Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

España: inventario de imperfecciones, errores y otras terquedades

Soccer Football - FIFA World Cup Qatar 2022 - Round of 16 - Morocco v Spain - Education City Stadium, Al Rayyan, Qatar - December 6, 2022 Spain's Rodri reacts REUTERS/Bernadett Szabo SOCCER-WORLDCUP-MAR-ESP/REPORT
Rodri, medio centro del Manchester City, ejerció de central en la selección española y fue, quizá, el mejor futbolista español del Mundial.
BERNADETT SZABO

En España, más que el estilo innegociable o una poética malabarista del juego, se ha impuesto la terquedad. Y, tal vez, una especie de arrogancia difícil de explicar en el fútbol donde ya nadie gana ni de calle ni por prestigio, palmarés o pasión primitiva por el juego. Hasta la suerte es más caprichosa que nunca.

A toro pasado, con el equipo ya en España o de vacaciones por ahí, el análisis puede resultar fácil y oportunista. Está claro que el míster se montó una película bastante extraña en la cabeza: pareció estar más atento a detalles externos que a la lectura de los partidos y a la búsqueda de soluciones. Eligió lo que quiso, quizá la presumible paz interna (como si Iago Aspas o Borja Iglesias fueran unos guerreros; o Kepa y De Gea llevasen la guerra civil), pero no tuvo en cuenta, en toda su extensión, accidentes y matices del juego. 

Está claro que no acertó con los centrales, o que por lo menos no confió en ellos. Bueno, Guillamón se lesionó o lo que fuera. Rodri, para algunos el menos malo de los nuestros, no había jugado apenas de central y aquí lo hizo en cuatro partidos; sin duda, habría sido un recambio y una alternativa a un Busquets que se venía abajo o que era tapado con demasiada frecuencia. Otros equipos optaron por centrales contundentes, más clásicos, más fuertes; ya sacaría el balón jugado Laporte, que lo hace bastante bien. Y ha hecho un Mundial correcto.

En el centro del campo, y lo hemos dicho aquí unas cuantas veces, el bastión del Barcelona solo aguanta, de manera aseada y sin contraindicaciones severas, 60 minutos. Como mucho. Le ha sucedido al exquisito Pedri González, que puede ser tan fino y mago del aire como inofensivo, y al que se le va el fuelle a medida que avanza el segundo tiempo. No es crítica; es una certeza, y comprensible. Es un jugador en formación, competitiva y corporal; siendo muy bueno, y distinto a casi todo lo que tenemos. Gavi es un rompedor, un corazón de león, caza y le cazan, y parece no desfallecer, pero a veces su propio ímpetu acaba penalizándolo. Es como si le importase más la cólera y su entrega, indiscutible, grandiosa, única, que el buen juego y la eficacia, dicho sea con el máximo respeto. Es una joya en ciernes, pero quizá no sea imprescindible otorgarle todo el tiempo la máxima responsabilidad. Y Luis Enrique, que lo quiere, lo mima y lo impulsa, tiene fe ciega en él. No siempre puede responder. Y parece lógico: tiene 18 años, y pide (aunque él embista siempre) aliento de protección, inteligencia paternal de entrenador. 

Él y Pedri, como Busquets, también necesitan recambios sólidos, con personalidad, calidad y sentido de la disputa. Rodri hubiera echado una mano, sin duda, e incluso -creo que mejor administrados sus tiempos– Soler, Koke y Marcos Llorente. Aquí también ha faltado un poco de veteranía y mayor talento. Otro de los errores de Luis Enrique es que no acertó en la dirección de lo que tenía, aunque solo él y su equipo conocen el estado de forma de todos sus hombres.

Arriba, Luis Enrique se ha obcecado. Por unas y por otras, Morata, nuestro máximo goleador, pareció siempre como un recambio de un inane Marco Asensio, un jugador con una cualidad ante todo, el disparo, y fue incapaz de prepararse un disparo. Viendo lo que sucedió ante Alemania y ante Japón, Luis Enrique tendría que haber planteado más cosas: más ritmo arriba, circulación de balón más rápida, muchos más tiros a gol, más centros y por supuesto mayor intensidad. El equipo fue fiel a su abatimiento y a su rutina: nadie se desmarcaba, nadie era capaz de hacer un desborde, nadie apuraba hasta la línea de fondo. Y eso, en ese juego, es imprescindible. Es decisivo una aceleración de balón, y menos pasea atrás para recomenzar la nada. Exceso de pausa. Porque España, e imagino que no sería esa la táctica de Luis Enrique, ha jugado a la pura intrascendencia, a la reiteración, con un espíritu tan cansino como impotente. Y lo ha hecho con un ritmo machacón, levemente aseado en la triangulación, desde luego, pero no iba a ninguna parte.

Este equipo ha sido tan previsible que parecía que salía a cazar y lo cazaban siempre. Al final, aceptó con desidia su destino: el verdadero ritmo y la picardía lo imponían los otros. Y así ha caído: sin brillo, sin osadía y sin el arrebato inconformista que se le debe pedir a un bloque de tanta calidad.

¿Qué pasará con Luis Enrique? Él siempre lleva la iniciativa en sus juegos. Con Rubiales ya no hay química desde hace tiempo. Quizá haya llegado el momento de decirle: “Muchas gracias y buena suerte”. Y luego a trabajar en serio: España no tiene a Mbappé ni a Vinicius ni a Richarlison, pero hay mimbres para hacerlo mucho mejor que se ha hecho en este Mundial de Catar.

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