un año de la covid

Un año de burbujas y de tremendo vacío en las gradas

Las constantes pruebas PCR a los jugadores, las burbujas y el vacío en los estadios han salvado las ligas profesionales, pero no por eso la pandemia ha dejado de causar daños y distorsión en el deporte, a todos
los niveles, desde la élite a la base.

Encuentro Real Zaragoza-Alcorcón del 11 de junio, primer partido de la nueva normalidad en La Romareda.
Encuentro Real Zaragoza-Alcorcón del 11 de junio, primer partido de la nueva normalidad en La Romareda.
José Miguel Marco

Cuando se cumple un año de la covid, comenzamos a tener perspectiva cierta de los irreparables daños que ha causado este virus al deporte y de cómo se han tratado de adaptar competiciones y deportistas a estas anómalas circunstancias. La pandemia ha marcado, sin duda, un antes y un después.

Hasta marzo de 2020, se jugó al fútbol, baloncesto, balonmano o tenis bajo los usos, costumbres y normas de toda la vida, y a partir de ese momento comenzó otro mundo, un sucedáneo, que acaso tenga por denominador común el hecho de competir en burbujas, en espacios cerrados, sin espectadores ni emociones, sin alegrías, decepciones o tristezas compartidas, sino privativas, casi exclusivamente individuales.

De alguna manera se han salvado las grandes ligas (la NBA en Estados Unidos, la Liga en España o la Bundesliga en Alemania) y se ha evitado al mismo tiempo el colapso de la enorme industria en que se ha convertido el deporte profesional en la última década; pero a nadie escapa que esta forma de supervivencia esconde algo de artificial, de producto de laboratorio, llamado a su pronta extinción en cuanto el aficionado de a pie pueda regresar a su estadio, a la naturalidad de la vida cotidiana.

En modo alguno es lo mismo Roland Garros en junio que en septiembre, con la pista Philipe Cartier llena que vacía. No suena de igual modo la final por el Anillo de la NBA, con miles y miles de aficionados en la grada, que el vacío de la burbuja de Orlando, de la que se cansaron hasta los propias estrellas. Ni siquiera es comparable la ascensión al Tourmalet o el Marie Blanc sin público que con las cunetas repletas de ánimos, banderas y miradas que, en un fugaz segundo, quieren guardar en la retina la imagen real de un ídolo que se exprime en el esfuerzo.

Ha quedado demostrado por diversos estudios que el alma del deporte no reside en el espectáculo servido como producto de televisión a audiencias lejanas o incluso universales, sino que descansa sobre todo en la íntima comunión entre los equipos o las estrellas con su gente, con sus seguidores. La covid ha arrancado a los aficionados de los teatros de sus sueños y ha hecho desaparecer la fiebre de las gradas, pero cada día parece más cercano el regreso a la normalidad, el día de la victoria sobre la enfermedad.

Pocos equipos se han visto más perjudicados por el virus que el Real Zaragoza, cuya dinámica de ascenso a Primera se vio cortada en seco

Si la lupa se acerca a nuestro entorno más próximo, difícilmente puede desvincularse la irrupción de la covid de la funesta suerte que ha corrido el Real Zaragoza desde entonces. En el pasado mes de marzo, era un equipo lanzado. No conocía, de hecho, la derrota tras el parón de Navidad. Contaba casi todos sus partidos por triunfos. Cómodamente asentado en la zona de ascenso directo a Primera, sacaba varios cuerpos de ventaja a sus inmediatos perseguidores, la Sociedad Deportiva Huesca y el Almería. Bajo la dirección de Víctor Fernández, daba la impresión de que no tenía otro destino posible que el regreso a la élite. Pero el parón provocado por el virus rompió esta brillante dinámica competitiva e hizo estallar por los aires cualquier plan de éxito. Sin público en La Romareda, el Real Zaragoza empezó a sentirse incómodo. Ya no encontró la manera de volver a ser él mismo. Se desfiguró. Incluso es posible que se desnaturalizara. La llamada nueva normalidad del fútbol lo mató.

