto", hasta las cuatro de la tarde. Luego se marcaron las 17.30. Y finalmente, arrancó cerca de las 19.30. Cena con final abierto. Noche de vigilia.

Durante toda esa espera, la negociación no paró. Como había sucedido el sábado, quedó capitalizada por las discusiones en formato reducido, por bilaterales y reuniones grupales. Todos muy activos. Merkel, Macron y Charles Michel, con los primeros ministros de Suecia, Dinamarca, Austria y Países Bajos. También con Pedro Sánchez y Giuseppe Conte. Los 'frugales' se reunieron a solas (con la incorporación de Finlandia). También lo hicieron con Italia y España. Una cadena interminable de contactos de las que se difundían imágenes que alternaban la distensión con el hartazgo o la resignación (Merkel). y, por cierto, sin mascarillas a la vista, ya no en la terraza, tampoco en los despachos.

El portugués Antonio Costa o el húngaro Viktor Orban fueron de los pocos que salieron al exterior para hablar a los periodistas. ¿Y Sánchez? Ni un 'tweet'. El húngaro lo hacía en un parque cercano. Y desde allí arremetió contra Rutte. Sobre el asunto que más le tocaba la fibra (el mayor vínculo entre la concesión de fondos y el respeto al Estado de derecho), pero con amplia onda expansiva. Decía esto: "No sé cuál es la razón por la que me odia". Y ya lanzado añadia: "Si el acuerdo se bloquea no es por mí, si no por el 'tipo holandés'. Si se rompe es por él, no por mí. Él es el responsable de todo el lío que tenemos".

"Diametralmente opuestas"

Hungría (también Polonia) acumulan expedientes y reprobaciones por varias derivas autoritarias. Así que como 'zasca', lo de Orban es casi para cuarentena. Tenía la suerte (entre comillas) de que el asunto del Estado de derecho (muy espinoso) parecía eclipsado por las "posiciones diametralmente opuestas" (calificativo del propio mandatario luxemburgués Xavier Bettel) que se imponían sobre el 'Next Generation EU'. Nubarrones a la vista.

"Se trata de dilucidar si es realmente posible el acuerdo", reconocían desde la delegación española. No tanto de que el presidente del Consejo Europeo presentase una tercera propuesta de negociación con más concesiones. Los obstáculos estaban ya más que identificados. Y nadie los retiraba. Se deslizó que Michel había vuelto a echar cuentas a la baja, con 100.000 millones menos en el paquete de subsidios. Con ello doblaba la cantidad que transfería al capítulo de préstamos en su oferta de la víspera. ¿La cuenta total? 400.000 millones de euros en transferencias y otros 350.000 en créditos (frente a los 250.000 primigenios). Más tijera que desnaturalizaba el objetivo del fondo: ayudar, sin generar más deuda, a los países más castigados por la pandemia, esto es, a Italia y España.

El Sur podría asumir ese nuevo tijeretazo. Pero no pasaba por el aro del veto a cada desembolso. Holanda tampoco daba ahí su brazo a torcer. Exigía la unanimidad en caso de que algún país no cumpliera con los objetivos y las reformas requeridas. Ya consiguió el sábado lo que se denominó "superfreno de emergencia", que le otorgaba la llave para 'denunciar' incumplimientos en el plazo de tres días; cuestión que en su momento se dirimiría bien en el Consejo de Ministros de Economía europeos (Ecofin), bien en una cumbre de todos los líderes.

Pero no sería entonces por unanimidad, sino por mayoría cualificada. Y eso sin invalidar la supervisión semestral de reformas y recomendaciones, con todos los mecanismos que ya funcionan en la UE. La cuestión pasaba a ser entonces si el achique 'austero' (que dejaban el montante total en 700.000 millones, con 350.000 en subsidios) iba a ser finalmente la pista de aterrizaje de un posible acuerdo. Pero habría que estar en vela para saberlo.

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