Real Zaragoza

Zapater, el precioso milagro devaluado por el resto

El capitán, contra pronóstico, completó las 42 jornadas como titular tras casi 3 años sin jugar por diversas lesiones. El terrible año del equipo abolla su meritoria actitud.

Zapater, durante el último partido de esta liga, en La Romareda ante el Tenerife.
Oliver Duch

Larga vida a Alberto Zapater Arjol. Impresionante. Increíble. Enormemente meritorio lo logrado por el capitán este año como jugador del Real Zaragoza. El centrocampista de Ejea de los Caballeros ha terminado la liga siendo el único titular indiscutible en los 42 partidos del torneo. Los ha jugado todos. Sin excepción. El '21' siempre estuvo en los onces iniciales de Milla, Agné y Láinez. Nunca falló. Jamás fue duda pese a que motivos tuvo para ello más de una docena de semanas. En todo momento buscó el método, la manera, el sacrificio personal y físico para llegar al sábado o al domingo en un punto físico donde su concurso fuera importante para el equipo.

El hecho en sí, en una liga de 10 largos e interminables meses, tiene su mérito per se en cualquier equipo de la categoría. En el caso de Zapater, todo se multiplica por una cifra enorme de loas y reconocimientos por los antecedentes que portaba el ejeano en su trienio previo al retorno al Real Zaragoza: venía de estar sin jugar prácticamente en los últimos 3 años, donde las lesiones, diversas, derivaron su estancia en el Lokomotiv de Moscú a un infierno que le costó enorme esfuerzo personal, familiar, psicológico y deportivo superar.

Que este Zapater, que hace año y medio estaba abocado a la retirada prematura por el 99 por ciento de los médicos, fisioterapeutas, directivos, compañeros, amigos y demás gente de su entorno, haya consumado semejante barbaridad de jugar los 42 partidos con el Real Zaragoza con estas credenciales, roza la catalogación de milagro. No hay precedentes, con total seguridad, de algo así. Su gigantesco esfuerzo personal, el apoyo de un reducido ramillete de profesionales y amigos que creyeron en su rehabilitación pese a que los indicios insinuaban lo contrario, ha obtenido este premio.

La lástima, y eso le pesa en la mente y le rompe el alma zaragocista, es que semejante hazaña de índole personal no haya podido tener lugar en un equipo ganador, dentro de una plantilla capaz de pelear por el ascenso a Primera División. Era lo que soñó Zapater (junto con su amigo Cani) cuando decidió ser el abanderado de este curso en Segunda División, en esos días del pasado verano donde todo comenzó a construir en el área deportiva del club con la inevitable y obligada misión de devolver al Real Zaragoza al lugar que le corresponde y necesita para ser viable: la primera categoría. Pero nada salió, globlamente, como estaba dibujado sobre el mapa de ruta.

El milagro de Alberto Zapater queda, inevitablemente, abollado por el mal año del Real Zaragoza en términos generales. Como todas las cosas positivas -que algunas ha habido- que puedan extraerse entre tanta mácula a diestro y siniestro. De esto, él no tiene ninguna culpa. Acaso, su parte alícuota en el devenir defectuoso del equipo en la competición, como cada uno de los demás. Pero lo suyo, su afán de superación, su implicación, su integridad como profesional pese a venir de varios años de serias dificultades físicas, queda resumido en sus números y en la relevancia que estos han tenido para que el débil Real Zaragoza que, inesperadamente, acabó fluyendo día a día en esta fea campaña, haya salvado el tipo in extremis y pueda seguir un año más con la ilusión de volver cuanto antes a Primera. Zapater, en un equipo bonito, en una plantilla bien pergeñada, habría brillado infinitamente más. 

Hay que quedarse con estas cifras: 42 partidos como titular (todos), 40 de ellos completos (solo fue sustituido al final en Soria y en Elche), hasta hacer un total de 3.734 minutos (de un máximo posible de 3.780, solo estuvo fuera 46). No hay nada más que decir, señorías. Solo aplaudir. Hasta romperse las manos.