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Cinco minutos de infarto

Los instantes finales del Real Zaragoza-Málaga pudieron decantar el partido hacia cualquier lado. Tuvieron de todo: goles, ocasiones y un penalti a Guti que nadie señaló

Real Zaragoza-Málaga
Raúl Guti protege una pelota en el Real Zaragoza-Málaga jugado en La Romareda
Toni Galán

Hace días que el Real Zaragoza ha apostado por el vértigo y la aceleración trepidante como parte de su razón de ser, estallando así, en varias fases de sus partidos, todo por los aires, convirtiéndose el duelo en una constante ida y vuelta, en golpes y contragolpes, en idas y venidas, en arrebatos ofensivos y carreras defensivas… Sucedió contra el Extremadura, en buena parte de la cita de Oviedo, y en la segunda mitad del choque de ayer contra el Málaga, especialmente, como muestra representativa, durante sus últimos minutos, en los que el partido se jugó a corazón abierto, al borde del infarto.

Ese descontrol, ese juego de réplicas y contrarréplicas, una taquicardia constante, pudo resolver el partido hacia cualquier lado. Pudo ganar el Málaga porque la victoria la llegó a sentir como propia cuando solo la prolongación quedaba por jugarse. Pudo, también, vencer el Real Zaragoza, pues en esos escasos cuatro minutos de añadido tuvo tiempo para igualar, pero también para llevarse tres puntos que hubieran sido dignos de una remontada impensable, épica.

Finalmente, el partido desembocó en un empate, resultado que permite al Real Zaragoza seguir invicto, en posiciones de ventaja en la clasificación, después de emitir buenas señales en la primera mitad, con una ataque aseado y ordenado, pero que perdió la tecla del encuentro tras el descanso, cuando el desgobierno general se apoderó de la trama y se redujo a un imparable intercambio de golpes, en un correcalles.

Cuando los partidos derivan hacia esas aguas, todo puede pasar. El Real Zaragoza tiene sólidos argumentos para triturar a un rival a la carrera. Ayer, en los pocos tramos con el juego en reposo, lo hizo todo bien hasta que la pelota caía en pies de sus laterales. Solo con más acierto en las bandas, el encuentro podría haber tomado otro color. Sin embargo, el Zaragoza y el Málaga decidieron echarse un pulso de galope y velocidad. Luis Suárez, Dwamena, Guti y Soro empujaron hacia arriba a su equipo, con todo, librando a las espaldas espacios que el Málaga no dudó en sacudir con fuerza. Con 1-1, una acometida de un infatigable Raúl Guti acabó en un derribo en el área que, en las imágenes de la televisión, pareció indudable. Existió contacto.

Sin embargo, si hace unos días, en Oviedo, el VAR advirtió al colegiado que no lo había visto y que debía pitarlo, ayer, eso no sucedió. Una veces opera de un modo y otras de otro. He aquí la ambigüedad de la herramienta. En ese punto, el partido enloqueció de tal manera que La Romareda se inflamó como en sus mejores ocasiones. Todo ello, pese al gol, inmediato a la polémica acción con Guti, con el que el Málaga parecía asestarle la puñalada final al Zaragoza. Lombán se elevó a las alturas en un saque de esquina, giró el cuello y mandó el balón a un esquina inalcanzable para Christian Álvarez.

Quedaban los cuatro minutos del añadido. Mientras los andaluces celebraban, Víctor Fernández llamó a Álex Blanco. El alicantino salió como una moto. Le dieron una pelota al espacio y la puso donde no la habían puesto ni Nieto ni Delmás en todo el partido: en los pies de un compañero, Guti, que la empujó a placer. Una respuesta de equipo con personalidad y duro de pelar: cuatro veces se ha levantado el Zaragoza de sendas desventajas en las dos últimas jornadas.

Faltaban dos minutos y medio de la prolongación. El Málaga no pudo ni supo parar el juego y el Zaragoza se desmelenó. Encerró al rival de forma apasionada, buscando rendijas por donde filtrar un pase letal. Las buscó y buscó. Una de esas acciones acabó en saque de esquina. Lo botó Guti. Clemente acudió al primer palo a peinar la pelota hacia atrás. Lo hizo. El balón cruzó por delante de Munir, portero visitante, y en el segundo palo, solo, sin oposición, con la portería para él, el joven Alberto Soro no acertó en un cabezazo que pareció imposible que acabara donde acabó: se fue fuera. Ahí estuvo la victoria.

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