Papu, la víbora de Tiflis

Giorgi Papunashvili se coronó en La Romareda con tres goles y un partido para el recuerdo. El joven georgiano se consolida como un jugador de gran presente y prometedor futuro para el Zaragoza

Papu celebra uno de sus goles al Albacete.
Papu celebra uno de sus goles al Albacete
Oliver Duch

En la grada, en el palco, un americano de Baltimore, Gary Neal, el escolta mágico del Tecnyconta Zaragoza de baloncesto, visitaba La Romareda por primera vez, armado con la cámara de fotos del teléfono y un mundo nuevo por descubrir: el himno del Zaragoza, la ola en las tribuna, la pasión de la gente, el fútbol, una goleada… Habituado a liderar a su equipo en la cancha y comandar victorias con partidos portentosos y exhibiciones individuales históricas, a Gary Neal hubo que decirle quién era ese otro ‘yo’ suyo que, abajo, en el césped, convertía cada pelota en almíbar y cada arrancada en una explosión de fútbol. Había un jugador del Zaragoza vestido de Michael Jordan. Si Gary Neal se ha ganado el derecho al MVP de la ACB, el ‘Most Valuable Player’, siglas inglesas de jugador más valioso, y se ha acostumbrado a que se lo canten diariamente en el Príncipe Felipe; ayer en La Romareda, ese jugador atómico, ese Gary Neal, fue otro MVP: ‘Most Valuable Papu’.

Con tres goles, una asistencia y un catálogo de acciones al alcance de pocos futbolistas en la categoría, Giorgi Papunashvili, a sus 22 años, se doctoró en Zaragoza como un chico de sabroso presente y jugoso futuro. Puro patrimonio. Su paso por el partido fue un vendaval que arrasó al Albacete. Fue imposible de descifrar. Su capacidad para acelerar el juego, con esa finura, y pisar el área, son oro puro. Hacía 12 años, desde aquel glorioso 6-1 en Copa del Rey al Real Madrid, que un jugador del Zaragoza no firmaba un ‘hat trick’. Entonces marcó cuatro Diego Milito. Y en liga no se conseguía desde el 4-4 al Sevilla con 4 goles de David Villa en la 2003/2004.

Papu se ganó ayer el corazón de un estadio como ya había hecho con el vestuario, donde es muy querido, por su simpatía y sencillez, pese a que le cuesta un mundo expresarse en español aún. Querido por la gente, ya es la víbora de Tiflis, por su juego letal, escurridizo y nervioso.

La historia se ha contado alguna vez en este mismo espacio. Hace casi cinco años, en un torneo de selecciones nacionales de categorías inferiores, se produjo un flechazo: José Mari Barba, actual secretario técnico del Real Zaragoza y mano derecha de Lalo Arantegui en los asuntos de despacho, descubrió a un menudo georgiano, descarado, incisivo, cimbreante, con un juego apasionado y dúctil en la mediapunta, tan vistoso y emocionante que Barba cayó cautivado. Ese chico era Giorgi Papunashvili y tenía 17 años recién cumplidos. Era casi un niño y no tardaría en marcharse a Alemania, a Bremen, donde esa juventud fue un peaje demasiado caro. No cuajó. Pero su nombre se fue para siempre con el ahora técnico zaragocista: guardado en el disco duro de su almacén de partidos y jugadores. Nunca lo olvidó. Por eso, en cuanto un mercado lo permitió, lo condujo a su lado: al Real Zaragoza. Lalo Arantegui se puso al corriente del chico, viajaron a Georgia, hablaron con él y le sedujeron. El resto es ya conocido: una adaptación pausada, pero constante, no solo a la vida y las costumbres de España, sino al fútbol, a cómo jugarlo, leerlo e interpretar las necesidades colectivas. Natxo González no habla georgiano, pero se lo ha hecho aprender, con un tutelaje que ha tenido todo lo que suelen tener estos procesos: palo y zanahoria.

La evolución de Papunashvili, precisamente, funciona como síntesis individual del camino que ha seguido todo el equipo: a fuego lento, siempre se cocinan los mejores platos.

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