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Real Zaragoza: el Mundial se juega en Burgos

El Real Zaragoza visita al equipo revelación y mejor defensa de Segunda con la trascendental misión de comenzar a ganar partidos bajo el mando de Fran Escribá.

Generelo y Escribá, en un entrenamiento del Zaragoza.
Generelo y Escribá, en un entrenamiento del Zaragoza.
José Miguel Marco

El Real Zaragoza juega su Copa del Mundo en Burgos, en un partido de esa piedra de Sísifo llamada Segunda División que no se detiene ni cuando el fútbol descansa en casi todos los rincones del planeta para que el aficionado endulce su paladar viendo a los mejores futbolistas del orbe patear la pelota en los estadios de Catar. Pero en la vida del Zaragoza no hay lugar para los placeres ni las distracciones mundanas. Su historia se escribe de otra manera. No falta quien dice estos días de éxtasis mundialista que el fútbol no es lo que les gusta e importa, sino el Real Zaragoza, con todo lo que ello conlleva. Tal enconada fidelidad se pone de nuevo a prueba en unos de estos partidos a los que se le adivinan todos los pliegues de un aprieto: sobrevivir con la pasión intacta durante una década con las penas, rigores y rudeza de la Segunda División si que es ganar el Mundial todos los domingos.

El Burgos espera con su armazón de mejor defensa de la liga, como caja de sorpresas de la temporada y con uno de esos planes de juego que al Zaragoza se le cruzan en la garganta como un polvorón reseco. Al Burgos no le mete gol casi nadie y el Zaragoza no le mete gol a casi nadie. Sobre esta antítesis se edifica un partido al que se le conoce la fachada: un Burgos de defensa tupida, acorazada en el área, donde acumula hombres detrás de la pelota y a todo ancho del campo para salir a la carrera o a la espera de ese detalles que en la planicie de Segunda siempre aparece en forma de disparo al pie del rival, acción a balón parado… El Burgos angustia así a sus rivales, descansando sobre esa tela de araña de Calero, quien reivindica los diferentes caminos que ofrece el fútbol para ganar, un tipo de equipo y un tipo de partidos en los que las debilidades naturales del Zaragoza más se acentúan: circulación rápida de la pelota, determinación en los espacios intermedios, generación de superioridades, resolución en la finalización… Todo los alimentos que exige un adversario como el Burgos son los que el Zaragoza no tiene en su despensa.

Fran Escribá, que dirigirá desde la grada debido a su extemporánea sanción, precisa ya una victoria que refuerce su método y apoye el argumentario del cambio de entrenador. No es buen lugar Burgos para ello, pero en Segunda todo es posible. El técnico moverá algunas piezas aunque no abandonará el 4-4-2 con Simeone y Mollejo como hombres de la artillería ligera. Francho se postula como titular, a la espera de que Francés también pueda recuperar su plaza. La mayor capacidad ofensiva de Larrazabal también lo señala en el once ante un rival parapetado. Escribá ha dejado abierta la opción de cambio en la portería, una medida que requiera la mayor de la reflexiones ante la gestión interna del grupo. En la convocatoria, no entraron los lesionados Azón y Cristian, ni tampoco Lasure ni Luna, de nuevo descartado.

El Burgos, ya presentado en estilo y modelo, solo ha perdido un partido en casa. Solo ha encajado cuatro goles desde mitad de agosto. Y su portero Caro solo ha tenido que agacharse una vez a recoger una pelota de su portería. El ‘solo’ predomina en las observaciones de su fútbol. Julián Calero ha perfeccionado la fórmula apuntada ya en el pasado curso, de equipo incómodo, hábil en partidos bloqueados y en los que suceden pocas cosas. Ahí, en resultados cortos, entre empalizadas defensivas y guerra de guerrillas con futbolistas especialistas en duelos defensivos, se mueve como pez en el agua. No tendrá por lesiones a Andy Rodríguez, Javi Pérez y Grego Sierra. Contra este equipo, juega hoy el Zaragoza su Mundial de todos los domingos.

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