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El milagro de la paloma del Pilar

Hace 50 años, nuestras páginas se hicieron eco de una particular historia, “que eres muy dueño de creer o no”, protagonizada por una joven pareja, Damiana y Julio, a la que una visita a Zaragoza durante las Fiestas del Pilar cambió sus vidas.

El milagro de la paloma del Pilar
El milagro de la paloma del Pilar
C. Moncín

Es uno de los templos más importantes del mundo. Conserva importantes tesoros artísticos y su majestuosidad (por dentro y por fuera) iguala su fama al custodiar la imagen de la Patrona de la Hispanidad. La basílica del Pilar es el símbolo de Zaragoza y el punto de mayor afluencia turística de la ciudad, especialmente durante las Fiestas del Pilar. Del próximo 8 al 16 de octubre, todas las miradas se dirigirán hasta este rincón de la ciudad, que puede presumir de contar con la segunda plaza peatonal más grande de Europa.

Turistas y visitantes, peregrinos y curiosos, y cómo no, los aragoneses más devotos, sienten la necesidad de “entrar al Pilar”. El porqué reside en el carácter devocional y religioso del templo. La imagen de Nuestra Señora del Pilar, colocada sobre la Columna – sobre la que, según la tradición, la Virgen se presentó en carne mortal al apóstol Santiago en el año 40 a.C.-, sostiene esa devoción, aunque son muchos los enigmas y tradiciones que rodean al monumento más besado de la basílica.

La Virgen del Pilar es célebre por sus milagros, sobre todo por el operado en la persona de Miguel Pellicer, el cojo de Calanda, un 29 de marzo de 1640. Un acontecimiento sobrenatural que dio la vuelta al mundo y extendió la devoción por la Virgen del Pilar. Para los creyentes, se trata del milagro mejor documentado de la historia de la cristiandad.

En esta ocasión rescatamos de nuestro archivo una historia que Antonio Díaz-Cañabate contó en nuestras páginas un 12 de octubre de 1972, “y como me lo contaron, te lo cuento a ti, lector insigne, que eres muy dueño de creerlo o no”, escribió en HERALDO.

Recorte del artículo publicado en HERALDO EL 12 de octubre de 1972 bajo el título 'El milagro de la paloma del Pilar'.
Recorte del artículo publicado en HERALDO EL 12 de octubre de 1972 bajo el título 'El milagro de la paloma del Pilar'.

Sus protagonistas son Damiana, “que desde que nació fue una criatura mimada” y su marido, Julio, “un chicarrón fuertote, de carácter apacible, propicio a dejarse dominar. Ni que decir tiene que Damiana, desde el primer día que lo conoció, hizo de él lo que le vino en gana”. Sin embargo, a esta mujer “risueña, simpática, poseedora de muy notable don de gentes” se le resistía convencer a su marido para viajar. “Era un sedentario obstinado en la resistencia a moverse de su casa. Transigía a regañadientes en el veraneo de un mes que pasaba en el pueblo natal de sus padres. Damiana tuvo que resignarse a satisfacer su afán viajero prescindiendo de su marido, que gustoso le concedía su permiso. Sin embargo, Damiana padecía un escozor. Pese a ser muy devota de la Virgen del Pilar no conocía Zaragoza”.

A Damiana, lo único que le fallaba para ser, según ella, enteramente feliz era un hijo. Es por eso que su madre le preguntó un día: “¿Se lo has pedido a la Virgen del Pilar? Tu padre ya sabes que nació en Zaragoza un 12 de octubre, y tiene tal fe en su Pilarica que todo lo que necesita muy de veras se lo pide a ella. Le pidió un hijo y nos envió siete. Cuando le niega una demanda se consuela. Ella sabe lo que hace. ¿Por qué no vais a Zaragoza y se lo pedís los dos arrodillados a sus pies?”.

