Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

la voz de mi amo

El mundo de la música en vivo se hunde a pasos agigantados

Aun en un tiempo tan duro y complicado, las instituciones debieran, al menos, escuchar a los obreros del sector, a los más desvalidos, antes de que la debacle sea definitivamente total.

Una de las imágenes que dejaba la protesta de 'Alerta roja' en Zaragoza.
Una de las imágenes que dejaba la protesta de 'Alerta roja' en Zaragoza.
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Esto se hunde. No es una afirmación catastrofista, alarmista, pesimista… y todos los -istas que se quieran. Es la pura realidad. Estamos asistiendo insólitamente, en directo, al desmoronamiento de una sociedad y de un estilo de vida que hasta hace seis meses era el patrón de existencia, en décadas, para millones de personas; un patrón mejor o peor, con sus muchas fallas y rotos, pero al que se iba capeando de una manera u otra.

Mas esta es una era nueva, el inicio de una época en la que el mundo está cambiando drásticamente sin que se sepa cuál será la hondura maligna del cambio. Contra este tiempo pandémico, contra el fatídico coronavirus, está quedando bien claro que, por ahora, no hay nada que hacer, salvo utópicamente encerrarse en casa bajo siete candados, y aun así. Resulta lastimoso, dramático, ver esa gran cantidad de establecimientos cerrados, esos trabajos suspendidos, esas colas de personas en busca de comida, esos negocios hundidos, los bares sin copas ni gente, los restaurantes despoblados, si no cerrados…, y, sí, las salas de música en directo desiertas o con la persiana bajada.

Entiendo pues perfectamente las reivindicaciones del sector escenográfico y musical, esa movilización nacional que ha tenido lugar en numerosas capitales españolas hace unos días, exigiendo medidas que eviten el desplome definitivo de este colectivo que, según cifras de los organizadores, aglutina a 700.000 personas y suponía hasta hace poco el 3,8 del PIB.

Ojo, no es el sector de los artistas, y menos el de los de primera línea, que ese, el de los Sabina, Serrat, Bunbury, Alejandro Sanz, Loquillo, Bisbal, Rosalía, Amaral, Estopa… tiene asegurada, imagino, la proteína para los restos. Es el sector, déjenme que así los denomine, de los ‘currantes en la sombra’, de los que hacen posible que un artista se pueda subir a un escenario. Técnicos de sonido, iluminadores, montadores, suministradores de equipos, proveedores de servicios logísticos, transportistas, productores, promotores, programadores…, un grueso colectivo de gentes diversas, sin trabajo fijo en su mayoría, que trabajan temporalmente en función de eventos, festivales, conciertos y cualquier otra manifestación musical o escénica que se produzca en cualquier pueblo o ciudad de España. Todos ellos se han desconectado por obligación pandémica de sus trabajos, han perdido o están a punto de perder el sustento propio y el de sus familias. Una calamidad.

Mas si grave ha sido este repentino e inimaginable terremoto, peor es lo que irremisiblemente parece que va a venir. Si ya este sector entraba en recesión durante los meses de invierno, puede intuirse la catástrofe que acecha a la vuelta de la esquina con la suma de los malignos efectos del coronavirus. ¿Qué va a hacer casi todo este millón de personas? ¿De qué va a vivir? ¿Hay alguna solución? Un panorama muy negro, dramático, perturbador en el horizonte.

Ante esta negrura laboral es obvio que las instituciones, en el caso de Aragón, DGA sobre todo, ayuntamientos, diputaciones, comarcas y toda esa red política que nos gobierna, tienen algo que decir, que hacer, que inventar, que ayudar…, o si no, miles de personas se van a ir definitivamente al hoyo económico, a la ruina.

Entre las medidas que propone la plataforma que alentó la movilización del pasado 17, se citan:

—Reconocimiento del sector del espectáculo y de los eventos y su consideración como sector especialmente perjudicado y prioritario.

—Reactivación inmediata de las actividades culturales impulsadas por las administraciones públicas, en especial ayuntamientos, bajo, obviamente, los protocolos de seguridad sanitaria.

—Prestaciones económicas y exenciones fiscales para autónomos y trabajadores por cuenta propia.

—Establecimiento de los ERTES en las empresas hasta que se pueda trabajar al 100%, así como la reducción del impuesto de sociedades.

—IVA reducido y moratorias en los créditos ICO.

Hasta aquí, todo muy razonable y totalmente comprensible. Mas, ¿cómo se solventa todo esto en un Estado con las arcas prácticamente vacías, con ingresos muy menguados, con la actividad económica general cercana a la bancarrota? Los más derrotistas o drásticos enseguida miran a la clase política, demandándole bajadas sustanciales de sus propios sueldos, eliminación de cargos, asesores y enchufados, cierre de empresas públicas creadas para refugiar a allegados a uno u otro partido… y hasta reducción al mínimo de diputados en parlamentos regionales e incluso en el estatal, eliminando por completo el Senado, para borrar aquella viñeta histórica de Mingote en la que una buena señora le decía a su marido: “Me da igual lo que cobren los políticos”. Y ante la cara de extrañeza del consorte, remataba: “Lo que me importa es ¿para qué?”.

Sí, es posible que eliminando grasa política se ahorren unos millones, pero insuficientes para cubrir el destrozo general de la pandemia, porque el hundimiento es general, afecta a millones de conciudadanos, ya sean de un sector u otro. Y ya veremos cuando la hoz caiga sobre pensionistas y funcionarios. En una época tan difícil, tan complicada, y sobre todo tan marcada por la incertidumbre, por el devenir de la pandemia y de la ansiada vacuna, es muy difícil poder atender a tantos y tantos sectores, encontrar remedios eficaces y no poner simplemente tiritas pasajeras, aunque Europa nos riegue de millones que serán insuficientes.

Aun así, hay que escuchar, por lo que aquí concierne, al sector musical. En el caso de Aragón hay personas muy válidas y con experiencia que pueden aportar soluciones que, si no arreglan de inmediato el problema, al menos es posible que consigan aminorarlo e incluso eviten el hundimiento total. Los nombres están en la mente de todos. Dialogar con las instituciones, contar con su apoyo, al menos el legislativo y el de ordenanzas, oírles cara a cara, tomar en consideración sus problemas, estudiar sus peticiones, debatirlas, prospectar su implantación, es vital. O eso, o la catástrofe.

Quizá lo dicho aquí sea excesivamente exagerado, alarmista, dramático, pesimista… y todo lo que se quiera. Pero la situación es tan dura y real que todo lo que sea reflexionar, dialogar, buscar soluciones, hasta que definitivamente llegue la ansiada vacuna, será poco. Perdonen la tristeza, que diría Sabina.

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