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Adiós a Alberto Zapater: corazón de león

El zaragocismo despidió a su gran capitán por todo lo alto en una preciosa noche poblada de emociones, exaltación zaragocista, amor a unos colores y grandeza de club.

Foto del partido Real Zaragoza-Tenerife en La Romareda, despedida de Alberto Zapater
Alberto Zapater, manteado por sus compañeros
Toni Galán

“Estoy feliz, estoy en paz”. Así se fue Alberto Zapater, en una despedida histórica, en la que impartió una lección de zaragocismo, de amor a una causa, y en la que entregó su corazón a una grada encogida de emoción, orgullosa de él, de su valor, su coraje, su nobleza, su pasión, su profesionalidad y su amor a los colores. “Lo que se vive aquí no se vive en otro equipo”, le dijo Zapater a su hijo, en el centro del campo, rodeado de su familia y custodiado por la Supercopa de 2004, su título, el trofeo que abrió una carrera en el Real Zaragoza que se apagó en el minuto 93, después de chutar una falta al Tenerife y después de entregarle el brazalete de capitán a Cristian Álvarez, el jugador junto a Gaby Milito con el que más minutos ha compartido en un campo de fútbol.

El adiós del capitán estuvo a la altura del protagonista y también de la grandeza del Real Zaragoza, de un león dormido que este viernes se dio el gusto de rugir para su capitán a la espera del regreso a Primera. Zapater se fue entre el cariño de compañeros, rivales y 25.000 aficionados a los que ha representado con honor y orgullo. Zaragocistas que siempre se han reconocido en Zapater como el futbolista que no pudieron ser. La magnitud de la figura del ejeano, último vestigio de un Zaragoza de finales y títulos, se midió con la gente que quiso acompañarle. Entrenadores del pasado, Carlos Rojo, Víctor Muñoz, Natxo González, Juan Ignacio Martínez. Excompañeros y amigos como Cani, López Vallejo, César Sánchez, Celades, José Enrique, Javi Ros, Toquero… Su agente de toda la vida Ginés Carvajal...

Zapater: “Lo que se vive aquí no se vive en otro sitio"

Mientras Alberto recorría sus últimos 25 metros sobre el césped de La Romareda, caminando hacia la banda bajo una tormenta calurosa y emocionada de cariños, aplausos y lágrimas; mientras se secaba el sudor de su último esfuerzo con la camiseta que ha guiados sus sueños y arreciado sus desvelos; mientras sentía sobre la piel lo que significa, al fin y al cabo, subir al cielo de las leyendas del Real Zaragoza; el fútbol fue desvelándole la película de una carrera dedicada y entregada a un club, una historia de 422 partidos oficiales, 245 jugados en Segunda División, 138 en Primera, 27 en Copa del Rey, 10 en la Copa de la UEFA y 2 en la Supercopa, aquella Supercopa de España luchada contra el Valencia en agosto de 2004, cuando Víctor Muñoz lo cogió y lo puso sobre el césped siendo apenas un adolescente, en el debut que abrió la serie que ahora acaba y que nos descubrió a un chaval de pulmones infinitos, de piernas incansables, de toque sencillo y claro, de golpeo duro y valioso, de una astuta inteligencia posicional… 

Valores, en cierto modo, muchos de ellos, que le han acompañado hasta su epílogo, hasta su última cena en La Romareda, en una noche inolvidable para él, pero también para toda la familia del Real Zaragoza, hambrienta de días así, de homenaje a un ídolo, a un hijo, pero también a la mística y la cultura de un club al que ni siquiera la ceniza de la Segunda División es capaz de ensuciarle y enterrarle aquello que solo los grandes escudos poseen: la magia, la grandeza y el abolengo de los gigantes del fútbol.

El estadio del Real Zaragoza coreó el "Zapater, te quiero" mientras el capitán del equipo blanquillo era manteado.

Zapater lo ha representado todo esto como pocos, entregando, para ello, salud y sufrimiento. Todo al servicio de un escudo al que le puso el corazón por última vez, en un partido, contra el Tenerife, en el que ejerció de capitán y de mediocentro, como siempre, en un doble pivote en el que se anudó a Francho Serrano, una de los futbolistas a los que entrega el legado.

Alberto llegó a La Romareda a las 19.30. Fue el primer futbolista del Zaragoza en bajarse del autobús. Recibió, allí, las primeras muestras de cariño. En el calentamiento, se evadió de todo, pendiente de marcharse con una victoria. Saltó al campo con el brazalete exclusivo de su adiós, acompañado de Oliver y Alejandra, sus hijos. Quiso despedirse empezando a jugar con las botas de su primer partido: casi 20 años de cuero y cordones. La grada le colgó varias pancartas de amor y le alicató en el Fondo Norte un mosaico con el lema: 'Eterno Capitán'.

 A sus compañeros, les dio una última arenga y les pidió todo por una victoria. Y ya en juego, trató de sellar el centro del campo, dar sentido a los balones que le llegaron y  marcar: un remate de cabeza a servicio de Bebé al que le faltó nada para coger buena dirección… Hasta una amarilla -justa- se llevó de recuerdo Zapater poco después de que en el minuto 21 se inflamara La Romareda para cantarle la canción que creó para él: “Zapater, Zapater; Zapater te quiero”. El gol de Mollejo fue para él y puso de camino una victoria que no terminó de atarse contra el Tenerife.

Y al final, las sorpresas. El presidente Jorge Mas le entregó la insignia de oro y brillantes del Real Zaragoza. Los capitanes Cristian, Ratón y Jair le dieron una camiseta firmada por la plantilla. Víctor Muñoz, un recuerdo en forma de brazalete. Y dos niños canterano, un ramo de flores. El colofón fue el himno cantado por él mismo, los fuegos artificiales, el manteo de sus compañeros y la vuelta al estadio, rodeado por miles de zaragocistas: un león nunca deja la manada porque la manada nunca lo abandona. Tampoco el zaragocismo se olvidó ni se olvidará de Alberto Zapater. Muchas gracias por todo. 

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Partido real zaragoza-tenerife, minuto a minuto
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