La iglesia barroca de la Cartuja Baja vuelve a brillar

Tras dos años de obras, se reabre el templo del monasterio cartujano, un singular caso de complejo monástico engullido por la ocupación poblacional.

Interior de la iglesia de la Cartuja Baja
La iglesia barroca de la Cartuja Baja vuelve a brillar
M. Penacho

Esta es la historia del extraño caso de un gran monasterio que devino en un pueblo. En este lugar, el monumental claustro donde antes reinó el silencio es hoy el Parque Huerto Fresón en el que corretean los niños; transitan los coches aún entre los vestigios de los grandes pasillos por los que deambulaban los cartujos, y las austeras celdas de meditación acabaron siendo las casas de los primeros pobladores seglares. El barrio zaragozano de la Cartuja Baja es un caso inédito en España de transformación de un conjunto monástico en población.


La historia de este monasterio cartujano, construido entre los siglos XVII y XVIII, vive este sábado otro hito, con la inauguración de la reapertura de la iglesia parroquial de la Inmaculada Concepción, originariamente centro de fe del conjunto monástico, después de dos años de obras. Un imponente templo de planta de cruz latina, de un barroquismo contenido que impresiona por sus dimensiones y elegancia, y por los detalles de la construcción, que descubren a cada paso los secretos de la regula cartujana de su pasado.


Tras una fase previa de obras de restauración de la torre y las cubiertas, estos trabajos se han centrado en el asentamiento del templo y en la rehabilitación interior. “Cuando llegamos era un espacio sombrío y lleno de humedades”, explica Teodoro Ríos Solá, arquitecto director de las obras de restauración. Y como tantas veces ocurre, la intervención de mayor enjundia ha sido la que no se ve. Debido al terreno yesoso sobre el que se asienta, “la iglesia se había hundido poco a poco, aproximadamente un milímetro al año, de manera que los muros habían bajado de nivel”, explica Ríos, por lo que se introdujeron 15.000 metros de micropilares de varillas de hierro y hormigón, como creando unas raíces que estabilizaran el edificio.


Interiormente, se ha recuperado la recoleta Capilla del Santísimo con su curioso deambulatorio. Se han hecho nuevamente los vistosos zócalos y pavimentos cerámicos siguiendo los modelos originales, se han tratado las humedades y restaurado las grandes pinturas murales que decoran techos y paredes, obra de Ramón Almor, seguidor de los modelos iconográficos de las pinturas de Fray Manuel Bayeu en la Cartuja de las Fuentes de Sariñena. Un programa decorativo en el que se descubren curiosos trampantojos, con imágenes de cartujos y falsas rejerías pintadas. En los muros laterales, medallones y lienzos de pared quedan desornamentados hasta la altura de la cornisa por el atribulado pasado del propio monasterio: “Se veía perfectamente que se habían llevado las pinturas hasta donde habían llegado con escaleras”, dice Ríos.

 Un monasterio engullido por un pueblo

Para Elena Barlés, experta en monasterios cartujanos y profesora de la Universidad de Zaragoza, el de esta cartuja “es un caso curiosísimo, porque desde el punto de vista de su tipología arquitectónica es muy avanzado, pero también porque en la misma cartuja se ven tres variantes del barroco”, que se diferencian en el primer estilo sobrio de la fachada, el barroco más exuberante que se aprecia en la decoración del atrio y el barroco más tardío y moderado del interior del templo, vinculado con la basílica del Pilar y la obra de Ventura Rodríguez.


Con las desamortizaciones del siglo XIX el templo cayó en desgracia. “Las partes de la cartuja fueron subastadas en distintos lotes a varios propietarios, que a su vez, las alquilaron a los colonos que trabajaban las tierras”, explica Barlés. “Poco a poco fue ocupado por distintas familias que fueron adecuando esas dependencias a sus usos particulares, y todo el complejo se fue transformando”.


Así se entiende la configuración actual del barrio, donde todavía pueden verse restos de arquerías del gran claustro y de sus muros de ladrillo en lo que hoy es el Parque Huerto Fresón. Y en sus calles adyacentes, las casas que en origen fueron las celdas de los cartujos –llegó a contar con 37, uno de los que más tuvo de España-, son hoy casas particulares. También quedan en pie la celda del prior y el antiguo refectorio, en la actualidad auditorio municipal, y los edificios de la hospedería y la procura, de propiedad particular.


El templo ha recuperado la vida litúrgica después de casi 30 años. “Es una pena que haya estado tanto tiempo cerrado -dice el alcalde del barrio, José Ramón-. Las misas, comuniones y entierros había que hacerlos en un local adyacente”. Ramón, investigador y apasionado de la historia de su barrio, explica que hay otros dos casos similares de monasterios que se transformaron en pueblos, uno en Italia y otro en Francia.


Los interesados en visitar la iglesia que ahora vuelve a ver la luz, pueden hacerlo todos los sábados, domingos y festivos de 12.00 a 14.00 horas.