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La salida del tiesto de Alarcón al término del partido del Real Zaragoza con el Cartagena

Enfadado por no jugar un día más ni un minuto, acabó discutiendo con varios compañeros nada más acabar el partido y perdió los nervios de manera exagerada con alguno de ellos.

Alarcón habla con Escribá en la banda durante el partido contra el Albacete el 26 de marzo, el último que jugó en Zaragoza.
Alarcón habla con Escribá en la banda durante el partido contra el Albacete el 26 de marzo, el último que jugó en Zaragoza.
Guillermo Mestre

Tomás Alarcón acabó el partido del sábado frente al Cartagena alterado, enfadado, fuera de sí. No había jugado un solo minuto, por sexto partido consecutivo. Calentó varias veces durante toda la segunda parte, en esa turnicidad que establece Fran Escribá de tres en tres mientras decide quién y cuándo forman parte de la batería de sustituciones en cada choque liguero. Pero, un día más, se quedó fuera de las rotaciones. El entrenador ni siquiera agotó las cinco permutas, se quedó en cuatro. 

Ya en el momento de concluir el partido, quienes estaban cerca del banquillo del Real Zaragoza observaron el estado de excitación extraordinaria del chileno. Lo manifestó públicamente, a ojos de todo el mundo, en la zona del banquillo, en la banda. Con claros gestos de desaprobación, con descargas de adrenalina contra el propio mobiliario de metacrilato.

Pero la salida del tiesto no se quedó ahí y ello derivó en un episodio más serio dentro de los códigos internos del grupo. Alarcón no estuvo receptivo con algún comentario al respecto de su actitud por parte de algún compañero de banquillo ante el Cartagena. Reaccionó mal. Rebasó la raya de lo consentible en este tipo de discusiones o diferencias de criterio. 

Ante la sorpresa del colectivo, el internacional con Chile no esperó siquiera a llegar a la caseta para abordar su malestar con esas chanzas, reproches o lo que fuese que tan mal le sentaron. Se exaltó de modo superlativo en el tramo que va de la bocana del túnel de vestuarios hasta la puerta de los vestidores. Varios compañeros tuvieron que frenarlo, sujetarlo. Los opuestos, aquellos con los que discutió y se enfrentó, en especial Gueye, también debieron ser disuadidos para evitar un altercado mayor.

Fue un momento inesperadamente desagradable. Sobre todo porque vino después de una victoria, por 2-0 ante el Cartagena, que certificaba matemáticamente la permanencia después de un año difícil. No tocaba algo así. Resultó extemporáneo. Una ida de olla total. 

La tarde-noche acabó sin más novedades. En la ducha, cada uno de los afectados a lo suyo. Y, luego, a casa, con dos días de fiesta, domingo y lunes. Con total seguridad, este martes se abordará este episodio desde las alturas, partiendo del nivel del entrenador, Fran Escribá, ascendiendo al del director deportivo, Juan Carlos Cordero, y terminando en el director general, Raúl Sanllehí. No es algo menor lo acontecido. Tal vez Alarcón, cuya última aparición fue en el estadio del Levante el 31 de marzo (ya la lio en el campo, donde tuvo que ser relevado antes del descanso por Escribá para evitar su expulsión por mostrar síntomas de descontrol estando amonestado), haya jugado todo como zaragocista y su concurso en los dos últimos partidos sea nulo. Con la liga resuelta, este tipo de manchas acaban generando un malestar nada aconsejable.

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