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por Matías Uribe

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Neil Young: 74 años y una efervescente actividad discográfica

El canadiense publica su álbum número 46 de estudio, con el título de ‘Colorado’, en el que, siete años después, ha reunido a su icónica banda, Crazy Horse

Neil Young
Neil Young

Es sorprendente, por no decir inaudita, la capacidad productiva de un viejo rocker como Neil Young, si no anduviese por ahí un tal Van Morrison: no hay año sin que deje en el mercado una pieza discográfica, si no un par o hasta tres. Una creación torrencial que lejos de aminorarse con el tiempo, se incrementa. Ya digo, inaudita.

Este fin de curso discográfico ha atacado de nuevo, y además sorprendiendo: ha reunido a sus viejos Crazy Horse.

Hace un año, en una de esas raras entrevistas que el canadiense de oro concede, confesó el secreto o la motivación de esta incontinencia discográfica: “He entrenado a mi audiencia. Ella lo sabe. No me iré mientras tenga algo que hacer en lo que creo y quiera tocar nuevas canciones en las que creo. Si no tuviera ninguna canción nueva para tocar delante de la gente, no me verían el pelo”, confesó en septiembre del pasado año a la revista americana ‘Music Connection’, que naturalmente, para tan gran invitado, le dedicaba la portada.

Y aquí sigue Neil Young poniendo en práctica este catón vital y creativo. En junio pasado hurgaba una vez más la mina de sus maravillosos archivos y extraía una gema como Tuscaloosa, un directo con los problemáticos Stray Gators que le acompañaban en 1973, aunque descontentos salarialmente; un disco, digamos, gemelo o hermano de Time Fades Away (1973), aquel directo recopilado de su gira post Harvest (1972) que en vez de ofrecer títulos de aquel monumental y exitoso disco, optó por sacar a la luz piezas inéditas, nunca grabadas en estudio. La diferencia entre ambos es que Tuscaloosa no solo ofrece piezas inéditas sino también varias de Harvest (1972), After The Gold Rush (1970), Neil Young (1968) e incluso dos inéditas en aquel momento de otra gloria como Tonight’s The Night (1975). Y ahora, vuelve con otro nuevo álbum, este completamente nuevo y grabado en estudio, Colorado.

En el mundo del rock y de los grupos acompañantes de solistas, Crazy Horse, como The E Street Band o The Crickets, son nombres icónicos, bandas que hicieron y en algunos casos siguen haciendo más grandes a los solistas a los que acompañan. En el caso de los Horse, con Billy Talbot (bajo), Ralph Molina (batería) y Danny Whitten (guitarra), sustituido este tras su muerte por sobredosis en 1972, por Frank ‘Poncho’ Sampedro, cabalgaron junto a Caballo Loco durante cuatro décadas, desde el álbum Everybody Knows This Is Nowhere, de 1969, al espeso Psychedelic Pills, de 2012, dejando una impronta sólida y reconocible a distancia con sus martilleos sostenidos de guitarras distorsionadas y largos desarrollos. Una gran familia con sus problemas y sus discusiones, parones, enfermedades y hasta deslealtades, pero unida como la carne a la piel que tarde o temprano, mientras que Neil Young siguiera testarudamente poniendo en práctica su catón de supervivencia, tenía que reencontrarse. Y es lo que ha ocurrido en Colorado. Aquí, en este disco número 46 de estudio, están de nuevo los Horse, bien es cierto que sin Sampedro pero con su lugar bien cubierto, con Nils Lofgreen, de la E Street Band, y al que el mundo y el carácter rabioso de Neil Young no le es ajeno: ingresó en su banda con 19 años, y compaginándolo al principio con su grupo Green, trabajó con él desde 1969 a 1973, participando en discos cruciales como el citado Tonight’s The Night (1975) o After The Gold Rush (1970).

Ni qué decir que Colorado huele que apesta, dicho en sentido metafórico y elogioso, a Crazy Horse. Aquí están esas guitarras garajeras, expansivas, y esos largos desarrollos, como los trece minutos y medio de She Showed Me Love. Y enseguida, la pregunta que más de uno se hará, si no ha escuchado el álbum y es medianamente conocedor de la trayectoria de Neil Young: ¿es un nuevo Ragged Glory (1990)?, ¿un nuevo Zuma (1975)?, una réplica victoriosa de Tonight’s The Night (1975), Everybody Knows This Is Nowhere (1969) o After The Gold Rush (1970)? Siento defraudar: NO. Aquellos fueron discos que el tiempo va dejando como irrepetibles, obras maestras del rock que será difícil superar incluso por el mismo Neil Young.

Lo que no significa que haya que bajar el pistón del elogio para este Colorado. Es un buen disco, posee el poso de antaño, el sabor de los grandes vinos de reserva, y aunque compositivamente no iguale a los citados, es más que suficiente para seguir disfrutando con el canadiense, más en estos tiempos en que los viejos rockeros nos agarramos a un clavo ardiendo ante la marea de estulticia que está anegando, si no enterrando, el mundo musical contemporáneo.

Neil Young lo grabó en un estudio de las Montañas Rocosas, después de quedarse sin su casa de Malibú, tras los incendios frecuentes en los últimos tiempos de California. Allí, cabreado con el mundo pero aliviado en el amor, después de casarse en 2018 con Daryl Hannah, y despuntando su conocida vena crítica, especialmente contra los depredadores del medio ambiente o los políticos conservadores, ha grabado este disco, tal y como titula una de las canciones, con un ‘arcoiris de colores’ sonoros variados, que van naturalmente desde la rugosidad de los Horse (el citado She Showed Me Love o Help Me Lose My Mind) a los ecos de Zuma (la apertura con Think Of Me, armónica incluida, es un bonito reflejo de Dont’ Cry No Tears), la nocturnidad depresiva de Green Blue (secuela de Tonight’s The Night), la evocación de Crosby, Stills, Nash & Young (Rainbow Of Colors) o el intimismo desnaturalizado de Comes A Time (1978) con una pieza tan irrelevante como I Do.

Una paleta, en fin, de colores diversos, pese a imperfecciones y ausencia de soplos de creación más contundentes, para seguir disfrutando con este veterano de 74 años recién cumplidos el pasado 12 de este mes y su facundia para seguir en danza mientras, como él dice, tenga algo que contar. Buena medida para que sus admiradores lo sigamos disfrutando, para que él siga vivo y para que, en frase magistral de Ignacio Juliá, “cuando todo lo que nos queda es futuro, y este asoma siniestro, rendirse no es una opción”.

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