Un año con Escribá

Fran Escribá charla con Andrés Ubieto, entrenador y recuperador, respectivamente.
Fran Escribá charla con Andrés Ubieto, entrenador y recuperador, respectivamente.
Rubén Losada

Hace ahora un año, Fran Escribá debutó al frente del Real Zaragoza, en Copa del Rey, con el Diocesano de Cáceres como rival. Cayó entonces el equipo aragonés contra un bloque menor, de segunda RFEF, provocando una de las grandes sorpresas de la ronda copera. Nadie, por supuesto, señaló a Fran Escribá, recién llegado al banquillo. Era su primera toma de contacto con la realidad del equipo. Recogía la herencia que le dejó su predecesor, Juan Carlos Carcedo, apuesta personal de Raúl Sanllehí, director general. Aquel empeño no salió como estaba previsto, sino por donde menos se esperaba. Al equipo había que recomponerlo, reconducirlo, tarea que comenzó a obrar Escribá aquella noche de mal recuerdo para él y para los demás, porque dolió, sobre todo, en la dignidad.

Desde hace temporadas atrás, al Real Zaragoza no se le exige otra cosa en la Copa: que compita con cierto señorío y gallardía. Se espera, simplemente, que la honre. Entre otras razones porque es en este torneo donde ha labrado sus mayores glorias, donde ha conquistado los títulos que lo hicieron y hacen grande y donde se le abrieron las puertas de Europa, para ser campeón de la Recopa. De alguna manera, el Real Zaragoza está llamado a responder a su rico pasado en la Copa, hasta donde resulte lógico y razonable para sus actuales circunstancias.

Como todos conocemos, los verdaderos afanes de esta campaña, al igual que sucedió durante las diez anteriores, están ubicados en la competición de Liga, en la promoción de ascenso o, incluso, en el ascenso directo. En este sentido, no cabe debate alguno.

Si esta noche hay algún debate abierto no es otro que la figura del entrenador, no porque alguien se lo haya inventado, le interese o lo patrocine. No. Todo lo contrario. La situación más deseable y deseada por cualquiera es que al Real Zaragoza dejen de azotarle de una vez las clásicas crisis de otoño, que sí son un verdadero estorbo. Abren crisis de juego. De identidad. De personalidad. De patrones. Y, a la vez, de entrenador. Hoy, más allá de la mencionada honra a la Copa, se espera que el Real Zaragoza muestre cierto tono. Que se vean luces después de una larga serie de encuentros en los que se perdió la brújula del triunfo, a excepción de la victoria obtenida ante el Andorra, en superioridad numérica. No es mucho.

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