real zaragoza

Real Zaragoza: Giuliano contra el mundo

Todo el argumentario ofensivo del Zaragoza reside en las botas de un joven de 19 años que se deja la piel y el corazón por un equipo escaso de calidad arriba: Giuliano Simeone. 

Real Zaragoza-FC Andorra
Real Zaragoza-FC Andorra
Guillermo Mestre | Toni Galán

Al Zaragoza le pasan demasiada factura los detalles decisivos -como el primer gol del Andorra o el gol del Granada por no ir mucho más lejos para no azotarnos más- porque es incapaz de imponerse en la zona de finalización. Hay muchos análisis posibles en la problemática del equipo de Juan Carlos Carcedo, pero todos confluyen en el mismo punto: sus limitaciones a la hora de dominar el área rival y los modos de llegar a ella. No hay más porque, en cierto modo, Carcedo tampoco tiene mucho más para sus posiciones de arriba, escasez agravada cuando alguno de los hombres principales en esos territorios, como Iván Azón y Sergio Bermejo no están disponibles.

Todo su juego de ataque -la generación y la finalización- queda en manos de Giuliano Simeone, un delantero de esos que encontrarían oxígeno en la Luna, abandonado a su suerte, pero no necesariamente desconectado del equipo. Un joven de 19 años, cedido por el Atlético de Madrid después de ocho meses de persistencia para traerlo, que a base de dentelladas monopoliza el peligro, porque todo lo corre, todo lo empuja y todo lo intuye. Es incisivo, rápido, imprevisible, vertical, obstinado, agresivo, sacrificado, perspicaz...

Es un delantero tan autosuficiente que se ha caído en la tentación de mandarlo a él solo a pelearse contra todo el mundo, dejándose la piel, el corazón y los pulmones, mientras choca, cae, se levanta, muere en cada pelota, persiguiéndolas hasta las puertas del infierno. Una mentalidad de hierro. Desde luego, es hijo de su padre.

No tengan duda de que Simeone hará carrera en este negocio, porque tiene hambre y porque tiene calidad, dos atributos en retirada en este Zaragoza al que el paso de la temporada le ha descubierto una alarmante problema de creatividad y desequilibrio en ataque.

Por ahí surgen buena parte de sus lamentos: no tiene jugadores en los extremos o la mediapunta capaces de generar ventajas desde lo individual, un agujero negro en la composición de la plantilla que ha dejado casi todo a merced de Simeone o de algún destello dentro de la agitación de Mollejo. Pero nada más. Es lo que hay, que diría aquel.

Frente al Andorra, resultó sobrecogedor observar a Simeone como un gladiador rodeado de leones. El tenaz argentino se encadenó a todas las jugadas de mérito. Todo ataque, o nacía de su fe ciega en que podía ganar cualquier pelota que pareciera perdida para la causa, o lo aceleraba él con un pase puntual, una empecinada conducción… 

En la primera mitad, le taponaron un disparo después de una aventura individual en la que activó un control orientado y un zigzagueo de futbolista superior. En otra de esas jugadas a las que solo él le encuentra sentido, firmó una escaramuza a la que Vada no terminó de encontrarle un remate certero. También dejó solo a Larrazabal para el centro que Mollejo no pudo culminar ante un paradón de Lizoain. Y tuvo una clara, ya en la segunda mitad, después de sacarse una carrera que ya no tenía en una piernas fatigadas y plomizas aunque sí en el corazón: aun así se abrió camino, como una bala, entre la defensa del Andorra, pero cuando cogió ángulo, ya sin fuerzas, el disparo le salió muy arriba.

Simeone no remata más ni mete más goles porque el Zaragoza lo tiene desabastecido. Él es quien se genera su caldo de guerra con un fútbol de subsistencia: él se pela las patatas con una navaja oxidada, él se las lava aunque sea en un charco de agua marrón y él se las cocina en una escudilla a media lumbre, porque no le queda otra. Y así está el Zaragoza, con un jugadorazo al que la dinámica del equipo amenaza con ahogar en la desesperación y la frustración.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión