El discurso de Velázquez

Entrenamiento del Real Zaragoza en la Ciudad Deportiva.
Entrenamiento del Real Zaragoza en la Ciudad Deportiva.
Francisco Jiménez

Como era de prever, el partido ante el Villarreal B, en el estadio de La Cerámica, dio lugar a lecturas distintas de lo evidente y de aquello que sucedió entre líneas. Julio Velázquez, entrenador, construyó su discurso posterior al partido sobre un particular punto de vista. La afición aragonesa que acudió al estadio castellonense, por su parte, hizo lo propio, narrar desde otro, desde el suyo. En nada se parecen ambos.

Puede ser que en medio quepan alguna línea maestra y unos cuantos matices, a los que se quiere agarrar la directiva del Real Zaragoza para sujetar de un modo u otro otra crisis de entrenador en la presente campaña. En este sentido, el camino parece ahora mismo uno solo: vencer al Amorebieta en La Romareda el próximo domingo y ganar de esta forma algo de tiempo, margen y espacio para el entrenador y para levantar alguna contención a la crisis que amenaza con desatarse.

En todo caso, a expensas de lo que ocurra sobre el terreno de juego en el choque del próximo domingo, e incluso con independencia del mismo, alguien del staff del club debería advertir a Velázquez de que los discursos que se alejan de una percepción más o menos generalizada en La Romareda gozan aquí de poco recorrido. Casuística en este orden no es encontrar una aguja en un pajar en esta plaza.

Sufrió, por ejemplo, en sus oídos la crítica dura de la afición Chechu Rojo, siendo quien era, entre otros motivos por emplear en las ruedas de prensa hilos argumentales que se juzgaban fuera de lugar, como pertenecientes a otra realidad, a una esfera incomprensible o a un mundo artificial. Llegó a tal punto el desencuentro que incluso la afición se volvió no sólo contra el técnico, sino contra el equipo. Para la historia ha quedado el famoso episodio de La Romareda pitando al Toro Acuña cuando el paraguayo iba a lanzar una pena máxima, en la tarde del 23 de diciembre de 2001. Aquellos episodios de invierno seguramente sembraron el germen de problemas mayores que luego se dieron. A otro nivel, y ya en esta larga etapa en Segunda División, les ocurrió algo similar a Raúl Agné, por más que fuera un técnico con pasado zaragocista, y a Lucas Alcaraz, preparador de discurso y alma templados y de trayectoria extensa.

La finura de la Romareda en otros tiempos incluso era mayor. En los deliciosos años del equipo de Leo Beenhakker, cuando el Real Zaragoza jugaba de manera primorosa ganara o perdiera, el estadio pitaba a Juan Señor cuando éste, icono, estrella y capitán, volvía de jugar con la selección española y no rendía al nivel que se esperaba en el estadio zaragocista, sirviendo a los colores blanco y azul. No es que Señor jugara mal, porque nunca lo hacía, sino que se mostraba por debajo de su habitual alto nivel, tan preciso y clarividente como exquisito.

A La Romareda -se quiere decir a fin de cuentas- no se la puede conllevar. Ni hacerle creer aquello en lo que no cree. Ni, mucho menos, manipular. No es apta tampoco para los modernos usos y abusos del lenguaje, para la propaganda o la mercadotecnia. Por más que se le repitan ciertos mantras, nunca convierte una mentira en verdad.

Rara vez aceptará, por tanto, que un empate tras dos derrotas constituya una ruptura de una tendencia. Más bien verá otra cosa: que únicamente se ha sumado un punto de nueve.

De alguna manera, esta afición posee un fondo insobornable en relación al fútbol que ve y que considera adecuado para su ser. Podría afirmarse que es preciso entender su criterio, personalidad e idiosincrasia, forjadas a través del tiempo, de los años de gloria y dificultades; pero, sobre todo, por medio de los tiempos que mejores frutos han dado.

Cabría hablar a partir de aquí de gustos y estilos. Pero eso daría para mucho. Basta por el momento con que Velázquez saque adelante el litigio frente al Amorebieta, para que no se abra de par en par una segunda crisis de entrenador en la misma campaña.

Un traspiés ante el último clasificado, en este momento, sería señal inequívoca de deterioros más profundos que la figura de un determinado técnico.         

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