¿Está en Zaragoza el bar más pequeño de España?

En tan solo 8 metros cuadrados caben dos mesas altas y una barra lateral en la que no falta nada.

Alfredo, el propietario del que quizá sea uno de los bares más pequeños de España.
Alfredo, el propietario del que quizá sea uno de los bares más pequeños de España.
Oliver Duch

Tal vez no exista un estudio oficial que lo referente a locales mínimos o diminutos.

No obstante, con sus apenas 8 metros cuadrados de espacio útil, Taber Coc, Le petit -como reza el letrero que lo corona- opta, sin lugar a dudas, a ser uno de los locales más pequeños de Aragón, y posiblemente del país. Así lo defiende Alfredo España, su orgulloso propietario, natural de Paracuellos de Jiloca, en la comarca de Calatayud.

A sus 46 años, y a pesar de haber nacido prácticamente detrás de una barra y haber llegado a tener un equipo de más de una veintena de trabajadores, fue en 2018 cuando decidió dar un giro completo a su vida. “Quería un lugar pequeño y cómodo para trabajar y poder atender a todo el mundo como si estuviera en casa”, rememora.

Y vaya si lo hizo. “Qué te pongo, Sergio”, “¿dos cañas ahí al fondo?”, pregunta a la parroquia. “Menudo jaleo hay aquí, jaleo del bueno”, responde uno de sus clientes. El ritmo de este hostelero es frenético, y, en parte gracias a las dimensiones del local de Zaragoza, a Alfredo no se le escapa una. Y eso que posiblemente jamás un espacio tan pequeño hubiera estado tan bien amortizado. En tan solo ocho metros caben dos mesas altas -con taburetes incluidos-, una barra lateral, y el espacio de barra, de apenas un metro, en el que tampoco falta nada.

Perspectiva del Taber Coc, Le petit.
Perspectiva del Taber Coc, Le petit.
Oliver Duch

En este reducido establecimiento, cada detalle cuenta. Todas las paredes de madera ocultan detrás armarios con barriles de cerveza, botellas e incluso una cámara frigorífica. En cuanto a la terraza, la recoge y monta cada día, como si se tratase de una minuciosa partida de Tetris. “Incluso dejo un pasillo para llegar al fondo del local”, advierte. También hay un altillo, como un balcón, en el que en ocasiones ofrecen algún que otro show.

Otra de las marcas de la casa tiene que ver con su propuesta gastronómica, “pequeña, pero matona”, admite. Alfredo lo tiene claro. “Calidad, proximidad y trato exquisito”, reivindica. No existe carta, pues todo varía casi a diario. “Me gusta decir que la carta soy yo”, afirma, divertido, mientras prepara dos vermús al grito de “esto es un vermú casero de vino madre con endrinas y hierbas ibicencas macerado en barrica de roble francés”, al tiempo que lo sirve con gracia.

En la barra, perfectamente colocadas, las tapas del día. Entre ellas una albóndiga de jabugo con naranja natural y brandi, la carrillera, también de jabugo, esta vez preparada al vino tinto con un toque de miel o la perdiz escabechada deshuesada con escalivada natural: “Todo lo preparamos cada día”.

En uno de los laterales de la barra destaca una pata de jamón de jabugo perfectamente cortada -no en vano, el aragonés es maestro cortador y profesor de corte- y una bandeja con su producto estrella: la salmuera. “Es de las mejores de España”, asegura. Y es que decirle “no” a Alfredo se convierte en una auténtica odisea para quien logra hacerse un hueco en su concurrido establecimiento. Ni siquiera los repartidores se libran de degustar, aunque sea, un agua.

En ocho metros cabe todo un mundo.
En ocho metros cabe todo un mundo.
Oliver Duch

A la oferta gastronómica se le suman mariscos y embutidos artesanos que va eligiendo semana a semana. “Tenemos chorizo ELE, de Zamora, elegido este año como el mejor del mundo”, admite. ¿Y para beber? Más de 50 variedades de vino y hasta cuatro champanes. Y es que su apuesta por el producto de calidad y nacional no es negociable.

Más difícil todavía: sin pan, ni café

Cuando el aragonés eligió un local tan pequeño para abrir un negocio fueron muchos los que le dijeron que iba a ser una ruina. Pero por si el hándicap del tamaño fuera insuficiente, Alfredo apostó por el más difícil todavía, pues en su local no ofrece dos productos habituales en cualquier establecimiento de España: ni pan, ni café. Otro detalle que demuestra la gran personalidad que derrocha el hostelero.

Sin embargo, y a pesar de las voces de los más agoreros, hoy su terraza, que cuenta con una decena de mesas, está llena prácticamente cada día. “Gracias al hotel tenemos un movimiento de gente tremendo, y muchas veces vienen caras conocidas”, afirma.

¿La receta del éxito? En su opinión, una mezcla de “simpatía, saber estar y servir, y contar con un producto de calidad”. Eso y, por supuesto, sentir auténtica vocación por estar al otro lado de una barra. “Esto… lo de ser camarero… te tiene que gustar. O te gusta o nunca serás bueno porque no es un trabajo cualquiera. Hay que formarse, tener mucha paciencia, ser psicólogo, tener gusto y aguante, y sobre todo ser muy constante”, reflexiona.

Alfredo pone énfasis en la constancia pues, en su opinión, es una de las claves para prácticamente todo en esta vida. “Empecé con ocho años en uno de los dos establecimientos de mis padres, en Paracuellos, organizando cascos de botellas”, relata. Hoy, casi cuatro décadas después, sigue enamorado de la hostelería que le hace sentirse tan realizado cada día que sube la persiana, a pesar de hacerlo desde un espacio tan pequeño. “Eso nunca ha importado. Aquí me siento querido y respetado. Soy feliz porque estoy haciendo lo que me gusta”, concluye.

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