Un estricto protocolo de seguridad. Los jugadores del Real Zaragoza, como los de todos los clubes de la Liga de Fútbol Profesional, están viviendo este periodo bajo estrictas medidas de seguridad.
Un estricto protocolo de seguridad. Los jugadores del Real Zaragoza, como los de todos los clubes de la Liga de Fútbol Profesional, están viviendo este periodo bajo estrictas medidas de seguridad.
Javier Belber

El contrapunto a este estado lo puso el Huesca, que entendió mejor cómo adaptarse a los protocolos, a las nuevas normativas, a los cinco cambios y al fútbol disputado en vacío, frío y sin ambiente. No sólo limó distancias con el Real Zaragoza, al que venció en La Romareda y le arrebató la posición de privilegio, sino que terminó por convertirse en campeón de la liga de Segunda.

Más allá del deporte rey, han sufrido lo indecible todos los deportes, los de equipo y los individuales, los clubes de élite y los que pertenecen a la base. Agoniza, por ejemplo, la Escuela de Waterpolo de Zaragoza, club histórico, poseedor, nada menos, que de una reciente medalla olímpica, que Andrea Blas lució de manera merecida y orgullosa. El Casademont Zaragoza, por su parte, llegó a pedir la paralización de la competición si la marea roja no regresaba al pabellón Príncipe Felipe; pero su petición cayó en el saco roto de la asamblea de la ACB. Pagarán las consecuencias las cuentas de resultados del ejercicio, el balance de situación y, por supuesto, los flujos de caja del equipo aragonés, que se sigue reivindicando como entidad bien gestionada en la compleja relación entre presupuesto y rendimiento deportivo del equipo.

Abundantes clubes polideportivos y gimnasios siguen luchando por no cerrar de modo definitivo, por agarrarse a un hilo de esperanza. Las federaciones deportivas, mientras tanto, han hecho lo que buenamente han podido por organizar este curso un calendario de competición, a veces sin ascensos ni descensos. En este tiempo, los cazadores han estado encerrados en casa, por los confinamientos, y también han sido tratados como actividad esencial.

Los juegos olímpicos de Tokio y la eurocopa se mudaron a 2021

Desde cierta perspectiva, puede decirse que el covid derrotó al deporte en 2020. Cayeron presa de la pandemia y sus perniciosos efectos los más grandes eventos, como son, por ejemplo, los Juegos Olímpicos de Tokio, la gran cita atlética universal. Previstos para el pasado verano, tuvieron que mudarse irremediablemente a 2021, sin que hasta la fecha se hayan resuelto tampoco todas las incógnitas a este respecto.

Seguramente, se tratará de unos Juegos muy diferentes a lo que es habitual en la organización del COI, de unos Juegos disputados en una burbuja y extraordinariamente fríos, con escaso o nulo público en las instalaciones deportivas.

Las autoridades japonesas difícilmente abrirán las fronteras de su país al público extranjero y la convivencia de las delegaciones deportivas en la villa olímpica brillará por su ausencia. Está previsto que el tiempo de estancia de cada deportista en la cumbre olímpica sea el mínimo imprescindible y que las medidas de seguridad sean extremas.

Tanto el Comité Olímpico Internacional como el comité organizador de los Juegos están en el propósito de celebrar las competiciones olímpicas aunque sea bajo estas restrictivas condiciones; pero según evolucionen la olas de la pandemia a nivel internacional no cabe descartar variaciones en los planes.

Algo similar le sucedió a la Eurocopa de Fútbol, que se iba a desarrollar en el Viejo Continente de acuerdo a un formato francamente original: en diez sedes de otros tantos países. Bilbao, con su flamante estadio de San Mamés, era una de esas sedes, a la que iba a regresar la selección española casi medio siglo después de su última comparecencia.

Las autoridades de la UEFA, entonces presidida por el francés Michel Platini, que entendieron pronto la dimensión del problema, enseguida adoptaron la decisión de suspender la Eurocopa y de trasladarla a 2021. Como sucede con los Juegos, también está prevista para este próximo verano, con las enseñanzas que todos hemos ido aprendiendo en el año de pandemia. El fútbol europeo ha creado su burbuja y, con toda probabilidad, las medidas sanitarias preventivas imperarán en todas las sedes, por más que el Reino Unido esté pensando en terminar algunos partidos de la Premier de esta temporada con diez mil espectadores en las gradas.

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