Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

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Las viejas discusiones del jazz: Chick Corea

El pianista, que falleció el pasado día 11, fue una de las puntas de lanza del enfrentamiento que se produjo, en la segunda mitad de los 70, entre jazzistas puros y jazzistas rockeros.

Chick Corea durante su último concierto en la sala Mozart de Zaragoza en 2018.
Chick Corea durante su último concierto en la sala Mozart de Zaragoza en 2018.
Auditorio de Zaragoza

Antes que el Chick Corea concertista de jazz clásico, por así decir, tuvimos al Chick Corea eléctrico, aquel pianista destetado de Miles Davis en los inicios de los 70 que, tras intervenir en tres discos del majestuoso trompetista —Filles de Kilimanjaro (1968), In A Silent Way (1969) y Bitches Brew (1970), los dos últimos, capitales e históricos—, puso en práctica las enseñanzas del maestro y del plantel de ensueño de músicos que le acompañaron en aquellos años y dio forma a Return To Forever. Es decir, el tercer vértice del triángulo divino del entonces denominado jazz-rock, que completaban Weather Report y la Mahavishnu Orchestra.

¡Qué peleas dialécticas! ¡Cuánta controversia! El segundo lustro de los setenta este trío de ases tuvo un hueco relevante en la música de la época, captó la atención de grandes masas de público juvenil, las multinacionales lo pusieron en primera fila de sus catálogos y las revistas especializadas hacían genuflexiones ante su poder innovador y su modernidad. Vamos, que se comían el pescao del jazz mientras los jazzistas más genuinos, con un mosqueo supino, quedaban relegados. Unos a otros se tiraban ladrillazos. Los más puristas, afirmando que aquello era poco menos que una prostitución del género; y los modernos, tratando de obsoletos a sus abuelos. Ni verse. Un enfrentamiento que, naturalmente, tenía reflejo en revistas, medios, público y crítica. Imposible un festival de jazz clásico con cualquiera de uno de aquellos entrometidos jóvenes que manejaban instrumentos eléctricos. Aberrante pasar de un lado a otro y viceversa.

Curiosamente e inesperadamente, porque nadie esperaba confluencia alguna y menos aún remanso de las revueltas aguas jazzeras, a principios de los ochenta, se rompieron diques y unos y otros se fundieron en el gran abrazo del jazz, sin mirar formulaciones ni estilos, sino en las bases arquitectónicas del género: ritmo, improvisación, virtuosismo, libertad… Y los carteles de los grandes festivales del género se llenaron de nombres de ambas trincheras. La muestra de todo ello la pudimos vivir de cerca en Zaragoza a través de las sucesivas ediciones del Festival Internacional de Jazz, que afortunadamente aún pervive desde su estreno en 1983 en el cine Coliseo. Oscar Peterson al lado de la banda eléctrica de Chick Corea, el Modern Jazz Quartet y Pat Metheny, Dizzy Gillespie y Jan Garbarek…, todos jugando ya en el mismo campo.

De manera que el Corea que se nos fue el pasado día 11 de este mes fue ya un Corea clásico, integrado, no aquel revolucionario del piano eléctrico y los sintetizadores en matrimonio con el jazz y el rock, y, por tanto, desacreditado por no pocos santones del género puro. Una gran figura, en cualquier caso, que vino a Zaragoza por vez primera en noviembre del 87 y se quedó asombrado de nuestro Teatro Principal, recién remodelado. “He tocado en un teatro maravilloso y confortable”, me decía en la entrevista que amablemente me concedió, al poco de despejarse el Principal, tras su concierto en trío acústico, y volviera a ponerse de nuevo ante el piano para desgranar canciones de aires hispanos, verbigracia Cielito lindo.

Entrevista a Chick Corea, imagen de archivo.
Entrevista a Chick Corea, imagen de archivo.
M.U./HA

No quiso, sin embargo, pronunciarse sobre los elogios de Miles Davis hacia él —“Corea es el único que está disfrutando de verdadera libertad para hacer actualmente lo que quiere”—. “¿Dijo eso de mí? No entiendo, eso es confuso”. Sin embargo, entró al trapo de inmediato cuando le nombré a su vieja Return To Forever: “Viví años excitantes con aquel grupo… Había muchos músicos a los que les gustaba nuestra música por la libertad con que la tocábamos”.

Al año siguiente, después de grabar una pieza dedicada a Zaragoza para su amigo y bajista de su grupo, John Patitucci, volvió de forma turbulenta, en eléctrico, al Palacio de los Deportes, y al que ha sido, hasta ahora, el ‘festival de los festivales’ de jazz celebrados en Zaragoza, el de 1988, con Miles Davis, Phil Woods y Oscar Peterson. Después volvería otras tres veces más. No extraña, como atinadamente ha escrito el querido colega Mariano García en HERALDO, que dejara en nuestra ciudad un gran núcleo de ‘huérfanos’ incondicionales.

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