A principios del mes de septiembre, Damiana le dijo a Julio: “¿No es una vergüenza que los dos con sangre aragonesa, tú por tu padre y yo por mi madre no conozcamos Zaragoza, el templo del Pilar, más que por fotografías? De este año no pasa. Tenemos salud. Tenemos posibles. Tenemos tiempo libre. No me digas que no. Ten en cuenta que es una promesa a la Virgen y que será el momento más feliz de nuestras vidas cuando nos arrodillemos para cumplirla. ¿Sabes lo que voy a decirle? Que si nos complace, nuestro hijo nacerá en Zaragoza”.

Y así fue cómo Damiana convenció a Julio para viajar a Zaragoza, quien conforme se acercaba la fecha del viaje se iba animando con los días que les esperaban, ya que iban a conocer la capital aragonesa en plenas Fiestas del Pilar. “Me han dicho que Zaragoza es una ciudad muy trasnochadora, y sobre todo en los días de la feria. Nosotros nos acostaremos de los últimos. No me vengas luego con que te entra el sueño. Nada de sueño. Ya dormiremos cuando volvamos a Madrid, a este Madrid que se acuesta con las gallinas. Y no perderemos una corrida. ¡Las corridas del Pilar, la última feria del año! ¡El Rosario de Cristal! ¡Los gigantes y cabezudos! ¡Lo vamos a pasar en grande, ya verás!”.

Llegaron a Zaragoza a las seis de la tarde del 11 de octubre en un día esplendoroso. Apenas descansaron en el hotel. Tenían prisa por llegar a la basílica del Pilar. Los recibieron en la muy amplia plaza las palomas con su cortesía, ceremonia y elegancia. Julio observó. "¿No te dan idea estas palomas que son como la corte de Nuestra Señora que han descendido de los cielos para darnos la bienvenida? Fíjate en ésa cómo te mira, como si fuera a saludarte y a decirte: "Ahora mismo voy a informar a la Virgen que habéis llegado". Fíjate cómo ha salido volando.

Entraron en el templo. A los pocos pasos de la puerta se enfrentaron con la capilla donde se venera la imagen de la Virgen. “¡Qué capilla más preciosa!" - exclamó Damiana. “Y ¡qué gentío!” apostilló su marido. “Julio, no empecemos con tus tonterías. ¿Qué creías, que íbamos a estar los dos solos? Nos arrodillaremos en aquel rincón que no hay nadie. Vamos a rezar el rosario, pero por Dios, no te distraigas. Reza con fe para que te oiga la Virgen”, le espetó su mujer.

Rezaron. Salieron de la iglesia. Damiana, toda emocionada, se apoyaba en el brazo de Julio. Una paloma, con su airoso andar, caminaba casi pegada a los pies de Damiana. Iban a entrar ya en la calle Alfonso y la paloma seguía sin apartarse. “Julio, ¿has visto a esta paloma que casi no me deja andar?”. “Sí, es la misma que emprendió el vuelo para anunciar a la Virgen nuestra llegada”, le contestó. “¡Ay, Julio! No me asustes. ¿Cómo la conoces entre tantísimas como hay?”. “No lo sé, pero es la misma. Estoy seguro”. De pronto, la paloma abre sus alas. Se eleva, da tres vueltas casi rozando la cabeza de Damiana. Se remonta. Desaparece. El matrimonio se detiene. “¡Ay, Julio!, tengo miedo. ¿Por qué ha dado tres vueltas a mi alrededor?”. “Porque quería decirte que la Virgen ha oído nuestra súplica”, le contestó a Damiana. “Julio, ¿tú crees en los milagros? ''. “Si no creyera no hubiera venido a Zaragoza ni al templo del Pilar”.

Al año siguiente, Damiana y Julio se instalaron en Zaragoza. Esperaban un hijo. Les nació una niña. La bautizaron en el Pilar con el nombre de Paloma. Y a todo el mundo le contaron lo que llamaban el milagro de la paloma del Pilar.

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