La historia detrás de uno de los escudos más curiosos de Zaragoza

Al final del paseo del Ruiseñores se conserva la fachada de la antigua harinera La Imperial, que estuvo en funcionamiento hasta la década de 1980.

El escudo de la antigua fábrica de harinas La Imperial.
El escudo de la antigua fábrica de harinas La Imperial.
J. Belver

A muchos viandantes que pasean junto al Canal o que llegan al final de Ruiseñores aún les sorprende. Se trata de una fachada amplia, blanca, diríase que casi neoclásica y que conserva dos grandes escudos heráldicos con águilas bicéfalas enmarcados en unas guirnaldas. Es lo que queda de la antigua fábrica de harinas La Imperial de Aragón, que durante décadas fue una de las más importantes de Zaragoza.

La fachada y los escudos de la antigua fábrica cuentan con protección patrimonial (está catalogado como de interés arquitectónico B) y acaban de cumplir los cien años. Según la bibliografía del archivo municipal, la parte del edificio que se conserva parece ser obra del arquitecto Miguel Ángel Navarro (autor de Casa Solans o del grupo escolar Joaquín Costa) y fue levantada allá por 1920. No obstante, desde mediados del siglo XIX existían en la zona una fábrica de harinas que aprovechaba la fuerza hidráulica del Canal. De hecho, según los estudios de Luis Germán Zubero, el barrio de Torrero se configuró a partir de la creación del Canal Imperial, con instalaciones como un molino harinero de dos piedras, otro de aceite y una fábrica de aguardiente, movidas todas por la energía hidráulica de la acequia del Plano.

Una imagen del Canal Imperial en la década de 1930, la fábrica se ve a la izquierda.
Una imagen del Canal Imperial en la década de 1930, la fábrica se ve a la izquierda.
AMZ

La antigua fábrica de harinas La Imperial de Aragón existía al menos desde 1870 y cambió de propiedad no pocas veces a lo largo de su historia. Fue fundada por Manuel Monares y Francisco Clemente, después la explotó Mariano Mendivil y, a partir de la década de 1930, fue también conocida como la de Rubio y Margalejo. En la hemeroteca de HERALDO hay noticias, anuncios y algunos sueltos de la fábrica desde 1907, casi siempre, buscando mano de obra en anuncios breves o, incluso, con notas como “la fábrica de harinas vende dos mulas cerradas. Se puede trata y verlas”. También hay una referencia simpática en los periódicos de aquella época en la que se menciona de pasada la fábrica a colación de una carrera ciclista. “Para los corredores hay buenas noticias. La primera es que el paseo del Canal está limpio, sin baches. La segunda que la fábrica La Imperial, una vez más, ha cedido galantemente sus locales para que los participantes puedan prepararse y hacer la ‘toilette’ antes de salir a la pista”.

La fachada que da al paseo de Colón a principios de los años 90.
La fachada que da al paseo de Colón a principios de los años 90.
Heraldo

Cuentan que las instalaciones comenzaron a funcionar con maquinaria británica y después de la Guerra Civil se renovaron con ingenios de la casa española Morros. Entre los años 60 y 70 vivió su mayor esplendor, con una capacidad productiva que la ponía al nivel de la otra gran harinera zaragozana de la época, la Solans. Ambas cerraron en la década de 1980, época de desmantelamiento de un sector tradicional zaragozano, y los solares pasaron de ser de uso industrial a tener un aprovechamiento inmobiliario.

El interior del solar, una vez se desmanteló la fábrica en la década de 1980.
El interior del solar, una vez se desmanteló la fábrica en la década de 1980.
AMZ

Por este motivo, hoy todo lo que queda de aquella época es una fachada un tanto descontextualizada, pues llama la atención verla adosada a una urbanización de viviendas unifamiliares. La ficha de patrimonio elogia el revocado de la fachada y “las pilastras que se presentan pareadas para flanquear el cuerpo central”, así como las molduras y una suerte de capiteles con decoraciones vegetales. El resto del edificio fue víctima de la piqueta en los años 80 pero hay fotos en el archivo municipal que permiten aún hacerse una idea de cómo eran las estancias.

En las últimas década se ha reivindicado este edificio, que ha aparecido, por ejemplo, en una guía de José Laborda, Pilar Biel y Francisco Jiménez sobre la arqueología industrial en Aragón. En ella los especialistas señalan cómo, en su día, su actual fachada principal debía estar repleta de rótulos, referencias simbólicas y alegóricas de sus tareas productivas. También se ha propuesto que los vestigios de esta fábrica formen parte de una suerte de ruta industrial por la ciudad o, incluso, de un museo de la ciencia y la técnica, tan presente en otros inmuebles de Zaragoza: la Azucarera Aragón, la Estación del Norte, la fundición Averly, la botica del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, el antiguo matadero municipal…

No hay que obviar que, de nuevo según los estudios de Luis Germán Zubero (‘Siglo y medio de especialización triguero-harinera en Aragón, 1845-2000’), “el tradicional núcleo harinero urbano zaragozano todavía contaba a principios de los años setenta con una docena de fábricas, pero quedó reducido a cinco pequeñas fábricas a finales de los años ochenta”. Así se perdieron algunas de las grandes chimeneas de la ciudad, entre ellas la de la Imperial de Aragón, que -por cierto- podía verse desde el Cabezo y el parque Grande.

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