El Real Zaragoza, dentro de las últimas siete jornadas en las que ha perdido el norte competitivo global y se ha despeñado del primer puesto de líder hasta la 9ª posición en la tabla, se ha quedado en seis de ellas sin marcar un solo gol en las segundas partes de sus partidos. Ha sido inerte ante las porterías rivales. Su creatividad futbolística, su gobierno de la situación y su capacidad de reacción ante la iniciativa de los rivales han sido cercanos al nulo.

Además, en cuatro de esos siete partidos que componen el paquete de la depresión (en el que hay una victoria, en Andorra, ante un adversario que jugó con 10 jugadores desde el minuto 18, dos empates y cuatro derrotas, tres de ellas como local en La Romareda), el equipo que dirige Fran Escribá ha encajado goles decisivamente perniciosos en la última media hora de cada cita, varios incluso dentro de los últimos 10 minutos. No es, por lo tanto, una simple cuestión de sensaciones, de percepciones visuales o cerebrales de muchos analistas o de los espectadores que observan el fútbol sin más interés que divertirse viendo a su equipo. Las cuestiones tangibles, los acontecimientos concretos, los números, así lo denuncian.

Y lo que es peor y más grave: en el último mes y medio, el Real Zaragoza ha encajado 8 goles en los últimos 30 minutos de cinco de sus duelos ligueros que han acarreado la pérdida estimada de 7 puntos.

En la jornada 6 empezó todo

Este efecto retorcido que se ha llevado por delante el impecable, aplaudido, ilusionante y recordado inicio de liga de los zaragocistas, aquel histórico récord de cinco victorias consecutivas en las cinco primeras jornadas el torneo (15 puntos de 15) comenzó en la sexta estación del campeonato, en La Romareda frente al Racing de Santander, el 15 de septiembre.

Ese fue el primer pasaje en el que el equipo de Escribá echó a perder toda la segunda parte, sin ser capaz de importunar al portero montañés ni marcar un solo tanto, por lo que el 1-1 del descanso quedó inamovible. Pudo ser peor, de no haber fallado un gol cantado el cántabro Mantilla, que remató al poste, solo, a bocajarro. El primer patinazo de lo que va de curso tomó cuerpo esa noche.

En Ferrol, otra dosis, superior

El siguiente eslabón aconteció en la visita al campo de A Malata de Ferrol. El otro Racing de la división, el gallego, ganó 1-0 a los zaragocistas, que empeoraron su imagen y su calidad de fútbol de modo ostensible. Mal en la primera mitad, peor tras el descanso.

En tierras coruñesas se dio –obviamente– el segundo partido inerte en la segunda parte de los de Escribá. Ni marcaron gol, por pura incomparecencia en el área local, ni puntuaron, pues encajaron el primero de esos goles nocivos en el último tercio de sus duelos. Fue del exzaragocista Álvaro Giménez en el minuto 60. No hubo reacción blanquilla pese a tener tan largo trecho por delante.

El Mirandés y las rectas finales

El tercer episodio en cadena de decepciones sonoras de este Real Zaragoza vigente ocurrió en La Romareda frente al Mirandés, ese día penúltimo clasificado. Fue el tercer día seguido sin marcar gol tras el descanso –ni antes– porque el equipo de Escribá no tuvo herramientas ni habilidades ofensivas después del intermedio. Y fue otra muesca más del calvario de encajar un gol postrero, el de la derrota, que firmó Jair en propia puerta en el minuto 87. De nuevo el K.O. llegó en la fase definitiva y voló un punto ‘in extremis’.

Andorra, un oasis entre la nada

Cuando ya preocupaba el evidente bajón de prestaciones del Real Zaragoza, llegó la victoria por 0-1 en Andorra. Una noche de jueves en la que un tanto de Mollejo en la primera mitad sirvió para aliviar las sospechas, aprovechando que los del Principado jugaron en inferioridad numérica más de 80 minutos (el partido duró 100) por la temprana tarjeta roja que vio su centrocampista Bover. Fue el cuarto partido seguido en el que el Zaragoza se disolvió tras el descanso y no pisó casi el área rival ni marcó gol, desfigurado sin justificación frente a un contrincante menoscabado. El éxito puntual pudo irse por el sumidero si el cabezazo de Scheidler, en vez de dar en el palo y salirse fuera, hubiera ido hacia dentro en el minuto 73.

El Alcorcón y la reiteración

El quinto choque concatenado sin gol tras el descanso –ni en todos los 101 minutos de juego, nuevamente en este caso– fue frente al Alcorcón en La Romareda. Derrota por 0-2 ante otro vicecolista, con el primer gol antes del intermedio y el segundo, definitivo para acabar con un Zaragoza mortecino, encajado en el minuto 81. No fue gol crucial, pues ya se vivía en la derrota, pero hizo de puntilla.

Gijón y las vías de agua atrás

En Gijón, ante el Sporting, el Real Zaragoza marcó su único gol en las segundas partes de esta fase horrible de las últimas siete jornadas. Fue el 0-2 de Azón en el 75.

Pero solo sirvió para empatar. Los asturianos marcaron dos tantos en el 85 y en el 98 para arruinar una victoria que se quedó solo en un amargo empate. Se esfumaron dos puntos increíbles, lacerantes por aquel histórico error y despiste del portero Poussin. Hasta dos fueron los tantos recibidos en la parte final. Ya no era casual.

El Eibar hurgó más en la herida

Y el pasado sábado el Eibar hizo la herida más grande y cruenta. En los minutos 61, 68 y 86, los vascos marcaron tres goles seguidos para remontar el 2-0 que tenía a favor el Real Zaragoza antes del intermedio.

La pérdida fue en este caso de los tres puntos. Todo. De nuevo sin gol ni alma tras el descanso. Sin rigor ni reactivos. Cuando esto sucede reiteradamente, parece querer decir algo.