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El "¡dale, dale!" de Javi Ros que enciende la sangre del equipo cada poco rato

El tudelano es un espectáculo en su puesta en escena oral cuando de presionar al rival se trata. Lo hace igual en los partidos de liga, pero ahí no se le oye: no deja que nadie se relaje y pide máxima implicación a sus compañeros.

Javi Ros arrebata el balón a Bikoro en una jugada de presión en la línea de medios durante un entrenamiento en Boltaña.
Javi Ros arrebata el balón a Bikoro en una jugada de presión en la línea de medios durante un entrenamiento en Boltaña.
Daniel Marzo

¡Dale, dale!, se oye de vez en cuando, muy a menudo, a una voz imperativa, con tono agudo y desgarrado, durante los partidillos y ejercicios de presión del Real Zaragoza en Boltaña. El silencio en el campo de Villaboya, la acústica de las montañas, ayudan a que ese latiguillo del ¡dale, dale! corra por el aire con nitidez extrema. 

El emisor es Javi Ros. En ausencia de Alberto Zapater, el tudelano es el capitán de facto de la plantilla en esta concentración en el Pirineo Aragonés. Un referente para todos. Una elongación del entrenador sobre el terreno de juego. 

Lo de Ros es habitual. Es su modo de ser, de actuar en los partidos, sobre el campo. Pero, obviamente, en los estadios de Primera y Segunda División, envueltos en el ruido ambiente de cada caso, es muy difícil, imposible las más de las veces, que el ¡dale, dale! de Javi Ros se perciba desde las tribunas. Durante el año, como los entrenamientos son a puerta cerrada desde 2015, no se da el caso de que ningún observador ajeno al grupo pueda colegir esta particularidad. Así que es en la pretemporada, en los días de Boltaña, donde más sale a flor de piel el caso.

El ¡dale, dale! de Ros saca las sonrisas de muchos aficionados zaragocistas que acuden cada día a las pequeñas gradas del campo de Boltaña. Porque es un estridente grito de guerra que saca de la tendencia a la comodidad al resto de compañeros. Que alborota el gallinero. Que impide que nadie se relaje. Cuando Javi ve que la presión no es la adecuada, o que hay algún colega que no da la talla suficiente en el esfuerzo de cierre de espacios, le pone la sangre a hervir de inmediato: ¡dale, dale!, pide con todas sus fuerzas Ros. 

Y todos le dan. Por descontado que le dan. Es oir el mandato del de Tudela y ver cómo todos los que le rodean dan un respingo y aceleran el paso

Ros es el claro ejemplo de que el fútbol tiene una parte hablada. Que los futbolistas que mandan, que no paran de situar el juego en cada jugada, en cada momento del partido, son mucho más beneficiosos para el grupo que los callados, los apagados, los que flotan sobre la hierba a verlas venir y pensando en lo suyo, en cuando les va a llegar el balón y en lo que van a buscar para lucirse. 

A Gustavo Poyet, sus colegas del equipo de la Recopa le apodaban 'la radio'. Porque el uruguayo, tan locuaz fuera y dentro del campo, era una máquina de hablar, de gritar, de dar órdenes, de comentar circunstancias del juego desde el minuto 1 al 90. Siempre se le veía dialogar con unos y con otros, con propios y ajenos, con el árbitro... gesticulaba al público, señalaba a un rival 'tocanarices' y lo ponía en evidencia, no paraba. 'La radio' Poyet contagiaba y aquel equipo acabó teniendo varios 'transistores' más. 

Ahora, en el Real Zaragoza, ese papel es de Ros en gran medida. Su ¡dale, dale! debería ser elemento a extender. Una conducta que invita a la solidaridad del equipo, a la implicación, a la máxima atención en cada fase de los partidos. Nada de pasotas, ni de comodones, ni de escaqueadores. Si Ros te grita en primera persona su ¡dale, dale!, te está haciendo un retrato a todo color. 

A ver quién, en los partidos de pretemporada que van a jugarse en campos relativamente pequeños, es capaz de oir un ¡dale, dale! de Javi Ros durante este verano. Se trata de un ejercicio gratificante si el que lo capta ha jugado al fútbol alguna vez. Es el fútbol de siempre, el de la calle, el de la era. 

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