Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Sharon Van Etten, ¿se mueren las guitarras?

La catalogada como ‘la cantautora del siglo XXI’ da un sorprendente salto del folk a la electrónica.

Sintetizador.
Sintetizador.
Pixabay

Mal panorama para las guitarras. La electrónica parece comerse discos y artistas de hoy y de hace unas hornadas. Si no metes bases electrónicas no eres moderno/a. No es esta una apreciación personal, que puedo compartir, sino de un buen aficionado al rock y al pop de siempre al que al nombrarle y recomendarle el reciente disco de Sharon Van Etten, al cabo de unos días, me salió con esta apreciación.

Puede que tenga razón, máxime en estos tiempos en que estamos viendo que una chiqueta le ha puesto electrónica de fondo al flamenco y se ha comido el pastel. Ya no entro en el mundo de los DJ’s que se han convertido en los reyes de clubs, discotecas y hasta festivales. La otra noche, por cierto, viendo un reportaje de uno de ellos, cuyo nombre no recuerdo, pero hijo de un famoso locutor de radio y amigo y admirador, según dijo, de Julio Iglesias, me dejó anonadado con su estilo de vida opulento, fruto de sus sesiones por el mundo discotequero. Y tampoco entro en la multitud de bandas sintéticas, que la guitarra para ellas deben ser armatostes paleolíticos.

No creo pues que este, el de la modernez, y menos sobrevenida, sea el caso de esta norteamericana de New Jersey, la patria chica del Boss, que de repente, tras un recorrido discográfico que comenzó en 2009 en plan folkie, con un primer disco, Because I Was In Love, apoyado casi en exclusiva en una guitarra acústica, ahora acaba de sorprender con un quinto disco completamente soportado por la electrónica. “El mundo no necesita otro disco más de country”, ha dicho  enfáticamente para explicar esta metamorfosis, que me temo que más se debe a su afán de progreso y experimentación, de camaleonismo a lo Bowie, que de aparentar modernez y por ende subirse al carro que ahora parece dar mejores dividendos, el de la electrónica, que esos indies atacados por las guitarras saturadas.

Y digo esto porque ella misma ha sido la que, tras cinco años casi fuera del negocio musical, entre terminar sus estudios de psicología, actuar como Rachel en la serie de ficción y misterio de Netflix, The OA, componer la banda sonora de una película y tener un bebé y cuidarlo, ha sido la que ha tomado determinación tan radical. ¡Fuera guitarras y vengan sintetizadores y ritmos electrónicos! Así se presentó al productor John Congleton, conocido por sus trabajos con St. Vincent o David Byrne. “Quiero que estas canciones (las nuevas) suenen como si Suicide, Portishead y el Nick Cave más oscuro de Skeleton Tree, estuvieran tras ellas”, le dijo. Y allá que, complacidísimo, no en vano es lo suyo básicamente con St. Vincent, Congleton se puso manos a la obra con la ayuda de un nutrido grupo de colaboradores y ha salido este nuevo disco, Remind Me Tomorrow, que queda bien lejos del folk de Because I Was In Love y del guitarreo del espléndido y breve Epic (2010).

Si me detengo en esta metamorfosis no es ya por el cambio de piel sonora en sí o porque alguien busque subirse a la modernidad rabiosa, cosa que no creo sea objetivo prioritario de Sharon Van Etten, muy cercana ya a los cuarenta, sino porque desde hace un tiempo década se la está etiquetando como la cantautora del siglo XXI y eso impone, al menos para seguirle los pasos.

A mí no me desagrada este disco, aunque la prefiero en formato guitarrero. Pero lo que más me llama la atención y me gusta de toda su trayectoria es esa voz suya, lánguida, de gran registro agudo y timbradísima. No, no es la gran escuela de cantautoras norteamericanas clásicas e inigualables, la de Joan Baez, Carol King, Emmylou Harris o Joni Mitchell, pero es muy relevante su canto y sus composiciones, que aunque sea de refilón evoca a Lana Del Rey y hasta a Julee Cruise. El tiempo y su trabajo, antes de voltear campanas, como ya se ha hecho, dirá si realmente estamos ante la cantautora rockera del siglo XXI.

Por lo pronto, atención a Remind Me Tomorrow, cuya colorida carpeta, en concordancia con su papel de mamá y no con el de su lánguida voz y su música, tiene su punto si no de originalidad sí de atracción. Y ya de camino, a ver si al amiguete guitarrero lo meto en aguas electrónicas (batalla que, confieso, ya doy por perdida de antemano). ¿Se mueren las guitarras?


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