Vivir en una cueva en Juslibol, a 15 minutos del centro de Zaragoza: "Aquí estamos, en el agujerico metidos"

Los vecinos del núcleo histórico del barrio rural tienen en las casas-cueva una de sus señas de identidad. 

Adriana Pascual cierra una ventana en su casa cueva.
Adriana Pascual cierra una ventana en su casa cueva.
Guillermo Mestre

La iglesia de la Asunción de Nuestra Señora, del siglo XVIII, lleva un año cerrada por riesgo para los feligreses. Faltan aparcamiento y sobran solares vacíos. "Nadie quiere construir; tampoco adecentarlos", lamenta Pablo Sanz, de la asociación de vecinos San Pantaleón. Así es Juslibol, la parte histórica del barrio rural, junto al Ebro, donde las filtraciones, con fallos en los vertidos y terrenos yesíferos, asustan a los constructores. Alargado y desestructurado, el pueblo de Juslibol se convirtió en barrio de Zaragoza a finales del siglo XIX. Mucho ha llovido desde entonces, aunque se asemeja todavía a un pueblo.

En una de las casas que ahora están vacías vivió un joven Ángel Orensanz, al que se podía ver soldando en una nave en la zona alta del barrio. Se estableció en Nueva York a mediados de los ochenta, creó la fundación que lleva su nombre en una antigua sinagoga del Lower East Side y hace tiempo que no ha vuelto.

"En 1870, las familias más humildes de Juslibol solicitaron al Ayuntamiento una autorización para poder picar en la montaña y hacerse casas-cueva"

Pablo Sanz nació en una de las 200 casas-cueva del barrio. Y cuando se casó, se trasladó a la parte alta del barrio donde, en la actualidad, las viviendas escasean. "En 1870, las familias más humildes de Juslibol solicitaron al Ayuntamiento una autorización para poder picar en la montaña y hacerse casas-cueva", detalla. Y allí siguen, pagando un canon anual, con transmisiones limitadas a familiares de segunda y tercera generación y muchos inconvenientes cuando se pretende adecentarlas. Algo que no ocurre, dice Pablo Sanz, con las bordas del Pirineo, donde han permitido "transformar en viviendas las parideras".

Una de las cuevas más bonitas es la de Adriana Pascual y Luis Royo, donde tienen cuidado hasta el más mínimo detalle. "Aquí estamos, en el agujero metidos", explica risueña Adriana Pascual, que muestra la casa mientras detalla cómo la construyeron sus bisabuelos. Picaron la piedra y construyeron habitaciones y cuadras para animales. Se hacía un cortado, y se iba sacando la tierra. "Recuerdo a mi abuela cómo iba dobladica. Mis bisabuelos tuvieron ocho hijos, y allí picaban todos", relata. Con el tiempo, la casa-cueva, que llegó a tener 12 habitaciones, está muy cambiada. En el agujero por el que tiraban la paja a los animales hay ahora una chimenea; en la cuadra del burro, una despensa.

El canon que pagaban en 1948 era de 70 pesetas y el actual ronda los 100 euros. Es suelo rústico, pero pagan el Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) urbano. Y no poco, lamentan. No necesitan climatización. En invierno y en verano, la temperatura se mantiene en unos veinte grados. 

Las peculiaridades de Juslibol, con sus solares vacíos, las filtraciones y las singulares casas-cueva, hacen que sus problemas en nada se parezcan a los de El Zorongo, la urbanización privada de chalets en medio de la naturaleza que pasó de San Juan de Mozarrifar al barrio rural en 2002, sin que ninguno de los dos lo pidiera.

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