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Niños del Brasil en la memoria

El trío zaragozano edita un apabullante documento visual y musical de su larga trayectoria de 30 años.

Niños del Brasil en sus comienzos, con Enrique Bunbury en sus filas

Impactante. Mientras la industria discográfica de las multinacionales dormita sobre las cenizas del pasado, sobreviviendo de los ídolos de plástico y de la comercialidad más abyecta, se eriza la piel al abrir el álbum, Niños para siempre, que ha entregado Niños del Brasil como resumen de sus treinta años de oficio (y dicen que de su despedida definitiva, que no lo creo). Sin tener ni idea de lo que tenía en las manos, del artefacto que estaba manejando, al cortar precintos y plástico y tantear el contenido, de inmediato pensé que el grupo zaragozano había grabado un nuevo vinilo, adjuntándole determinados apósitos como postales, libreto y cómics, pero hete aquí que el aparente vinilo no es tal sino una plataforma redonda en la que se aposentan, sobre sus respectivos agarres, tres discos digitales de tamaño cedé.

¡Leñe! La primera vez en mi vida, y eso que por mis manos ha pasado algún disco que otro, que me topaba con algo tan original e innovador. No sé quién es el artífice del ingenio mercadotécnico, de esta manera de presentar el trabajo de un artista, pero se ha mostrado como perito en lunas, que diría Serrat, como un tipo de una agudeza estética absolutamente renovadora, dando valor al denostado disco digital y demostrando que no todo está dicho sobre el fin del CD y el DVD como objetos para poseerlos y conservarlos, dándole una patada en salva sea la parte a plataformas digitales, disco duros y demás formas de vender música.

Ya digo, lo veo y lo escudriño y no paro de salivar ante tamaña obra de arte discográfica, máxime cuando la gran industria sigue apegada a la rutinaria caja de plástico, galleta y libretito de créditos. Paracaídas salvavidas como este para artistas, sellos discográficos y establecimientos del ramo son fantásticos. Lo tremendo es que los paracaidistas salten desde modestas avionetas y no desde esos grandes boeings y airbuses de las multinacionales... ¡Plas, plas, plas! Aplausos a estos valientes activistas y quién sabe si salvadores de un negocio que se va a pique.

Eso en cuanto al continente que, como digo e insisto, me ha impactado. En cuanto al contenido, la vida musical de un trío zaragozano de pop que marcó una época juvenil en la ciudad y que ya metido en la cincuentena, siguiendo aventuras anteriores (golosa caja del 20 aniversario), ha vuelto sobre sus pasos para mostrar su trabajo, esa colección de espléndidas canciones agavilladas al tecno y el pop gótico de los primeros ochenta que aún siguen latiendo fuerte en no pocos fans de antes y después, canciones que, sin embargo, no fueron suficientes para elevar a Niños a una gloria más alta y perdurable, mostrando en carne viva una de las insana virtudes de esta entrega: la tremenda injusticia que les cayó encima como condena.

A lo largo del interesante documental que incluye ese aparente vinilo, las consideraciones más o menos veladas unas veces y otras directamente –Larrodera, verbigracia- de por qué no triunfó en su momento el trío se suceden a la busca del oráculo que dé respuestas. No seré yo quién la tenga, pero me atrevo a decir que la principal, visto con la perspectiva del tiempo, es que llegaron antes de hora, que cuando Santi Rex y compañía decidieron trabar pop oscuro con electrónica, ritmos bailables y estética gótica, y pese a la significancia de unos Bauhaus o unos Joy Division, no era todavía su tiempo. Hubo que esperar algo más, hasta que llegaron los infumables OBK o Fangoria y, a ellos sí les salió el pastel, aun manejando los mismos y hasta peores ingredientes (caso de OBK esencialmente).

Esto, unido al ‘mundo de la imperfección’ que los mismos Niños cantan, es decir, esa voz de Santi que pese a sus ganas y esfuerzos no llegó a levantar vuelo definitivo en tímbrica, modulación y registro, esas rutinas compositivas que en ocasiones producían un pernicioso gemelismo entre canciones, esa fallida implantación rotunda de la guitarra que intentaron varias veces, por entresacar algunas de esas pecas de imperfecciones, amén de lo duro e incomprensible que resulta el mercado musical, la desintegración de su oficina de management e incluso de la contraproducente sombra que le hicieron Héroes, pueden desvelar algunas de las claves del fallido ascenso a la gloria total.

Bueno, es lo que hubo y lo que hay. A cada cual nos toca vivir nuestras vidas tal como son o fueron, sin odiar a todas las rosas, como escribió Saint-Exupéry, porque una nos pinchó, es decir, renunciar a un sueño porque uno salió mal. Salió mal el sueño de la fama global de Niños pero eso no les da derecho, ni ganas, a renunciar a todos los positivos que vivieron y que seguramente, pese al anuncio de retirada, seguirán viviendo sabiendo de la entrañable vitalidad de Santi y del torbellino de ideas que corre por la mente de Nacho desde los mismos tiempos de Boda de Rubias.

Esto es algo que también queda patente en este gozoso artefacto que ha puesto en el mercado el trío zaragozano que, al final, con tanta verborrea mía, se me va a escapar su contenido: un DVD con el concierto que el grupo ofreció en las fiestas del Pilar de 2015, DVD que también incluye el mentado documental, un CD con las canciones de aquel concierto y otro DVD con los 19 videoclips grabados desde 1988 al 2008.

¡Rábanos! En el concierto faltó, y perdón por  osadía tan personal, la mejor canción que nunca cantó Santi, La modelo, sobre la versión de la original de Kraftwerk, pero palian su ausencia gemas como Las curvas del placer, Sed de venganza, Amor y espinas o Al Oeste, canciones ya vitales del pop aragonés, amén de la parte más festiva y picante que ponen Viernes y la desbarrada Party Party, de la que aún guardo fresca en la memoria la primera escucha en el derruido Anfiteatro del Rincón de Goya…,no, no podía ser que un tipo forrado de modernidad y aquella larga melena rubia que sólo él llevaba y sabía llevar, sacase aquel hortera galimatías de elementos culinarios... Pensé que era una broma, hoy es un hit. La misma broma que hace treinta años era imposible concebir: que un moderno versionase a un cantautor…, pues, bueno, también ahí está Carbonell y su delicada Me gustará darte el mar en manos de Niños. Toma del frasco…

En fin, la vida de un grupo zaragozano que, pese a sus vestimentas negras y sus canciones oscuras, se ganaron su lugar en el radiante sol del pop aragonés de los 80-90. Les faltó, ellos mismos lo saben, la pizca de suerte que otros posteriores, y más endebles, tuvieron después, pero vivieron y supieron vivir su sueño por mucho que el más importante –el de la gran fama- se truncara. Este es el documento crucial de esos sueños y de esas realidades, de su carrera de amor y espinas por las caderas de placer del pop. ¡Por siempre!

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