Ganar como los ganadores

El Zaragoza sufrió, necesitó de un portero y un par de centrales majestuosos, vivió fases complicadas... pero exhibió capacidad de superación y diversidad de registros: madera de equipo vencedor

Borja celebra uno de sus goles en Pamplona a Osasuna
Borja celebra uno de sus goles en Pamplona a Osasuna
Daniel Marzo

Dirán que el Zaragoza fue inferior a Osasuna, dirán que lo desbordaron por momentos, que le atornillaron a su portería, dirán que le anularon su guía de juego y que le desposeyeron de los nutrientes del balón. Dirán que esta vez no fue el mejor y dirán que necesitó de la eficacia en su área y en la contraria. Dirán, en resumen, que el Zaragoza sacó tres puntos que también mereció el rival navarro. Y lo dirán con razón. ¿Cómo no iba ser de otro modo? ¿Acaso el partido no se intuía así, tan sufrido y doloroso? ¿Acaso enfrente no estaba Osasuna? ¿Quién esperaba otra cosa? Contra un conjunto que defendía su posición de promoción, que juega estos partidos con la vena inflamada, en una plaza así, tan incandescente y adusta como El Sadar, que se compone de una plantilla que casi triplica en masa salarial a la confeccionada en verano por Lalo Arantegui… ¿Cómo no iba a sufrir el Zaragoza? ¿Por qué no iba a rondar la derrota? Pero ganó. Y esta es la magia actual de este equipo. Un buque rompehielo que puede con todo, que va abriéndose canal entre la dureza y exigencia de la masa ártica de la categoría, quebrando en mil pedazos todo lo que se le pone delante.

También dirán que el Zaragoza ganó por suerte y porque tiene un portero y un delantero como los que tiene. No escuchen. Como si eso fuera un demérito. Como si tener al quizá mejor portero y al quizá mejor ariete de la categoría no entrara en la ecuación de un partido. El Zaragoza tiene a Cristian y a Borja Iglesias y juega también en base a ello, porque para eso están aquí y Natxo González los mete en el equipo: a Cristian para que pare. A Borja para que meta. Son dos factores competitivos que no tienen nada de azarosos: se tienen porque alguien hizo por que estuvieran aquí. Y son útiles, sobre todo, en días y frente a rivales como un gran Osasuna. Porque un equipo que quiere ascender debe tener un portero y un delantero como ellos. Debe tener el dominio de las áreas.

La fortuna. El Zaragoza no tuvo suerte: se la trabajó. Jugando como demandaba el partido, sabiendo sufrir y exhibiendo una inteligencia y una variedad de recursos para amoldarse a aquello que precisaba el encuentro en su justo momento. Porque tiene material para ello. Tiene táctica. Y tiene futbolistas, lo más importante. El Zaragoza ganó en Pamplona, fundamentalmente, porque es un equipo, ahora mismo, tan versátil en su modo de jugar que eso siempre es una ventaja en partido tan ásperos y adversos como el de ayer. Le quitaron la pelota, le secaron su estilo madre, pero tiene más cartas en la manga: es un conjunto que también sabe defenderse, posicionarse y salir corriendo, jugar al vértigo en lugar de a la pausa. Los goles no fueron hechos aislados y fortuitos. Fueron jugadas de maduración colectiva, fruto de mecanismos adquiridos con el tiempo y el trabajo. ¿O es la primera vez que aparece Buff y su tacón de marfil para fabricar un gol entre líneas? Esta jugada define al Zaragoza: todo sucede en el campo por algo. Es un equipo, con mayúsculas. Y cuando se es un equipo siempre se va a tener oportunidad de ganar, incluso cuando el rival, como Osasuna, te supera en varias fases y te acorrala en la tarde lluviosa y fría.

Así ganó el Zaragoza en Pamplona. Como los ganadores. Como un equipo con rostro de vencedor, con madera de triunfo y éxito. Al que ningún escenario de partido y de rival puede frenar. Es un monstruo de competir. De un modo u otro, este Zaragoza es garantía de victoria. Lleva seis seguidas. Y cuando se tiene eso, no hay cielo alto e imposible.

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