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Víctor Fernández ya tiene otra muesca en la historia del Real Zaragoza

El veterano entrenador aragonés, que llegó por sorpresa y por ruta paralela en diciembre con el objetivo supremo de evitar el descenso a Segunda B del equipo, ha cumplido su 'misión' en este 'Universo' de 2019.

Víctor Fernández, en la banda de La Rosaleda de Málaga, este viernes.
Víctor Fernández, en la banda de La Rosaleda de Málaga, este viernes.
José Bretón

Salvados. Víctor Fernández, el tercer entrenador de la temporada 2018-19 en el banquillo del Real Zaragoza, estampó este sábado (tras haber perdido horas antes por 3-1 en Málaga), sin jugar y a través de una carambola de un tercero -el Rayo Majadahonda, rival en la lucha por la vida- su firma con pluma estilográfica en el libro de ruta zaragocista como coautor principal de la consumación del reto de la permanencia en Segunda División. Un objetivo tan escaso en consideración cuando arrancó la campaña en verano, como tan agobiante y perentorio con el paso de los meses en medio de una liga llena de defectos y manchas futbolísticas que han tenido en vilo a la SAD desde octubre hasta este 25 de mayo, más de 7 meses de zozobra.

Víctor vino para esto. Y esto ha conseguido. O sea, misión cumplida. Y lo de misión es tal cual. El propio técnico zaragozano lo ha explicitado varias veces en sus declaraciones públicas. Él es "un enviado", que vino justo antes de la Navidad "con una misión" y fue colocado aquí "por el Universo". Literal. Sic. Todo para dejar claro que su llegada al club, que tuvo mucho de sorprendente por el quién, el cómo y el cuándo, tuvo lugar a través de una ruta paralela a la ordinaria del funcionamiento del área deportiva hasta esas fechas preinvernales.

Lo suyo fue un timonazo de máxima urgencia desde la Plana Mayor. Una medida de extrema necesidad por la gravedad de aquel presente del equipo tras caer en La Coruña y ser 20º, bajo la batuta de un catatónico Lucas Alcaraz, que había relevado dos meses antes a Imanol Idiakez, la apuesta inicial del área deportiva para el ascenso a Primera División en el segundo año de un proyecto a dos años (plan admitido por el presidente Lapetra en Boltaña durante la pretemporada).

Víctor Fernández, veterano y laureado técnico blanquillo, cercano a convertirse en sexagenario, aceptó acometer su tercera etapa en el club como entrenador. Lo hizo en precario, advirtiendo que su remuneración por estos meses iba a ser cercana a cero. Subrayando que lo suyo era un acto de zaragocismo y agradecimiento a un club que le ha dado todo lo que es en la vida futbolística, en su vida personal, y que tenía su origen en una propuesta de determinadas personas a las que no podía contestarles con un no en las circunstancias que concurrián.

Víctor volvió así al Real Zaragoza, para extrañeza de muchos y admiración de otros tantos, 28 años después de su debut como veinteañero en 1991 en el banquillo zaragocista; 25 años después de ganar la Copa en Madrid al Celta; 24 años más tarde de la mítica Recopa de Europa en París frente al Arsenal; 13 años más allá de su regreso como mascarón de proa bonito de aquel tóxico agapitismo, que empezó con ínfulas de grandeza y acabó en el erial que es, en lo financiero, el actual Real Zaragoza que los nuevos propietarios están intentando reflotar desde 2014. 

Lo suyo ha sido una rareza. Una emergencia histórica. Un gesto atípico e inusual para las efemérides blanquillas. Algo que no pegaba con el modus operandi del actual método que rige en el Real Zaragoza contemporáneo, con sus responsables concretos y sus libretos de gestión. Pero que ha dado resultado. Metido como cuña forzosa en días de pérdidas de confianza, Fernández ha concluido su labor con resultados satisfactorios: el Zaragoza no se muere por una obstrucción de las vías deportivas y futbolísticas, cosa que hubiera ocurrido si la Segunda B hubiese sido su destino en 15 días, como se temió largo tiempo. 

Víctor Fernández suma así una nueva muesca a su vida dentro del 'staff' deportivo del Real Zaragoza. Marcas en la canana de distinto tenor, unas de agradable recuerdo (ya citadas) y otras de peor digestión (dos despidos, la matriz de un descenso letal para la SAD con la plantila más cara de la historia), una final perdida (la de Copa en Mestalla del 93). Unos hitos en su vida blanquilla que comenzaron con la recordada Promoción contra el Murcia en 1991 para, precisamente, evitar un descenso (entonces de Primera a Segunda) que fue el inicio de todo lo bueno que vendría después.

Ahora, desde este 25 de mayo de 2019, Víctor Fernández ya puede introducir otra señal en su currículum vitae zaragocista. La que siempre referirá y rememorará su misión, en su tercer paso por la banqueta de La Romareda, de salvar al equipo de una catástrofe sin par, un descenso a Segunda B que ha rondado sobre el nido el cuco con muy malas intenciones, sin ser jamás una broma o fruto del agorerismo de los más pesimistas.

Como Fernández avisó varias veces en su aterrizaje, se ha sufrido hasta el final (y eso que van a sobrar dos jornadas definitivamente). Al equipo, por sus hechuras, le ha venido justo, muy justo para alcanzar el ras de puntos necesario. Pero ahí queda para la historia el hecho de la elusión del descenso de la mano de Víctor. Esta vez, en su madurez, actuando en modo parche, como reparador milagroso de un fiasco de curso deportivo.

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