fiestas del pilar

Los payasos más bonachones revolucionan Macanaz

Wilbur, Pepe Viyuela y una pléyade de artistas celebra en Zaragoza los 30 años de la oenegé Payasos Sin Fronteras.

Wilbur, muy popular últimamente por su paso por el ‘Grand Prix’, fue una de las grandes atracciones en una arboleda de Macanaz en la que no cabía ni un alfiler. álvaro sánchez
Wilbur, muy popular últimamente por su paso por el ‘Grand Prix’, fue una de las grandes atracciones en una arboleda de Macanaz en la que no cabía ni un alfiler. 
Álvaro Sánchez

De entre la muchas conclusiones que se pueden sacar de la constelación de artistas que se reunieron ayer en el parque de Macanaz dos son más que claras: los payasos son imperecederos y su lenguaje es universal. Junto a la ribera del Ebro pudieron verse ayer zapatones XXL, bombines a lo Charlot, pelucas de colores imposibles y, sobre todo, padres aupando a sus hijos para que no se perdieran un ápice del espectáculo. El clásico ‘¿Cómo están ustedes?’ sigue teniendo tirón entre las nuevas generaciones y la banda sonora de la tarde la constituyeron los aplausos y –sobre todo– las risas de fondo de cientos de chavales que acudieron al Arrabal para ver a Pepe Viyuela, Javier Ariz, el catódico Wilbur o Tortell Poltrona. Todos estos artistas, y muchos otros, celebraron en Zaragoza los 30 años de actividad de Payasos Sin Fronteras, con una gala solidaria en la que los profesionales del humor tenían el reto de difundir no sólo alegría sino también empatía con la infancia que, aunque sea a kilómetros de distancia, sufre las consecuencias de los conflictos bélicos y los desastres naturales.

El primero en aparecer en escena fue Tortell Poltrona, fundador de la oenegé, que se fue maquillando con habilidad ante la mirada atónita de los más pequeños. Después, tuvo no pocos problemas con el pie del micrófono, que se le cayó, se le enganchó, se le enredó en la chaqueta, se batió en duelo con él... Todo, acompañado de un sonido de pianola que hacía partirse a la chiquillería. En un aparte, el veterano ‘clown’ confesaba que le encanta actuar en Zaragoza porque «Aragón ha sido siempre una gran fuente de talento para el teatro de calle y ha aportado artistas con una gran potencia creativa». Sobre el aniversario de Payasos Sin Fronteras, Tortell explicaba que «es importante comunicar que la risa genera resiliencia» y que, «cuando uno no tiene nada pero es capaz de reír, la risa genera expectativas en la vida y esperanza».

Tortell se despidió del respetable quitándose el sombrero no sin que antes cayera sobre él una lluvia de confeti. Fue después el turno de una canción de cómico desamor que el público ayudó a corear, antes de que apareciera acrobáticamente Wilbur, que se llevó una de las ovaciones de la tarde. El animador del ‘Grand Prix’ pidió que sonara por megafonía a todo volumen ‘El burrito sabanero’ porque «para mí es un ritual». «Estamos ya casi en Navidad, pasamos de la playa al mazapán», decía, mientras los niños de la primera fila trataban de sacarle de su error. Wilbur enseñó varios tipos de aplausos a los presentes (el ñoño, la ovación y el americano), que media hora antes de empezar el ‘show’ ya había ocupado todas las sillas desplegadas en la arboleda. Muchísima gente se quedó de pie para presenciar un ‘show’ de cerca de hora y media, que el propio Wilbur definía como «variado, vistoso, agradecido y para toda la familia». «Yo estuve hace bastantes años en las Fiestas del Pilar con otro espectáculo, que también hacíamos pegaditos al río. Ahora ejerzo de maestro de ceremonias, pero aprovecharé para contar también algunas de mis cositas», decía el últimamente catódico ‘showman’.

Pepe Viyuela o Javier Ariz eran otros de los platos fuertes de una tarde que contó también con una decidida impronta aragonesa. Pablo Regalado, Toño Zarralanga (el responsable de Ciarteani hizo las veces de coordinador), Arturo Peliagudo o Lorena García Embún fueron algunos de los talentos de la tierra que se dejaron ver, como también lo hizo Noche Diéguez, integrante de varias compañías circenses y habitual colaboradora de Payasos Sin Fronteras. «Yo he podido viajar con ellos en dos expediciones: una a Siria y otra a Sierra Leona, justo cuando hubo la epidemia de ébola», recuerda Diéguez, al tiempo que explica que es «en los lugares en conflicto es donde se pone de manifiesto el poder de la risa». Para ella, la mayor recompensa es «ver la reacción y la cara de emoción de los niños refugiados, pero también la alegría momentánea de los adultos, que consiguen abstraerse durante unos minutos de sus crudas realidades».

Entre risas escandalosas y algunos que otros bailes entre el público, fue cayendo la noche sobre Macanaz. Cuando los ánimos se calmaban irrumpía un solo de trombón y cuando un payaso parecía haber solventado con destreza su doble salto mortal, de pronto, daba torpemente con sus huesos en el suelo. «Me río mucho con ellos. Es que no saben ni abrocharse la chaqueta», decía Marina, una pequeña de 7 años, que lucía una camiseta de Payasos Sin Fronteras porque había pasado previamente por un pequeño puesto de ‘merchandising’ instalado en el parque. «Antes quería ser futbolista, pero ahora prefiero payaso. Me gusta hacer feliz a la gente y que se rían conmigo», afirmaba Jonás, que no levantaba un metro del suelo y estaba entusiasmado después de ver la pieza de Wilbur, tratando de imitar alguno de sus gestos. 

Al detalle. En 30 años de Payasos Sin Fronteras más de mil artistas voluntarios han visitado cerca de cien países y realizado más de 7.500 espectáculos para 2,5 millones de personas en cerca de 500 expediciones internacionales.

Pasar la gorra. Una y otra vez sobre el escenario desfilaron payasos con carteles que indicaban cómo se podía colaborar con la causa de Payasos Sin Fronteras. La más moderna es a través de un Bizum al 01725 (indicando de concepto ‘Gala Solidaria PSF Zaragoza’).

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