en la copa

El vino Castillo de Maluenda vuelve a conquistar

Raíces Ibéricas recupera la marca de la antigua cooperativa y estará en el mercado dentro de tres semanas.

Vino Castillo de Maluenda.
Vino Castillo de Maluenda.
Macipe

La marca de vino Castillo de Maluenda, en una alegoría de la maltrecha fortaleza islámica sobre un cerro que domina el tramo medio del Jiloca, se encontraba seriamente dañada y añorando un pasado de mayor esplendor. Para salir de ese letargo, la bodega Raíces Ibéricas acaba de relanzarla para posicionarla lo más alto posible.

Dentro de unas tres semanas, estará en el mercado 'Castillo de Maluenda. La Torre', en referencia a la atalaya del siglo X que fue restaurada por un vecino de la localidad. Se trata de un tinto, elaborado con garnacha de varias parcelas de la comarca bilbilitana, de 2022, de tono rojizo y 14,5 grados, con el sello del consejo regulador bilbilitano.

"Es un vino elegante, fresco y con muy poca madera, porque no va a pasar más de cinco meses en barrica", explica Sébastien Richard, responsable de exportación de Raíces Ibéricas, una iniciativa con capital belga que en 2020 recogió el testigo de la cooperativa vinícola que llevó aquella enseña a ser embajadora de la Denominación de Origen Calatayud.

Sébastien Richard y Mark Schiettekat, de Raíces Ibéricas, en la recuperación de Castillo de Maluenda.
Sébastien Richard y Mark Schiettekat, de Raíces Ibéricas, en la recuperación de Castillo de Maluenda.
Macipe

En su argumentación, Richard esgrime que "tenemos que defender la fruta como muestra de diferenciación" y recuerda que es "una garnacha de Calatayud, muy agradable" con la que "se puede beber una botella entre dos y, seguramente, pedir otra".

Para ello, Richard confía en que el terruño –revestido como terroir entre los expertos– engloba todos los matices del carácter que hace diferente a los vinos de esta denominación de origen, con apenas 3.000 hectáreas en total. "Son viñas en zonas altas, en nuestro caso situadas entre los 700 y los casi 1.000 metros. Con mucha piedra, entre ellas pizarras, y con una acidez especial", describía.

La bodega promovida por Mark Schiettekat, en sus planes a largo plazo, quiere situar tanto este vino como el resto en el segmento más alto posible. "Si conseguimos posicionar bien los vinos, podremos pagar la uva mejor, a un buen precio. Y con eso conseguiremos que no se abandonen las parcelas y que siga habiendo gente en los pueblos que las cultivan. Si no hay gente, no habrá viñas ni vino", razona Richard.

Pero esa batalla, reconoce Richard, no es para librarla en solitario, atrincherados en su fortaleza: "Necesitamos que dentro de la Denominación haya varios proyectos dinámicos que, además de animar la competencia entre nosotros, construyan una imagen común". En su caso, han pasado de una plantilla de ocho personas en las instalaciones de Maluenda a contar con diecisiete integrantes y elaboran ya un millón de botellas distribuidas en cerca de 50 marcas diferentes.

De esa producción total, un 42% son orgánicos y el 90% salen al extranjero, con destino preferente a Bélgica –donde Schiettekat es de sobra conocido como uno de los mayores distribuidores–, pero también a Holanda, Suiza, Alemania, Reino Unido y Estados Unidos. Y con perspectivas de abrir brecha en el mercado asiático.

El origen de sus vinos, apoyados en el trabajo del enólogo Carlos Magallanes –Carlos Rubén– además de en parcelas de Maluenda y pertenecientes a los antiguos socios de la bodega, también cuenta con enclaves que remontan hacia la sierra de Santa Cruz, como Alarba, Acered y Atea. Un castillo que vuelve a conquistar. 

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