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Muere Felipe Ocampos, mítico delantero del Real Zaragoza

Jugó en el ocaso de Los Magníficos y con los Zaraguayos. Defendió los colores del club aragonés durante cinco temporadas

Felipe Ocampos junto a Nino Arrúa, en su última visita a Zaragoza.
Felipe Ocampos junto a Nino Arrúa, en su última visita a Zaragoza.
Toni Galán

El Real Zaragoza ha confirmado esta tarde el fallecimiento de Felipe Ocampos, mítico delantero centro del club aragonés en los años 70, en los primeros años de aquella década. Tenía 78 años de edad.

Fichado en la temporada 69/70 por Rosendo Hernández, del Guaraní, siendo ya internacional con su selección nacional, con Paraguay, Ocampos defendió la camiseta del Real Zaragoza hasta la campaña 73/74. Jugó en esas cinco temporadas 130 partidos oficiales y anotó cuarenta y dos goles. Vivió el declive de Los Magníficos y, de alguna manera, alumbró el inicio de otra etapa dorada: la protagonizada por los Zaraguayos, con Nino Arrúa y Lobo Diarte como estandartes.

Fue Ocampos el primero de los paraguayos fichado en aquellos años y destacada pieza de transición entre Magníficos y Zaraguayos, en un periodo de la historia del club en el que se sufrió un traumático descenso del equipo a Segunda División –del que enseguida se recuperó desde el punto de vista deportivo– y una tremenda tensión social con el presidente Alfonso Usón.

Alineación del Real Zaragoza, en enero de 1972. De pie: Villanova, Rico, Violeta, Royo, Manolo González y Nando Molinos. Agachados: Oliveros, Planas, Ocampos, Luis Costa y Galdós.
Alineación del Real Zaragoza, en enero de 1972. De pie: Villanova, Rico, Violeta, Royo, Manolo González y Nando Molinos. Agachados: Oliveros, Planas, Ocampos, Luis Costa y Galdós.
Luis Mompell

Fuerte, poderoso en el juego aéreo, valiente y bravo ante las defensas contrarias, se convirtió en uno de los grandes ídolos de La Romareda durante aquellos años. Fueron memorables sus enfrentramientos abiertos, a pecho descubierto, con muchos defensores rivales, en particular con los madridistas De Felipe y Benito, cuando el fútbol se jugaba de otra forma y la dureza de los centrales estaba más que admitida. Ocampos nunca se arrugaba. Siempre iba hacia adelante. 

De temperamento caliente y carácter marcado, hasta La Romareda le obligaba a sujetarse o controlarse en ciertos momentos. Era un delantero centro clásico. Iba muy bien por arriba. Posiblemente, se trataba de su mejor virtud. Los centros al área en busca del remate de cabeza de Ocampos constituyeron un gran argumento en sus equipos, no exentos, por otra parte, de talento. Dicen sus compañeros, como Javier Planas, que fuera del campo era otra persona. Se transformaba. "Era –recuerda Planas– una extraordinaria persona, un gran amigo, de un corazón enorme. No le cabía en el pecho. Su muerte es para todos nosotros una noticia muy triste".

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